lunes, 7 de febrero de 2022

 

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

Las lecturas de este domingo nos hablan de la verdadera felicidad.  Muchas personas se pasan toda su vida persiguiendo la felicidad, felicidad que para muchos está fuera de su alcance, y para otros, cuando creen que la han alcanzado, la felicidad desaparece como una burbuja de jabón.

El profeta Jeremías, en la primera lectura, llama maldito al hombre que confía en el hombre, y llama bendito al hombre que confía en Dios.

Confiar en el hombre es confiar en las propias fuerzas, es sentirse autosuficiente, es rechazar cualquier tipo de ayuda, cualquier tipo de auxilio de Dios.  Es creer que el ser humano es más que Dios. 

Hay personas que sólo confían en el hombre, en el poder humano y buscan la felicidad hecha a su medida y al margen de Dios, y normalmente esa felicidad está muy alejada de la felicidad que Dios quiere para nosotros.  El que confía en el hombre es aquel que no quiere formar parte de la aventura que Dios nos ha preparado.

El que confía en el hombre es aquel que sólo cree en su cuenta bancaria, en amistades influyentes, en la posición social.  En definitiva, el que construye su vida la margen de Dios.

Estas personas, puede que aparentemente les vaya bien, pero tarde o temprano será una persona sola y desamparada.

La persona que confía en el Señor es aquella que produce abundantes frutos, es aquella que se entrega absoluta e incondicionalmente a Dios.  La persona que confía en el Señor, cuando llegan los momentos duros como una enfermedad, quedarse sin trabajo, estar sólo, etc., se mantiene firme en su fe, y sigue dando frutos. 

Prescindir de Dios es nuestra vida es andar por caminos de muerte y renunciar a la felicidad y a una vida plena.  Hemos pues de hacer una opción fundamental en nuestra vida: confiar en el Señor o confiar en el hombre.

La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios nos habla hoy de la certeza de la resurrección.

Si nuestra vida terminara aquí, en la tierra, entonces, sí que lo único importante en esta vida sería llenarnos solamente de bienes materiales.  Pero nuestra vida no termina, se transforma con la muerte y comenzamos a vivir la vida de Cristo resucitado.

La certeza de la resurrección nos garantiza que Dios tiene un proyecto de salvación y de vida para todos nosotros.  Si no hubiera resurrección no tendría sentido cree en Dios, no tendría sentido nuestros esfuerzos por más atractiva que fuera esta vida.  La resurrección es la base y el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza.  No olvidemos que en la vida y en la muerte somos del Señor.

San Lucas, en el Evangelio de hoy,  nos dice que Jesús viene a proclamar dónde y cómo podemos encontrar la felicidad.

Hay personas que  confunden la felicidad con la prosperidad. Y, para muchos lo importante para ser feliz es “tener dinero”.  No tienen otro proyecto en la vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad.

Buscar, alcanzar la felicidad es el deseo más fuerte que siente todo ser humano. Todos nosotros anhelamos la felicidad, queremos ser felices.  Ser feliz es la aspiración más profundamente humana, más auténtica. Dios nos ha creado para ser felices.

Pero el problema está en que escogemos el camino equivocado y la felicidad no llega. Jesús nos propone un camino seguro de felicidad.

Jesús da un giro total a los criterios humanos sobre la felicidad, a lo que nosotros pensamos sobre la felicidad. Nos dice quiénes están en el verdadero camino de ser felices y quiénes en el camino de ser infelices, pero infelices de verdad.

Jesús declara dichosos, porque poseen el reino de Dios, ya desde ahora y no sólo en la otra vida, a los que el mundo tiene por infelicesson los pobres y los que tienen hambre, los que lloran y los que sufren, los misericordiosos que saben perdonar, los honrados y limpios de corazón, los que trabajan por la paz desde la no violencia, los perseguidos a causa de su fidelidad a Dios y a su Reino.

Y por el contrario, proclama infelices, dignos de lástima y amenazados de maldición a los que son ricos, están saciados, ríen y son aplaudidos por todos.

Las bienaventuranzas, nos ofrecen la imagen de un Dios Padre, que se coloca de parte de los pequeños y de los humildes, que “pone su fuerza  al servicio de los desheredados”, se preocupa de los excluidos, privilegia a los que no cuentan, toma en serio la suerte de quien es marginado y rechazado.

No podemos buscar la felicidad a costa del otro. Eso genera desgracia a nuestro alrededor y desgracia en el fondo del corazón.

La felicidad no está en el bienestar, en el tener. La civilización de la abundancia nos ha ofrecido medios de vida pero no nos ha hecho felices. Para lograr nuestro bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos y destrozarnos unos a otros. Y así, no se puede ser feliz.

Pidamos hoy al Señor que descubramos el camino de la verdadera felicidad. ¿No seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más?