martes, 31 de octubre de 2017


XXXI DOMINGO ORDINARIO  (CICLO A)

En este domingo, la Iglesia nos invita a una reflexión responsable sobre la seriedad, la verdad y la coherencia de nuestro compromiso con Dios y con el Reino.
 
La 1ª Lectura del Profeta Malaquías  es una dura advertencia a los Sacerdotes de esa época por su mal comportamiento y por la predicación de falsas doctrinas.  Los sacerdotes de la Antigua Alianza habían olvidado sus obligaciones como hombres de Dios.  Rompieron el pacto hecho con Dios y en lugar de guiar al pueblo por buenos caminos, lo descarriaban por senderos torcidos que no conducían hasta Dios.
El Señor, les dijo a sus apóstoles que los enviaba como ovejas en medio de lobos.  Esta es una difícil tarea para los sacerdotes.  Por eso no debemos extrañarnos que a veces fallemos como sacerdotes.  Por ello este es un buen momento para que pensemos que todos los fieles deben de echar siempre una mano a los sacerdotes y que hay que rezar por ellos.  Para que seamos fieles a la misión que Dios nos ha encomendado y seamos un estímulo para que todos hagamos el bien y nunca el mal.
Hay que esforzarse por comprender a los sacerdotes, por perdonarlos, por ayudarlos, por animarlos a seguir con la ilusión del primer día por el difícil camino del sacerdocio.
Para que esta Comunidad pueda alcanzar su meta y llevar a cabo la misión del Señor, necesita de la colaboración de todos sus miembros: sacerdotes y laicos.  Unos y otros tenemos una importante misión que realizar en la Iglesia de Dios.
San Pablo, en la 2ª lectura, en su carta a los Tesalonicenses, manifiesta su alegría por la acogida que los Tesalonicenses dieron a su mensaje.  Debido a ello les habla con gran ternura y delicadeza. Pero también les manifiesta que ha trabajado y luchado fuertemente para que la palabra de Dios realizara su fruto en aquella comunidad.
 
El amor a la comunidad  lleva al sacerdote, a ofrecer lo más valioso que tiene: Cristo, el Señor.  El amor a los fieles es lo que hace que el sacerdote no haga distinciones de ninguna clase; que siempre predique la verdad, aunque, a veces, nos incomode; que corrija a sus fieles cuando sea necesario; que cuando vea algo indigno a los ojos de Dios, sepa ser exigente, ejerciendo su autoridad como ministro de la Iglesia; que pida a sus fieles que se dejen guiar en su vida por el Evangelio.
 
El Evangelio de san Mateo nos habla de la hipocresía. Todos hemos de evitar caer en hipocresías, egoísmo y luchas de poder, pues todas estas actitudes dañan fuertemente a las comunidades.
El Evangelio de hoy no sólo está dirigido solamente a nosotros, los que tenemos responsabilidades en la comunidad.  Se dirige a todos, a todos los que llevamos el nombre de cristianos.
Porque de hecho, todos los que llevamos el nombre de cristianos, todos los que ahora estamos participando de esta Eucaristía, somos anunciadores del Evangelio, y por lo tanto tenemos el deber de cumplir en nuestras vida lo que anunciamos.
Llamarse cristiano significa afirmar que creemos en Jesús, en lo que nos ha dicho, en lo que nos ha enseñado; y significa que tenemos que vivir y actuar como cristianos con palabras y con hechos.  Si nos decimos cristianos pero vivimos como si no lo fuéramos, estamos actuando como esos fariseos que Jesús criticaba hoy en el Evangelio.  No podemos ser cristianos en determinados momentos y en otros no. 
Las palabras de Jesús van dirigidas a cada uno de los cristianos, pero muy especialmente a los que tienen cualquier tipo de responsabilidad en la fe de los demás.  Por ejemplo a esos papás que se dicen cristianos y que un día bautizaron a sus hijos y se comprometieron a educar en la fe a sus hijos y llegado el momento se ha olvidado de esta educación porque mintieron ante la comunidad y ahora les dicen a sus hijos que si quieren que vayan a la Iglesia y que si no quieren ir que no vayan.  ¿Qué seria si esto mismo lo aplicásemos a la escuela?  Decirles: “si quieres ir a la escuela ve y si no, no vayas”.
A los sacerdotes nos corresponde ofrecer una catequesis, preparar los programas, animar a los miembros de la comunidad a ejercer un apostolado, un servicio a Dios y a su Iglesia, pero a los papás cristianos les corresponde la responsabilidad de mandar a sus hijos a la catequesis y de interesarse por la formación cristiana de sus hijos, y también le corresponde a los papás preocuparse por la asistencia a misa de sus hijos.
Ahora bien, muchos padres, ¿cómo van a enviar a sus hijos a la catequesis o a misa si ellos no vienen nunca?
Hoy, estas palabras duras de Jesús, deberían hacer reflexionar a muchos padres y madres cristianas que han olvidado su cristianismo y su compromiso como educadores cristianos de sus hijos.
Pidamos, al Señor, que todos seamos capaces de vivir de acuerdo a nuestra fe.  Todos: los que tenemos responsabilidades en la Iglesia y en las familias.