lunes, 13 de abril de 2020

II DOMINGO DE PASCUA (CICLO A)


Estamos en el segundo domingo de Pascua, celebrando la resurrección de Jesús.   A este domingo se le llama el domingo “de la Divina Misericordia”.  Se le llama así porque en el evangelio de hoy Jesús da a su Iglesia el poder de perdonar los pecados, manifestando así la misericordia de Dios para con nosotros.

La 1ª lectura de los Hechos de los Apóstoles, nos ha contado cómo vivían los primeros cristianos: éstos acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los apóstoles, lo tenían todo en común, y se reunían para orar en común y celebrar la Eucaristía.

Los primeros cristianos acudían a aprender cada día más sobre Jesucristo, ellos que se habían convertido a Cristo querían saber sobre todo lo que se refería a la muerte y resurrección de Jesús, querían saber quién es Jesús, qué hizo, a qué vino.  ¿Qué hacemos nosotros para escuchar las enseñanzas de los apóstoles?  ¿Enviamos a los niños a la catequesis? ¿Acudimos a los diferentes grupos de formación y evangelización que existen en la parroquia?  Hoy nos quieren imponer una manera de ser y de pensar, que muchas veces no tiene nada que ver con la enseñanza de la Iglesia, por ello debemos esforzarnos por conocer más a fondo la enseñanza de la Iglesia.

Más tarde esa comunidad cristiana descubre que Cristo es el que da sentido a sus vidas y por eso ellos, ven que su vida tiene que cambiar y por eso lo tenían en común todo, y tenerlo todo en común no era solo que tuvieran la misma fe, sino hasta los bienes materiales.  Nosotros, ¿ayudamos a los necesitados de nuestra comunidad? ¿Colaboramos con las ayudas mensuales de nuestra parroquia?

Los primeros cristianos oraban al Señor con una oración de reconocimiento de que Cristo era el centro de sus vidas, y porque así lo sentían y así lo vivían, podían celebrar la Eucaristía, signo de que vivían como una auténtica comunidad, y por medio de la cual hacían a Cristo presente en medio de ellos.  ¿Cómo oramos nosotros? ¿Cómo celebramos la Eucaristía? Los cristianos tenemos que conocernos mutuamente como cristianos y tenemos necesidad de encontrarnos para confortarnos y animarnos en la fe.

Hemos de preguntarnos hoy cómo es nuestra comunidad parroquial, si de verdad somos una comunidad de hermanos que vivimos en el amor, o somos un grupo de personas aisladas, en el que cada uno defiende sus propios intereses, aunque esto suponga ofender al resto de los hermanos.

La 2ª lectura, de la 1ª carta de san Pedro, nos invita a vivir la vida con esperanza a pesar de los sufrimientos.  El sufrimiento nos puede ayudar a madurar como personas, a dejar atrás el orgullo y la autosuficiencia, a confiar más en Dios, por eso estamos invitados a vivir la vida con esperanza y a poner nuestros ojos en la salvación que Dios nos ofrece, para ello hay que confiar mucho más en Dios y en su amor.

El Evangelio de san Juan nos ha presentado la figura del Tomás, el discípulo que pide pruebas para creer en Jesús resucitado.

La incredulidad de Tomás viene de que una persona separada de la comunidad no puede vivir su fe, no puede creer en Jesús.  Cuántas personas creen que pueden vivir su fe por libe, sin tener una relación con la comunidad, con la Iglesia; sin estar injertado en la comunidad no hay una fe comprometida.

Tomás después de la muerte de Jesús, ha dejado la comunidad.  Tomás se regresa a su casa, sólo y desanimado. Como Tomás, también muchos han dejado el grupo, la Iglesia, el apostolado.  Algunos se han ido, quizás decepcionados porque no encontraron alivio a sus problemas, o no encontraron un sentido para sus vidas; otros se han alejado simplemente por comodidad, porque no quisieron compromisos.  Estas personas han vuelto de nuevo a la soledad, a encerrarse en sus casas, en su trabajo, incapaces de compartir con otros lo que somos.

Esta personas también han visto al Señor, pero necesitan hacer un esfuerzo por volver de nuevo a la Iglesia, al grupo, al apostolado, porque es aquí, en la Iglesia, en la comunidad, donde Cristo nos va a mostrar sus heridas, las heridas producidas por los creyentes que no son coherentes con su fe, las heridas producidas por la insolidaridad del mundo, las heridas producidas por las injusticias.

Sin formar parte de la Iglesia, sin Jesús, estaremos secos y estériles, incapaces de encontrar la vida en plenitud; sin Jesús seremos un rebaño asustado, incapaz de enfrentarnos al mundo, sin Jesús estaremos divididos, en conflictos y no seremos comunidad de hermanos.  Sin Iglesia, sin comunidad no se puede vivir la fe.