SANTÍSIMA TRINIDAD (CICLO A)
El domingo pasado terminábamos el tiempo de
Pascua, y esta semana al comenzar la segunda parte del Tiempo Ordinario lo
celebramos con una fiesta también solemne, que es la Santísima Trinidad. Es el misterio central de nuestra fe. El
misterio de la Santísima Trinidad es el misterio de un solo Dios en tres Personas.
En
la 1ª lectura, del libro del Éxodo,
vemos cómo Dios se muestra como Padre.
Moisés habla con Dios-Padre y le pide dos cosas importantes: una, que
perdone la infidelidad del pueblo a la alianza que había hecho con Dios; y la
otra, que Dios los acompañe en su peregrinación por el desierto. Y este Dios Padre se muestra compasivo
y misericordioso, que concede siempre su favor a los que confían en Él.
Aunque
nos equivoquemos, aunque pequemos, y tantas veces nos alejemos de Dios, Dios
no nos abandona, siempre nos acompaña y se hace presente en nuestra vida y
camina a nuestro lado. El amor de Dios por nosotros es gratuito y libre. Por ello ante este Dios Padre, nosotros
debemos de tener una actitud de agradecimiento, de adoración, de contemplación
y hemos de darle gloria y alabanza a Dios por los siglos.
La
2ª lectura, de la 2ª carta de San Pablo a los Corintios, terminaba con el saludo litúrgico trinitario que usamos en todas
nuestras celebraciones: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios
y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros”. Como comunidad
cristiana estamos invitados a descubrir que Dios es amor. La fórmula “Padre, Hijo y Espíritu Santo” expresa
esa realidad de Dios como amor, como familia, como comunidad.
Como
bautizados estamos llamados a formar una comunidad de amor. Nuestro fin en esta tierra es pertenecer a la
familia trinitaria. Estamos llamados a
vivir una vida comunitaria. Nuestra
relación con los hermanos debe reflejar el amor, la ternura, la misericordia,
la bondad, el perdón, el servicio, que son las consecuencias prácticas de
nuestro compromiso con la comunidad trinitaria.
El Evangelio de san
Juan nos decía: “Tanto amó
Dios al mundo…”
La vida de la Trinidad es una vida de amor. Y el amor es sinónimo de entrega, donación y
diálogo.
Dios Padre es el que desde siempre nos ha amado. Él es la fuente del amor.
El
Hijo se hizo hombre por amor a
nosotros, murió en la cruz, como máxima expresión de amor por la humanidad.
El
Espíritu Santo es el fuego que enciende en nosotros el amor, para que podamos nosotros
amarnos como se aman entre sí Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Nuestra vida, es una vida trinitaria de principio a
fin. Toda nuestra vida está marcada y
orientada por el amor de Dios.
En nuestro bautismo fuimos signados y bautizados “en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Ya desde el principio de nuestra
existencia fuimos envueltos por el amor de Dios.
En la celebración de la Eucaristía, al principio nos
santiguamos en su nombre, el sacerdote nos saluda en su nombre y al final nos
bendice también en el nombre de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Durante la misa cantamos el Gloria y el Credo,
centrados en la actuación de las tres divinas Personas; y el sacerdote, en
nombre de la comunidad, siempre dirige la oración al Padre, por medio de Cristo
y en el Espíritu.
En la alabanza final de la Plegaria Eucarística, se
dice solemnemente cuál es la dirección de toda nuestra oración: “por Cristo,
con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria”.
¿Cuántas veces, durante nuestra vida, nos
santiguamos en el nombre del Dios Trino, recordando nuestra pertenencia a Él?
¿Cuántas veces rezamos esa breve y densa oración que
es el “Gloria al Padre”, como
resumen de nuestras mejores actitudes de fe?
Realmente se puede decir que todos “somos
trinitarios”, que estamos invadidos del amor y la cercanía y la vida de ese
Dios Trino. Eso es lo que puede darnos fuerzas para seguir con confianza el
camino de Jesús en nuestra vida.
Nosotros
creemos en un Dios trinitario: tres personas distintas, un solo Dios
verdadero. Estamos ante un
misterio que nuestra inteligencia humana no puede resolver ni comprender.