III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO B)
La Cuaresma es un tiempo de conversión y renovación. Dios siempre está preocupado por conducirnos a una vida nueva, por eso las lecturas de hoy nos hablan de lo que tenemos que hacer para alcanzar la vida nueva que Dios nos ha prometido.
La 1ª lectura del libro del Éxodo nos trae la formulación de los diez mandamientos. Los 10 Mandamientos nos manifiestan la preocupación de Dios por orientar la conducta de su pueblo por el buen camino.
Cuando se piensa hoy en día en “ley”, en “mandamientos”, inmediatamente se nos ocurre pensar en restricciones a la libertad que ¡tanto! apreciamos y defendemos. Y no es así. Como nos dice el Salmo de hoy: “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma… y alegran el corazón… y da luz a los ojos”.
Los 10 mandamientos son “¡leyes de vida y de libertad! Si el pueblo observa la Ley de Dios, conocerá la libertad para siempre”. Si revisamos bien los Diez Mandamientos, éstos son, como dice el Salmo, una guía invalorable para andar en el camino. Son una síntesis del amor a Dios y del amor al prójimo, y contienen exigencias mínimas para que la sociedad funcione debidamente.
Los 10 Mandamientos: “salvan al ser humano de la fuerza destructiva del egoísmo, del odio y del engaño. Nos libran de la codicia de poder y de placer que altera el orden de la justicia y degrada nuestra dignidad y la de nuestro prójimo”.
Los primeros mandamientos, regulan las relaciones del pueblo con Dios: Él será el único Dios; ninguna imagen podrá sustituirlo; su nombre será respetado; se le consagrará un día de descanso semanalmente. Los restantes mandamientos regulan la convivencia entre los miembros del pueblo: el respeto a los padres, a la vida, a la relación hombre-mujer, a los bienes y a la fama. Todo ello basado, no solamente en unas “medidas de buena convivencia social”, sino en la fe en un Dios único que pone las bases a un código moral de respeto mutuo y de salvación.
Dios nos hizo libres: para escoger el bien en cada situación, no para elegir el mal. Y los Mandamientos de Dios son esa guía hacia el bien. Y siguen vigentes hoy y siempre, porque la Ley de Dios, como nos dice el Salmo, “es santa y para siempre estable”.
La 2ª lectura, de San Pablo a los Corintios, nos invita a descubrir que la salvación, la felicidad no se encuentra en el poder, en la riqueza o ser importantes ante el mundo, sino en la aceptación de la cruz, es decir, en amar, en poner nuestra vida al servicio de los sencillos y humildes.
Los seres humanos buscamos, muchas veces, seguir a líderes vencedores, que se imponen a la fuerza y que muestran su poder y su sabiduría, a veces incluso con prepotencia; sin embargo, Dios se nos muestra en la figura de Jesús, abandonado por sus amigos, condenado por las autoridades y muerto en la cruz. Si Dios se manifiesta así, no busquemos nosotros ser importantes, ni tener autoridad, ni ser protagonistas; busquemos el escándalo de la cruz para obtener la felicidad y la vida en plenitud.
El Evangelio de san Juan nos presenta a Jesús expulsando a los vendedores del templo. Este evangelio de hoy es para criticar cierto tipo de religiosidad. No se viene a la Iglesia para obtener una especie de impunidad, para comprar un buen puesto de seguridad. Hay que convertirse.
Con Dios no se comercia. No se enderezan las cosas equivocadas, rezando un padrenuestro. Las cosas incorrectas sólo se enderezan mejorándolas.
En el mercantilismo religioso caemos todos. Qué son si no esas promesas que hacemos de dar una limosna, de comulgar todos los días una temporada, de dejar de beber, Si… nos sale bien un examen, un negocio, un asunto cualquiera. Y a que vienen nuestros enfados con Dios cuando no nos concede lo que le pedimos. Enfados que mostramos en esas frases tan repetidas: “con lo que se lo he pedido al Señor y no me oye”. Y esos enfados nos separan del Señor.
No está mal pedir, “pedid y recibiréis”, dice el Señor, pero no podemos convertir a Dios en una gran tienda en la que en cada sección encontramos lo que buscamos. Si fuéramos a visitar a nuestros padres sólo cuando vamos a pedirles dinero, seríamos unos aprovechados y poco amor verdadero habría allí.
No se puede venir a la Iglesia y después continuar robando, explotando, levantando falsos contra el prójimo. No se puede ser sincero con Dios cuando se engaña a los semejantes. Dios no acepta que estemos hincados de rodillas en la iglesia, si después pisoteamos la justicia. No se va a la Iglesia para huir de esta vida, sino para tomar conciencia de nuestras responsabilidades.
Un culto a Dios que no esté basado en la justicia, la honradez y la caridad hacia el prójimo, es un culto falso y mentiroso.
Jesús quiere desenmascarar la hipocresía de muchas actitudes religiosas. Jesús quiere que modifiquemos nuestra conducta, que le demos a Dios un culto verdadero. Nosotros no somos perfectos, pero Jesús nos pide que seamos sinceros en nuestra relación con Dios.