lunes, 28 de junio de 2021

 

XIV DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo son una invitación a tener fe, de verdad, en Dios, a confiar en Él. La increencia, la falta de fe, no es un fenómeno de hoy, ya en tiempos de Jesús también se daba; pero hay que resaltar que la sociedad de hoy tiene una mayor abundancia de indiferencia religiosa.

La 1ª lectura del profeta Ezequiel nos dice que el pueblo de Israel es caprichoso, obstinado y rebelde para con Dios y su mensaje; es decir, el pueblo de Israel no hacía caso de la voluntad de Dios, prefería seguir sus propios caminos.

Nosotros también somos muchas veces rebeldes para con Dios, somos rebeldes para obedecerlo y por ello nuestra sociedad cada vez más es también una sociedad rebelde contra la voluntad de Dios; una sociedad que cada vez se está alejando más de los mandamientos de Dios.

Pareciera que existe una lucha constante entre Dios y nosotros: le ofrecemos a Dios buenas palabras y Él obtiene malas obras; le hacemos a Dios buenos propósitos y demasiadas veces no los cumplimos.  Y Dios sigue esperándonos y enviándonos mensajes para que volvamos al buen camino.

¡Cuántas veces ofendemos la santidad de Dios por nuestros pecados y rebeldías!  Y sin embargo, el Señor sigue enviándonos profetas y dándonos mensajes para que no nos olvidemos que nos está esperando.

No seamos rebeldes a la voluntad y a los planes de Dios, no sustituyamos a Dios por ídolos que lo único que hacen es conducir nuestra vida hacia la perdición.

La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios, hace alusión a una enfermedad, a una gran tentación que sufre san Pablo: “Para que no me engría, se me ha dado una espina en la carne”

Hay muchas personas que presumen de que todo lo hacen bien.  Muchas veces tenemos la tentación de creernos mejores que los demás, de pensar que somos indispensables, e incluso hasta llegamos a pensar que el mundo iría muy mal si nosotros no existiéramos, es decir nos creemos los mejores e imprescindibles.  El que tiene esa imagen de sí mismo, el orgulloso, es incapaz de reconocer la fuerza de Dios.

Dios no utiliza métodos espectaculares para mostrarse e imponerse a los seres humanos, sino que casi siempre Dios utiliza la debilidad y la sencillez para darnos a conocer sus caminos.

Nosotros nos dejamos impresionar por los grandes espectáculos; nos dejamos impresionar más por la botella, por el envase que por el contenido y por eso muchas veces no captamos la presencia humilde, sencilla, débil de hacerse presente Dios en nuestra vida.

Necesitamos aprender a mirar al mundo, a los hombres y a las cosas con los ojos de Dios y a descubrir a ese Dios que, en la debilidad, en la sencillez, en la pobreza, en la fragilidad, viene a nuestro encuentro y nos indica los caminos de la vida. 

El evangelio de san Marcos nos muestra la actitud de sus paisanos de no reconocer a Jesús porque se muestra como un hombre sencillo y humilde. 

Sus paisanos despreciaron a Jesús, al hombre sencillo diciendo¿no es éste el carpintero, el hijo de María?  

Nosotros también decimos: “tanto tienes, tanto vales”.  Medimos el valor de las personas por el peso de su cartera, por los títulos académicos que pueda presumir, por el poder que tiene, por el número de trabajadores a los que puede mandar, por la familia de la que procede, y últimamente por las veces que sale en televisión.

A quien no tiene nada de eso no lo escuchamos.  No lo tomamos en cuenta, aunque sea una persona buena.  Jesús tuvo que soportar las consecuencias de esta manera de pensar.

Pero no puede ser así, no podemos mirar a nadie por encima del hombro, pues quizás al infravalorar a la persona descubramos después que hemos despreciado a Dios. Cada hombre es único e irrepetible, cada hombre es un misterio de profundidad inalcanzable. No nos dejemos llevar por nuestros prejuicios sobre las personas y aprovechemos lo bueno que todo ser humano tiene.