martes, 2 de noviembre de 2021

 

XXXII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo son una invitación a que seamos auténticos, coherentes, personas con una vida interior.  Podemos vivir una vida de apariencias, preocupados por lo que piense la gente, o podemos vivir una vida auténtica, llena de riqueza interior.

La 1ª lectura del primer libro de los Reyes nos presentó al profeta Elías que le pide agua a una viuda pobre que estaba recogiendo leña.  Después, el profeta Elías le pide también pan.  La viuda protesta, pero Elías insiste.  La mujer obedece y se realiza el milagro.

Que importante es tener fe, esperar contra toda esperanza.  Aceptar los planes de Dios, por muy extraños que sean.  Cuando obedecemos a Dios, cuando aceptamos la voluntad de Dios, podemos superar cualquier desgracia que estemos viviendo.

Esta pobre viuda se olvidó por un momento del hambre y se dispuso a entregar lo que Dios le pedía por medio del profeta.  Y entonces “la orza de harina no se vació ni la alcuza de aceite se agotó”

Esta mujer dio todo lo que tenía, hasta quedarse ni nada.  Nosotros hemos de dar lo que más podamos.  Y mientras más demos, mayor será nuestra recompensa.  Lo poco que demos se nos devolverá triplicado por Dios.  Claro que lo que mejor podemos darle a Dios es entregarle nuestra propia persona, darle nuestro tiempo, darle nuestro corazón.

Debemos aprender a desprendernos de todo aquello que puede atar nuestro corazón y que pueda impedirnos acoger los retos y propuestas de Dios.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos dice que Cristo vino a este mundo a liberar al hombre de las cadenas del egoísmo y del pecado.

Cristo se entregó por nosotros y derramó su sangre por nuestros pecados.  Por lo tanto ya no son necesarios los sacrificios de animales como se hacía en el Antiguo Testamento, porque dichos sacrificios no valen para nada. 

Es por ello, que debemos evitar el pecado en nuestra vida.  Esto no quiere decir que el pecado no siga existiendo en el corazón humano, pero el pecado no debe triunfar sobre este mundo, ni sobre nuestro corazón.  El mal ha sido vencido por la muerte de Cristo.  Este mundo, se acabará un día y entonces el pecado habrá desaparecido.  Pero mientras vivimos y este mundo sea mundo, tenemos la fuerza de Cristo para vencer el pecado.  Hemos de esforzarnos en vivir en gracia de Dios y no en pecado.

El Evangelio de san Marcos nos habla hoy de la virtud de la generosidad.

Jesús no admira el dinero que echan a las alcancías los poderosos e importantes de este mundo, a Jesús le conmueve la generosidad de la pobre mujer que da dos monedas, lo que tenía para vivir.

En nuestro mundo no es fácil comprender el sufrimiento de los necesitados y resulta difícil dar gratuitamente.  Se hace difícil la generosidad.  Siempre tenemos una excusa para no compartir lo nuestro, para no compartir lo que hemos ganado honradamente.  Y nos olvidamos que los bienes de este mundo han sido dados por Dios para que todos tengan lo necesario para vivir con dignidad.

Es posible que tengamos que dar de nuestros bienes por obligación legal, por ejemplo, pagando los impuestos.  Pero pagar impuestos no quiere decir que seamos generosos.  El Evangelio nos invita a pensar en nuestra generosidad, a pensar en lo que damos y cómo lo damos. Si tenemos o no un espíritu generoso.

¿Damos de lo que nos sobra, o como la pobre del evangelio, damos de lo necesario para vivir?  ¿Damos a Cáritas esa ropa que impide que sigamos llenando nuestro armario de más ropa?  Mientras des solo el tiempo que te sobra, las monedas que te sobran y te mo­lestan por su peso en la bolsa, mientras des las sobras de todo lo de tu vida, no puedes esperar nada que pueda llenar ni tu vida, ni los amores de tu co­razón.

Cada uno sabe cuánto y cómo da, damos sin duda, pero ¿llegamos a ser generosos? Nuestra verdadera grandeza no se mide ni por los bienes que hayamos conseguido acumular, ni por los conocimientos que tengamos, ni por el éxito social alcanzado, sino por nuestra disposición para servir y ayudar a otros a ser más humanos, a vivir.

La generosidad es elegancia del espíritu, aunque esté poco de moda. Por eso cobra especial importancia la invitación del Evangelio a valorar a las personas por su capacidad de servicio y solidaridad.

Pensemos hoy en lo que damos y en cómo lo damos. No lo olvidemos: el dar generoso enriquece nuestro espíritu, aunque nuestras manos queden vacías.