III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)
Todos hemos experimentado, a lo largo de nuestra vida,
diferentes tipos de necesidades. Tenemos la necesidad de ser amados, de amar,
de tener cosas, la necesidad de descansar.
La Palabra de Dios, en este tercer domingo de Cuaresma, nos va a
iluminar sobre cuáles de estas necesidades son fundamentales para nuestra vida.
La 1ª lectura, del libro del Éxodo, terminaba diciendo: “¿Está el Señor entre
nosotros o no?”. Quizás alguna vez nos hemos hecho esta
pregunta. Quizá nos la hemos hecho ante
un momento de desengaño, o de soledad, o ante una desgracia. La respuesta es sí: Dios está con
nosotros, está a favor nuestro, nunca nos deja.
Todos nosotros, todos los días tenemos la experiencia
de un Dios que nos libera y nos salva, que está presente a nuestro lado, que
nos tiende la mano. Sin embargo en
nuestra vida, hay momentos que nos hacen dudar de la bondad de Dios, de su
amor, de su proyecto para salvarnos.
Sin embargo la Palabra de Dios nos dice que Dios nunca abandona a
nadie. Él está a nuestro lado, en
cada paso que damos, para ofrecernos gratuitamente y con amor el agua que calma
nuestra sed de vida y de felicidad.
La 1ª lectura nos muestra que habían sido los
israelitas los que habían abandonado a Dios, desesperados porque no tenían
agua. Nosotros también muchas veces
somos egoístas, cómodos, que nos pasamos la vida lamentándonos y
acusando a Dios y a los otros de las dificultades que la vida nos
trae. Y las dificultades no son un
castigo; son, muchas veces, parte de la pedagogía de Dios para fortalecernos,
para renovarnos, para madurarnos, para que seamos menos orgullosos y
autosuficientes.
La 2ª lectura, de San Pablo a los
Romanos, nos dice que Dios siempre nos acompaña a pesar de
nuestros pecados y de nuestras infidelidades.
Dios siempre nos ofrece de forma gratuita e incondicional su salvación.
No podemos permanecer indiferentes ante Dios y su amor.
Hoy hay personas que se preocupan más de los resultados de la liga de
futbol y de las votaciones de los diferentes concursos que hay en televisión
que de Dios y de su amor. Por ello, ya
es tiempo de que nos preocupemos de descubrir al Dios que nos ama, al
Dios que quiere nuestra felicidad plena y de que aceptemos el camino que Él nos
propone para alcanzar el cielo.
El
Evangelio de san Juan nos ha presentado el
episodio de la samaritana.
La mayoría de las personas le temen y huyen a la
soledad, a la tristeza, a una vida vacía, al sufrimiento y al dolor. Todos
deseamos ser felices. Diariamente,
incluso sin ser conscientes de ello, buscamos la felicidad y la buscamos dónde sea y como sea. Probamos lo que sea con tal de apagar nuestra
sed de felicidad.
La samaritana que va al pozo a buscar agua, representa
lo que nosotros diariamente hacemos en nuestra vida: buscamos continuamente un agua que apague una sed profunda, nuestra sed
de felicidad.
Pero una cosa es saciar esa sed definitivamente y otra
calmar nuestra sed momentáneamente.
Muchos creen que van a resolver su sed de felicidad como la samaritana: “llenando” su vida, su vacío interior, su deseo de ser felices, con la compañía de
un hombre o de una mujer, o buscando seguridad en la vida, o buscando afecto en
ciertas relaciones personales. Hay
tantas personas que si no encuentran agua en un “pozo” y fracasan, buscan saciar su sed en otro “pozo”.
Así andan de pozo en pozo, sin saber cómo resolver verdaderamente esa
sed de felicidad.
Estas personas que buscan la felicidad por caminos
equivocados lo único que hacen es vivir llenando
vacíos y “tapando huecos” de día en día, buscando llenar ese vacío de
felicidad con experiencias que lejos de apagar la sed lo que hacen es aumentar
cada día más su falta de felicidad.
¿Cómo podemos saciar definitivamente nuestra sed de
felicidad? Cristo, en el evangelio de
hoy, nos invita a acudir a Él. El Señor
no sólo tiene la respuesta: ¡Él es la
Respuesta! Jesús nos dice: “el que
beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás”
La sed de felicidad que todo ser humano experimenta,
es en realidad una sed de Dios y por
lo tanto, no podrá ser saciada sino solamente en Dios.
Que Cristo sea la fuente de nuestra felicidad no
significa que renunciemos a las fuentes de alegría que Dios lícitamente ha
querido que disfrutemos en nuestra vida.
Pero tampoco se trata de quedarnos en ellas, o de agarrarnos a ellas
cuando Dios nos pide dar un paso más.
Hoy Jesús nos invita a volver a Dios. Él es la fuente de donde nos vienen tantas
alegrías, por eso debemos darle gracias y buscar en Él esa agua viva que apague
definitivamente, por toda la eternidad, nuestra sed de felicidad.