El mensaje que nos quiere transmitir las lecturas de este domingo es que Dios nos ha elegido, nos ha invitado a entrar en comunión con Él, a gozar de su salvación.
La 1ª lectura del profeta Isaías nos habla de un banquete donde Dios nos dará su paz y secará las lágrimas de nuestros ojos.
Hoy como ayer, el mundo nos ofrece muchos supuestos “salvadores” de todos nuestros problemas, por eso el profeta Isaías nos llama a la esperanza porque sabemos que Dios nos va a salvar y podremos celebrar gozosos con Él nuestra salvación.
Dios tiene un proyecto de vida para cada uno de nosotros, y ese proyecto de vida es para todos, nadie queda excluido, a no ser que él no quiera. Hay personas que piensan que Dios nos ha abandonado, y no es así. Nosotros sus hijos no somos una humanidad abandonada a su suerte, somos personas a las que Dios ama, a quienes invita a formar parte de su familia y a quienes ofrece la vida plena y definitiva. Tenemos que tomar conciencia de que no vamos solos por el mundo, Dios nos acompaña, por eso hemos de tener esperanza y confianza en nuestro caminar por esta tierra.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Filipenses, es una llamada a la solidaridad en las necesidades básicas.
Dios nos recompensa ampliamente cuando ayudamos a los necesitados. Hemos de compartir no sólo el Evangelio sino también nuestra ayuda material con los que menos tienen.
Nos decía también San Pablo: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”. Aunque tengamos problemas y tentaciones, podemos vencerlas porque tenemos con nosotros, en nosotros, a Jesucristo que es nuestra fuerza.
La fuerza de Cristo nos da el poder para cumplir con nuestras obligaciones diarias; la fuerza de Cristo nos da la paciencia para soportar las adversidades. Una persona que ama la justicia y la verdad tiene siempre que soportar adversidades de todo tipo; tiene que soportar incomprensiones y ataques de los enemigos.
La fuerza de Cristo nos da el valor para vencer nuestros miedos y desconfianzas. No tenemos que tener miedo de luchar por el bien. Con Cristo hay esperanza para nosotros y para nuestro mundo, para un mundo mejor.
La fuerza de Cristo nos da nos da las energías
para cumplir con nuestra misión en la vida.
Cada uno tiene su propia misión en esta vida y no siempre sentimos la
fuerza para llevarla a cabo y es Cristo el que nos fortalece para no caer. Todo lo podemos, si estamos unidos a
Cristo.
El Evangelio de San Mateo nos presentaba la parábola del banquete de bodas.
El Reino de Dios es como un banquete de bodas, como una fiesta. Dios quiere que todos participemos plenamente de la alegría, de la vida, que seamos felices de verdad. Dios nos llama a la vida y a la alegría.
Dios nos llama, nos invita, pero siempre estamos ocupados para Dios. Nuestro teléfono da siempre ocupado cuando Dios llama. Como en la parábola, nos justificamos para no responder a esta invitación que Dios nos hace y ponemos excusas diciendo que tenemos cosas más importantes que hacer. Siempre estamos ocupados para Dios.
Dios nos llama y en vez de atender su invitación, le damos la espalda. Dios nos ofrece la oportunidad de ir a su fiesta y de tener la felicidad para siempre, y... ¿cómo respondemos? ¿No preferimos los negocios temporales a las invitaciones eternas? ¿No preferimos los banquetes de la tierra al Banquete Celestial?
En nuestra vida diaria hay muchas cosas que nos hacen
estar siempre ocupados: el deseo de ganar mucho dinero para tener una vida
mejor, el deporte, la televisión, el estudio, etc., ¡De qué manera nos
entregamos a las cosas del mundo, las cuales nos absorben tanto, que no nos
queda tiempo para atender a Dios!
Puede ocurrir también que aceptemos la invitación del Señor pero no llevemos el traje de fiesta. ¿Y cuál es ese traje de fiesta? Es el vestido del amor y de la aceptación. No podemos excluir a nadie de nuestro corazón.
Cerrar la puerta a los demás, no acogerlos bien, es rechazar el banquete de Jesús, es ir sin el vestido de fiesta, porque la fiesta de Jesús es el amor y el perdón.
No
seamos sordos a la invitación divina, no dejemos pasar ocasión alguna de
aceptar lo que nos ofrece. Aunque por ello tengamos que privarnos de otra cosa,
estemos convencidos de que al final siempre saldremos ganando.