XVII DOMINGO ORDINARIO(CICLO B)
La liturgia de este domingo nos muestra la preocupación de Dios por saciar el “hambre” de pan, de libertad, de justicia, de paz y de esperanza que tenemos todos los seres humanos.
La 1ª lectura del segundo libro de los Reyes, nos muestra al profeta Eliseo compartiendo su pan con los necesitados.
Hay en el mundo muchos hombres y mujeres generosos, que sin publicidad, tienen gestos de compartir, de solidaridad, de entrega hacia los más necesitados. Y es a través de estas personas como Dios manifiesta su misericordia con los necesitados.
Dios quiere acabar con el hambre del mundo, por ello la primera lectura nos invita a todos al compromiso. Dios necesita de todos nosotros, de nuestra generosidad y bondad para ir al encuentro de nuestros hermanos necesitados y para ofrecerles vida en abundancia.
Todos tenemos cosas que podemos compartir, sea en lo económico, en lo cultura, en lo religioso. Siempre vamos a encontrar personas que pasan alguna clase de hambre y se sienten solas. No siempre es dinero lo que piden, muchas veces es atención, tiempo, compañía, una mano amiga. No hay que ser rico para compartir.
La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios, nos da un mensaje de paz, de unidad y de concordia, tan necesarios hoy para nuestra sociedad y nuestro mundo.
Todos los cristianos formamos el “Cuerpo de Cristo”, Él es la cabeza, nosotros somos los miembros de esa cabeza, es decir, formamos una unidad. Por ello, no tienen sentido las divisiones, las envidias, las rivalidades, los celos, los odios que tantas veces dividen a los hermanos de una misma comunidad.
El que seamos personas diferentes, que pensemos de diferente manera no nos tiene que llevar a conflictos y divisiones sino a una unidad, construida en el respeto y la tolerancia. La diversidad es un valor bueno que no debe anular la unidad y el amor a los hermanos.
El evangelio de san Juan, nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y de los pescados.
Nosotros estamos más acostumbrados al intercambio: doy para que me den.
Mientras sólo demos las sobras de lo que tenemos, nunca conseguiremos que haya para todos. Mientras no nos eduquemos para compartir, como mucho llegaremos a tranquilizar con engaño nuestra conciencia, pero continuará faltando el pan para muchos.
Y lo que vale para los bienes materiales, también lo podemos decir de nuestras aptitudes y cualidades. Demasiado a menudo decimos expresiones como: “pobre de mí, si soy tan poca cosa”… “eso tiene que hacerlo gente preparada y no como yo”, y decimos otras cosas parecidas para ahorrarnos el perder la tranquilidad de nuestro ir haciendo. Y, así, olvidamos que todos podemos aportar algo al bien del conjunto de cosas que, tarde o temprano, se encontrarán a faltar.
Jesús quiere un pueblo de personas libres, que sepan compartir todo lo que son y tienen (no importa la cantidad, sino la calidad) para que todos puedan crecer en humanidad. Jesús quiere un pueblo de personas que, porque creen en Dios, asumen plenamente su responsabilidad en el mundo; personas que, porque sólo obedecen a Dios, se hacen servidores de todos.
Y lo que quiere Jesús, es que lo que quiere Dios nuestro Padre, choca con lo que quiere la gente. La gente quiere alguien sobre el que pueda descargar la propia responsabilidad; buscan a alguien que les pueda solucionar los problemas, les ahorre, así, tener que utilizar la cabeza y las manos; prefieren seguir unas normas claras y definidas dictadas por un líder indiscutible, antes que actuar con generosidad y amor.
Jesús se retira solo a la montaña precisamente porque no quiere poder. Él es fiel a su misión, que cosiste en formar un pueblo libre de verdaderos hijos de Dios que piensen y actúen por sí mismos.
La comunidad sólo se podrá formar de personas libres. Una comunidad con “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos”.
SANTIAGO APÓSTOL
¿Qué tendrá el corazón humano que se aferra a las cosas materiales? Dicen que el poder y el dinero, sin que el hombre se dé cuenta, lo condicionan, lo manipulan y le dan la sensación de que es él quien manda.
Al celebrar este día la fiesta de Santiago, Apóstol, el evangelista San Mateo nos da la oportunidad para comprobar que aun entre los discípulos de Jesús se daban estas ambiciones y estos deseos. Por una parte la madre de Santiago y Juan, está pidiendo que sean ellos los que estén en los primeros lugares, pero enseguida aparecen las rivalidades en los reclamos de los otros discípulos. No han entendido lo que Cristo busca y aunque lo van siguiendo de cerca, aún albergan en su corazón los deseos de grandeza, de poder y de bienes. Son situaciones que también se dan en nuestras familias, en nuestras comunidades y en la misma Iglesia.
Tendremos que estar muy atentos. Las familias sufren cuando no se da el primer lugar a las personas y sus miembros parecen pasar a segundo término importando más los negocios, el gusto o las decisiones egoístas de los papás.
No es raro que una familia acabe destruida por los pleitos y envidias a causa de las herencias, de las preferencias o de los bienes. También en nuestras comunidades el dinero y el deseo de autoridad suelen causar graves destrozos.
Si nosotros como Iglesia no somos capaces de tomar en serio las palabras de Jesús respecto a ser servidores, si anteponemos nuestra autoridad o nuestros caprichos, estaremos también destruyendo la obra de Jesús.
Hoy son igualmente válidas sus palabras: “Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande que sea el que los sirva”. Si el discípulo se hace servidor, si está dispuesto y atento a las necesidades de los demás, si es capaz de mirar en cada ser humano, una persona y un hijo de Dios a quien servir, estaremos siguiendo el camino de Jesús.
La acusación que Jesús hace a las naciones de destrucción y de pleitos que tiranizan y oprimen, también hoy tiene su actualidad. También hoy se dan estas injusticias y necesitamos igual que Jesús, seguir insistiendo en el derecho de los pequeños a ser tratados con dignidad y con justicia. Si callamos, seremos cómplices de estas injusticias.
¿Cómo es nuestro servicio y nuestra disposición? ¿Qué buscamos realmente en nuestro corazón?