lunes, 31 de enero de 2022

 

V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

Las lecturas que acabamos de proclamar nos presentan el tema de la vocación.  Todos hemos sido llamados por Dios y de Él hemos recibido una misión para llevarla a cabo en el mundo.

La 1ª lectura nos ha narrado la vocación del profeta Isaías.  El profeta, ante el llamado de Dios, tiene miedo porque él sabe que él es un pecador y por eso no merece estar en la presencia de Dios.  Pero el amor misericordioso de Dios lo purificó y lo preparó para ser profeta purificando sus labios para que sea un instrumento que anuncie la Palabra de Dios.

Todos hemos sido llamados para algo.  Cuántas veces hemos oído decir a alguien: “yo he nacido para esto” y también hemos oído decir: “yo no he estoy hecho para esto”.  Todo hombre y toda mujer se sienten llamados a desempeñar algún papel, a ejercer una función, a tener un objetivo en la vida.

Cada uno de nosotros tiene su historia de vocación: de muchas formas Dios entra en nuestra vida, nos desafía para una misión, y pide una respuesta positiva a lo que Él nos propone.  Dios, día a día nos va diciendo lo que quiere de nosotros.

La misión que Dios nos propone está, muchas veces, llena de dificultades, de sufrimientos, de conflictos, de enfrentamientos.  Por eso, cuando Dios nos encomienda una misión en esta vida, esa misión puede resultarnos una cruz difícil de llevar, de ahí, que muchas veces rehusamos y evitamos cumplir con la misión que Dios nos encomienda.

Por ello, hemos de vencer la apatía, y la comodidad que nos impide llevar a cabo la misión a la que Dios nos ha destinado. 

¿Estamos listos, como el profeta Isaías, para decirle a Dios: “Aquí estoy Señor, envíame?”  Hay que ponerse a la disposición de Dios, para lo que Él quiera.

La 2ª lectura de san Pablo a los Corintios nos presenta a san Pablo reconociendo que él fue un perseguidor de la Iglesia, pero ahora se siente orgulloso de haber sido elegido y enviado por Dios a predicar.

Lo que san Pablo enseña, él lo ha recibido de los apóstoles, los cuales iban repitiendo lo que Jesús había hecho y enseñado.

El cristianismo se irá extendiendo de una generación a otra de un modo parecido a como una antorcha olímpica o una carrera de relevos, la llama o el protagonismo va pasando de unos a otros.

Nosotros hemos recibido la fe gracias a los que la han vivido antes que nosotros y nos la han transmitido. Ahora somos nosotros los llamados a pasarla a quienes vienen después. No digamos ahora que, en nuestra generación, la cadena se está rompiendo. Que los hijos no aceptan lo que les transmiten sus padres. Que somos incapaces de cumplir esta misión.

Todos tenemos que dar testimonio de nuestra fe y ser transmisores de la Tradición de la Iglesia, todos tenemos que ser continuadores de la tarea de los primeros apóstoles.

EN el Evangelio de san Lucas vemos a Pedro, acompañado de Santiago y Juan. “Desde hoy serás pescador de hombres”,  le dijo Jesús a Pedro.  Entonces, “llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron”

Los hombres y mujeres no podemos inventarnos misiones de parte de Dios; no podemos asumir por nuestra propia cuenta y riesgo misiones específicas de parte de Dios.  Pero ¡eso sí! cuando Dios llama, no hay pretexto para decir no.  Ni siquiera la propia indignidad o supuesta incapacidad pueden ser excusas. Porque si Dios llama, prepara a sus enviados con todo lo necesario para la misión encomendada.

Tras la llamada viene la respuesta de amor al plan que Dios nos propone. Quizá estamos llamados a desempeñar misiones concretas de servicio a nuestros hermanos. Hay vocaciones singulares de tipo político, económico, sanitario, social.  Algunos son llamados al servicio de la comunidad eclesial como sacerdotes, diáconos o religiosos. La llamada de Dios no es escuchada con los oídos, sino a través de mediaciones: personas, acontecimientos, lecturas etc. Todos somos llamados.

Lo que cuenta es que estemos atentos para escuchar su llamada y prontos para responder como Isaías – «aquí estoy, mándame»- o como Pedro y los apóstoles -«dejándolo todo, lo siguieron».

Dios llama a Isaías, un seglar, para llevar el mensaje a su pueblo. Jesús llama a Pedro, Juan y Santiago para llevar la buena nueva al mundo entero. Hoy se habla mucho de la participación de los seglares en la labor apostólica de la Iglesia.

Nosotros los sacerdotes y vosotros los seglares, tenemos una misma vocación. A unos y a otros, nos llama Dios, como llamó a Isaías o a Pedro.

Es una llamada personal, cada uno con sus dones o carismas, tiene un quehacer en la Iglesia, un quehacer misional apostólico. ¿Nos sentimos llamados?

¿Somos los mirones que sólo sabemos criticar y comentar lo que hace “esa Iglesia” de la cual muchas veces nos sentimos unos simples espectadores?

Todos vamos en la misma barca enviados por Jesús a pescar.

Como Isaías, como Pedro y los demás apóstoles, nosotros hemos respondido al Señor que estamos dispuestos a ir a donde nos quiera enviar. Nosotros tenemos que ser su voz, su brazo, sus pies, para hacer llegar el evangelio a todos los extremos del mundo. Tarea excesiva para la debilidad de nuestra condición humana. Pero el Señor no nos envía con las manos vacías. Él está con nosotros. Por la gracia de Dios, reconoce Pablo, soy lo que soy. Ser cristiano, estar llamado al apostolado es una gracia de Dios, pero no es una gracia para nosotros solos, sino para compartirla con los demás. Somos cristianos para los demás. Anunciar el evangelio es hacer al mundo entero partícipe de nuestra fe y de nuestra esperanza.

Trabajar por el evangelio, evangelizar, es ante todo vivir como cristianos para los demás y de cara a los demás. Así como nadie enciende una vela para esconderla bajo la mesa, así nadie se hace cristiano para quedarse en casa, en el estrecho recinto de lo privado, sino para salir por las plazas y caminos con la buena noticia por adelante. ¡Ánimo, hermanos, no tengáis miedo a ser pescadores de hombres!