lunes, 13 de diciembre de 2021

 

IV DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO C)

Celebramos el último domingo de Adviento y la liturgia nos propone a María como modelo de fe y de esperanza en el Señor.  Igual que ella se preparó para recibir a Jesús, así nos tenemos que preparar nosotros.

La 1ª lectura del profeta Miqueas nos dice que del pueblito de Belén nacerá el Mesías que viene a traernos la paz y la liberación.

Ahora que se acerca la Navidad, hemos de preparar nuestro corazón para celebrar con gozo y profundidad la venida del Liberador. Para ello, mientras que mucha gente se preocupa únicamente de comprar, regalar, felicitar, preparar su casa y adornarla, programar comidas y viajes, nosotros, sin despreciar nada de todo aquello, pondremos nuestra determinación más generosa en prepararnos nosotros mismos por dentro, mientras pedimos con perseverancia al Señor que nos renueve y nos permita ver el resplandor de su mirada, para que seamos salvados.

A pesar del egoísmo y del pecado de los hombres, Dios continúa preocupándose por nosotros, queriéndonos indicar qué caminos recorrer para encontrar la felicidad.

La 2ª lectura de la carta a los hebreos nos propone algo esencial para vivir auténticamente nuestra fe: Dios ya no quiere ni holocaustos, ni sacrificios, ni víctimas expiatorias sino nuestra obediencia; no quiere nuestra “muerte” sino nuestra liberación; no quiere nuestra “sangre” sino nuestro amor hasta la sangre. Dios no quiere tus cosas, Dios te quiere a ti, que le ofrezcas tu persona, que le llegues a decir: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”

El Evangelio de San Lucas nos presenta el encuentro de dos mujeres embarazadas: María e Isabel.  Dos mujeres que se abrazan y se llenan de alegría por las maravillas que Dios ha hecho con ellas.

María va a la montaña a ayudar a su prima Isabel, que ya mayor, espera su primer hijo. En aquel encuentro emocionado en el que cruzan palabras tan bellas, Isabel  le dice: “dichosa, feliz tú porque has creído”.

Estamos en puertas de la Navidad y estamos inmersos en esta tensión de buscar regalos y compras y preparar la fiesta y desearnos felicidad en estos días. Tal vez nos preguntamos por qué, ¿por qué una sociedad cada día más secularizada celebra con tanto entusiasmo una fiesta cristiana, una de las más significativas de nuestra religión, cuando el hijo de Dios aparece hermano de los hombres, igual a nosotros? ¿No será que en el fondo deseamos y necesitamos ante todo ser felices y que esperamos serlo estos días con todo lo que damos y recibimos y el adorno de nuestras casas y la música y  todo eso?

Pero nosotros, que pretendemos ser cristianos, en víspera de la Navidad, es fácil que nos preguntemos si de verdad estamos celebrando la verdadera navidad y cómo celebrarla.

El evangelio de san Lucas que hemos escuchado nos sitúa en el verdadero camino. Estas dos mujeres son felices y proclaman su felicidad, ¿qué han hecho? María, después de acoger con fe la misión de ser madre del Salvador, se pone en camino y marcha aprisa junto a su prima, que necesita en estos momentos de su cercanía, de su ayuda: este es uno de los rasgos más característicos del cristiano, lo primero que nos va a pedir ese hijo suyo es acudir junto a quien puede estar necesitando nuestra presencia.

Hay una manera humana y cristiana de vivir que debemos recuperar en nuestros días y consiste en “acompañar a vivir” a quien lo necesite, a quien se encuentre hundido en la soledad, bloqueado por la depresión, atrapado por la enfermedad o sencillamente vacío de toda alegría y esperanza de la vida. Cuántos viven así.

María no va a la montaña en busca de su felicidad, va a ayudar a su prima, que la necesita y en esa ayuda encuentra la felicidad profunda del espíritu, el ser feliz.  El compartir genera alegría. El compartir en verdad produce un efecto de satisfacción y de alegría que viene directamente de Dios. Y tal vez, el no compartir nos empequeñece, nos desasosiega, nos avergüenza.

María en su visita a Isabel  nos dice que solo se puede ser alegre ayudando a quienes nos necesitan, en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Sólo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros. Por eso, no pretendamos ser felices solos.

Aprovechemos estas fiestas para crear solidaridad y generosidad entre todos los que convivamos. 

Antes de entrar a celebrar el Nacimiento del Hijo de Dios, es bueno que miremos a María, protagonista de la Navidad, para imitarla.  Hemos de imitar a la Virgen en su fidelidad a la voluntad de Dios. Hemos de imitar a la Virgen en su disponibilidad para servir a todos. Hemos de imitar a la Virgen en su dicha, en su alegría

Sigamos los pasos de María y con seguridad que alguien nos dirá: “feliz tu porque has creído en  el mensaje de hoy”