XXVI DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
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XXVI DOMINGO ORDINACIO (CICLO C)
La liturgia de este domingo nos propone, de
nuevo, la reflexión sobre nuestra relación con los bienes de este mundo
y cómo debemos comportarnos con todo aquello que nos es dado.
La 1ª lectura del profeta Amós es una denuncia
contra todas aquellas personas que viven ociosas, que tienen grandes lujos a
costa de explotar a los pobres y que no se preocupan mínimamente por el
sufrimiento y la miseria de los pobres.
Pensemos en las fiestas de los actores,
cantantes, políticos y personas importantes.
¿Cuánto no se gastan, no ya en la fiesta, sino en ropa, joyas, perfumes,
mientras hay gente que no tiene para vivir?
Pensemos en los gobernantes que malgastan el dinero público y que casi
nunca son enjuiciados porque siempre hay una manera de hacer que los delitos
prescriban.
Pensemos también en tantos trabajadores que
arriesgan su vida en obras peligrosas, porque el dueño no quiere gastar nada en
sistemas de seguridad; pensemos en aquellos que gana el sueldo mínimo,
trabajando duramente para que se enriquezca el patrón y que al llegar la hora
de pagar, no tiene para pagarle y le pide que se espere para cobrar la semana
siguiente.
Pero, pensemos también en nosotros mismos. ¿Cuántas veces no nos dejamos llevar por el
deseo de tener y compramos tantas cosas que no son necesarias? ¿Cuántas veces sacrificamos la economía de la
familia para pagar nuestros caprichos y no pensamos en el resto de la familia
que depende de nosotros para vivir?
Hoy, el profeta Amós nos recuerda lo que nos
puede pasar cuando vivimos preocupados, nada más, por el bienestar propio, y
demasiado olvidados de la solidaridad con los necesitados: calamidades y
desgracias.
La 2ª lectura de San Pablo a Timoteo es una invitación a
vivir como “hombres de Dios”, es decir a vivir seriamente nuestra
vida cristiana practicando las virtudes cristianas y guardando el “Mandamiento
de Cristo-Jesús”.
El “hombre de Dios” es el cristiano que
ama a los hermanos, que es justo, es alguien que no vive pensando nada más que
en él mismo, sino que vive para compartir, todo lo que es y lo que tiene, con
los hermanos.
El “hombre de Dios” es aquel que vive
con entusiasmo su fe, que ama a sus hermanos y que da testimonio de la
verdadera doctrina de Jesús; que no de
deja llevar por las modas o por los propios intereses.
Como cristianos, si queremos ser “hombres de
Dios”, debemos luchar constantemente por mantenernos fieles a nuestra fe en
un mundo que cada día más nos invita a dejar a un lado nuestra fe.
El Evangelio de San Lucas nos ha presentado la
parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.
El evangelio nos dice que estos dos hombres
vivían cerca el uno del otro, pero había un abismo inmenso imposible de
cruzar. Jesús condena el olvido, la
insensibilidad, la barrera que levantamos entre los seres humanos. Estos son dos hombres distanciados por la
insolidaridad y el egoísmo.
Hombres y mujeres creados por Dios para ser
hermanos, nos encontramos divididos por el dinero, por el poder, por el
prestigio, abriendo nosotros mismos esas brechas que a veces resultan
imposibles de cruzar.
El rico del evangelio piensa que sólo existe él
y los que disfrutan con él. Jesús nos
dice que no podemos vivir ignorando a los pobres. El que vive así termina convirtiendo su vida
en un fracaso. No podemos disfrutar de
los bienes materiales dando la espalda a los pobres porque esto es incompatible
con el reino de Dios.
Jesús nos dice hoy que cuando la riqueza
excluye a los demás, cuando no es un bien, cuando no ayuda a los seres humanos,
termina, la riqueza, por destruirnos y deshumanizarnos porque nos va
haciendo indiferentes e insolidarios ante las desgracias ajenas y nos crea una
verdadera ruina espiritual.
Cuantas personas hay ciegas porque no ven a los
necesitados, no son capaces de comprender sus angustias y esto termina
dividiendo y levantando barreras en la sociedad.
Todos somos hijos del mismo Padre, por lo
tanto, hermanos. No podemos habituarnos
a las desgracias de tantas personas que viven junto a nosotros y que sufren
necesidades y no darnos cuenta de este gran problema.
Nuestra
sociedad no puede avanzar, no puede buscar progreso ni bienestar olvidando el
sufrimiento de los más débiles y desafortunados.
Hay
tantos necesitados cerca de nosotros pero tan ignorados y olvidados como
Lázaro. No seamos sordos y ciegos ante las necesidades de tantos hermanos
nuestros.