martes, 21 de noviembre de 2017


JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

Terminamos hoy el año litúrgico con la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo.  Las lecturas nos hablan del Reino de Dios.  El Reino de Dios es presentado como una realidad que Jesús sembró, que los discípulos estamos llamados a construir en la historia y que se realizará definitivamente en el mundo que ha de venir.

La 1ª lectura del profeta Ezequiel utiliza la figura del Buen Pastor para hablarnos de Dios y de su relación con su pueblo.

En el Antiguo Testamento al rey se le representaba muchas veces bajo la figura del pastor que debía hacer justicia de acuerdo a las necesidades de cada uno de las personas de su pueblo.  Sin embargo, esto no había sido así.  Por eso, el profeta Ezequiel señala al rey como el culpable de todos los males del pueblo.  Es por ello que Dios mismo se tiene que declarar como el único Rey del pueblo de Israel.

Dios no puede dar por bueno lo que no es bueno.  Dios no puede mirar a otro lado cuando unos pocos abusan de los débiles, indefensos y abandonados.  Dios es el que asegura que habrá justicia y que la última palabra la pronunciará Él.  Por eso habrá un juicio de Dios, y ese deseo de justicia que todos tenemos se hará realidad en el juicio final.

Mientras llega ese juicio final trabajemos todos por una sociedad más justa que es lo que todos anhelamos y es la meta que todos deseamos para vivir en un mundo más feliz.  Esto es lo que esperamos y deseamos de todas las autoridades: que hagan justicia igual para todos y que construyan un mundo más justo.  Y esto sólo será posible si todos: autoridades y pueblo vivimos la caridad cristiana, sólo así podremos crear un mundo justo.

La 2ª lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios nos dice que la meta final del hombre es el Reino de Dios.

Contrariamente a lo que suelen prometer las autoridades y gobernantes de este mundo, Cristo promete a sus discípulos, a quienes quieran pertenecer a su Reino: sufrimientos, persecuciones, duros trabajos, etc.  Parece que este no es un programa demasiado atractivo comparado con lo que ofrecen los gobernantes: triunfo, éxitos, puestos importantes, seguridad, comodidades, etc.  Pero hay algo especial que ofrece el mensaje de Jesús y que no pueden ofrecernos los demás.  Es lo que nos decía hoy san Pablo: “Cristo venció a la muerte”… “en Cristo todos volverán a la vida”

Con la destrucción de la muerte, Cristo ha destruido también todo poder y dominación del maligno en este mundo y así un día, cuando llegue la total purificación y destrucción de todo mal en el mundo, podremos reinar también nosotros con Cristo en el cielo para siempre.  Ese es nuestro destino, esa es nuestra meta: el Cielo.

El Evangelio de San Mateo nos habla hoy del encuentro de toda la humanidad con Jesús en su segunda venida, en el día del juicio final.

En el Reino de Jesús todos cabemos, todos estamos llamados a pertenecer a su Reino.  La única condición que nos pone Jesús es “amar a Dios con toda el alma y al prójimo como a nosotros mismos”.  Cuando Jesús venga al final de los tiempos, en su segunda venida Él nos va a juzgar en el amor ante los necesitados o en la indiferencia por los necesitados.  Seremos examinados en el amor.

Ese día, Dios nos preguntará: ¿Cuántos hemos amado en esta vida?, ¿Cuántas ofensas hemos perdonado? ¿Cuántas veces nos hemos puestos en los zapatos de nuestros hermanos, en sus preocupaciones, en su hambre humana y espiritual, en su enfermedad? porque como nos decía hoy el Señor “todo lo que hagamos por los necesitados, lo estamos haciendo por Él”

Vivimos en un mundo global, en el que todos los días somos testigos a través de los medios de comunicación de las grandes miserias que viven muchos seres humanos: imágenes de niños enfermos y hambrientos, el problema de los inmigrantes que van buscando mejores condiciones de vida, falta de trabajo, etc.  Si somos auténticamente solidarios, si somos auténticos cristianos ese panorama mundial tiene que hacernos daño, tiene que ser una llamada de atención a nuestras conciencias, no podemos vivir indiferentes ante tantos males que amenazan nuestro mundo.

Por ello, el Señor hoy también nos decía que son malditos todos aquellos que son los causantes de la pobreza de este mundo; son malditos los que ahora ríen y se lo pasan bien a costa de las lágrimas de otras personas.

Jesús fue “el hombre para los demás”.  Por eso, el Reino predicado por Jesús no es como los reinos de este mundo en el que vemos a tantos gobernantes que llenan sus bocas diciendo que están para servir a todos pero que a la hora de la verdad no cumplen sus promesas.

Tenemos que empezar, como cristianos, a ir construyendo el Reino de Dios en este mundo para vivirlo en plenitud en el Cielo y el Reino de Dios se construye con entrega y generosidad; en una palabra con el amor en las cosas grandes y en las cosas sencilla de nuestra vida, siendo solidarios de la misma pobreza de Cristo manifestada en la pobreza de nuestros hermanos los hombres.  Confesando y afirmando con nuestra fe que Jesús el centro de la historia, de la humanidad y del mundo entero.  Confesando que Jesucristo es nuestro Rey.