XXXI
DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)
En este domingo, la Iglesia nos invita a una reflexión responsable
sobre la seriedad, la verdad y la coherencia de nuestro compromiso con Dios y
con el Reino.
La
1ª Lectura del Profeta Malaquías es
una dura advertencia a los Sacerdotes de esa época por su mal comportamiento y por la predicación de falsas doctrinas. Los sacerdotes de la Antigua
Alianza habían olvidado sus obligaciones como hombres de Dios. Rompieron el pacto hecho con Dios y en lugar
de guiar al pueblo por buenos caminos, lo descarriaban por senderos torcidos
que no conducían hasta Dios.
El Señor, les dijo a sus apóstoles que los
enviaba como ovejas en medio de lobos. Esta
es una difícil tarea para los sacerdotes.
Por eso no debemos extrañarnos que a veces fallemos como sacerdotes. Por ello este es un buen momento para que
pensemos que todos los fieles deben de echar siempre una mano a los
sacerdotes y que hay que rezar por ellos.
Para que seamos fieles a la misión que Dios nos ha encomendado y seamos
un estímulo para que todos hagamos el bien y nunca el mal.
Hay que esforzarse por comprender a los sacerdotes, por
perdonarlos, por ayudarlos, por animarlos a seguir con la ilusión del
primer día por el difícil camino del sacerdocio.
Para que esta Comunidad pueda alcanzar su
meta y llevar a cabo la misión del Señor, necesita de la colaboración de todos
sus miembros: sacerdotes y laicos.
Unos y otros tenemos una importante misión que realizar en la Iglesia de
Dios.
San Pablo, en la 2ª lectura, en su carta a
los Tesalonicenses, manifiesta su alegría
por la acogida que los Tesalonicenses dieron a su mensaje. Debido a ello les habla con gran ternura y
delicadeza. Pero también les manifiesta que ha trabajado y luchado fuertemente
para que la palabra de Dios realizara su fruto en aquella comunidad.
El amor a la comunidad lleva al sacerdote, a ofrecer lo más valioso
que tiene: Cristo, el Señor. El
amor a los fieles es lo que hace que el sacerdote no haga distinciones
de ninguna clase; que siempre predique la verdad, aunque, a veces, nos
incomode; que corrija a sus fieles cuando sea necesario; que cuando vea
algo indigno a los ojos de Dios, sepa ser exigente, ejerciendo su
autoridad como ministro de la Iglesia; que pida a sus fieles que se dejen
guiar en su vida por el Evangelio.
El Evangelio de san Mateo nos habla de la hipocresía. Todos hemos de evitar caer
en hipocresías, egoísmo y luchas de poder, pues todas estas actitudes dañan
fuertemente a las comunidades.
El Evangelio de hoy no sólo está dirigido solamente a nosotros, los que
tenemos responsabilidades en la
comunidad. Se dirige a todos, a
todos los que llevamos el nombre de cristianos.
Porque de hecho, todos los que llevamos el nombre de cristianos, todos
los que ahora estamos participando de esta Eucaristía, somos anunciadores del Evangelio, y por lo tanto tenemos el deber
de cumplir en nuestras vida lo que anunciamos.
Llamarse cristiano significa afirmar que creemos en Jesús, en lo que
nos ha dicho, en lo que nos ha enseñado; y significa que tenemos que vivir y
actuar como cristianos con palabras y con hechos. Si nos decimos cristianos pero vivimos como
si no lo fuéramos, estamos actuando como esos fariseos que Jesús criticaba hoy
en el Evangelio. No podemos ser cristianos en determinados momentos y en otros no.
Las palabras de Jesús van dirigidas a cada uno de los cristianos, pero
muy especialmente a los que tienen cualquier tipo de responsabilidad en la fe de los demás. Por ejemplo a esos papás que se dicen
cristianos y que un día bautizaron a sus hijos y se comprometieron a educar en
la fe a sus hijos y llegado el momento se
ha olvidado de esta educación porque mintieron ante la comunidad y ahora
les dicen a sus hijos que si quieren que vayan a la Iglesia y que si no quieren
ir que no vayan. ¿Qué seria si esto
mismo lo aplicásemos a la escuela?
Decirles: “si quieres ir a la
escuela ve y si no, no vayas”.
A los sacerdotes nos corresponde ofrecer una catequesis, preparar los
programas, animar a los miembros de la comunidad a ejercer un apostolado, un
servicio a Dios y a su Iglesia, pero a los papás cristianos les corresponde la responsabilidad de mandar a sus hijos a
la catequesis y de interesarse por la formación cristiana de sus hijos, y
también le corresponde a los papás preocuparse por la asistencia a misa de sus
hijos.
Ahora bien, muchos padres, ¿cómo van a enviar a sus hijos a la
catequesis o a misa si ellos no vienen nunca?
Hoy, estas palabras duras de
Jesús, deberían hacer reflexionar a muchos padres y madres cristianas que
han olvidado su cristianismo y su compromiso como educadores cristianos de sus
hijos.
Pidamos, al Señor, que todos seamos capaces de vivir de acuerdo a
nuestra fe. Todos: los que tenemos responsabilidades en la Iglesia y en las familias.