lunes, 28 de febrero de 2022

 

MIERCOLES DE CENIZA Y I DOMINGO DE CUARESMA

MIÉRCOLES DE CENIZA (CICLO C)

Con la celebración de hoy, iniciamos el tiempo de Cuaresma. Para un cristiano, es un tiempo que merece la pena comenzar con ánimo, con optimismo, con fuerza.

Las Lecturas de este día nos llaman a la conversión, al arrepentimiento y a la humildad… cosas que hay que tener en cuenta en este tiempo especial que llamamos Cuaresma, durante el cual debemos prepararnos para la conmemoración de la Pasión y Muerte del Señor y la celebración de su Resurrección el Domingo de Pascua.

Conversión, arrepentimiento y humildad van entrelazadas entre sí para darnos un verdadero espíritu cuaresmal. Por eso comenzamos hoy la Cuaresma en penitencia: hoy es día de ayuno y abstinencia. Hoy es día de la Imposición de la Ceniza, rito por el que -en humildad- reconocemos lo que somos: nada ante Dios y lo que debemos hacer: arrepentirnos y regresar a Dios o acercarnos más a Él.

La Ceniza no es un rito mágico, ni de protección especial -como muchos piensan-. La ceniza simboliza a la vez el pecado y la fragilidad del hombre.

Las palabras de una de las fórmulas de imposición de la ceniza nos recuerdan lo que somos: “Polvo eres y al polvo volverás”. Es decir, nada somos ante Dios.

Somos tan poca cosa como ese poquito de ceniza, ese polvito, que se vuela con un soplido de aire, o que desaparece con tan sólo tocarlo. Eso somos ante Dios: muy poca cosa.

Y los hombres y mujeres de hoy necesitamos ¡tanto! darnos cuenta de nuestra realidad. Nos creemos tan grandes y somos ¡tan pequeños! Nos creemos capaces de cualquier cosa y somos ¡tan insuficientes! Nos creemos capaces de valernos sin Dios o a espaldas de Él  y somos ¡tan dependientes de Él!

El fruto más importante del Miércoles de Ceniza es la conversión.  La Imposición de la Ceniza tiene como meta llevarnos a la conversión.

Y ¿qué es convertirse? Nos lo explica el Profeta Joel: convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos… convertíos al Señor vuestro Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor”. Convertirse es volverse a Dios: regresar a Dios o acercarse más a Él.  Y la conversión debe ser verdadera, no aparente. Por eso nos dice Joel: rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos”. Es decir: el cambio debe ser interior, en el corazón.

Conversión, arrepentimiento y humildad, son el verdadero espíritu de la Cuaresma ¿Cómo llegar a este espíritu cuaresmal? Jesucristo nos indica en el Evangelio los medios: oración, ayuno y  limosna.  Las tres constituyen un buen programa de vida para esta Cuaresma.

Cada uno de nosotros, deberíamos salir de esta Eucaristía, con alguna aplicación concreta de este ejercicio cuaresmal. ¿Cómo y cuándo haré un rato de oración en estos 40 días? ¿De qué cosas me privaré este año? ¿Qué gesto de amor tendré con los más necesitados?

Nuestra oración, nuestro ayuno, nuestra limosna, han de ser expresión del cambio sincero que queremos dar a nuestra vida, pero, hemos de pedir que Dios lo realice; deben de ser, también, expresión de nuestro agradecimiento al amor que Dios nos tiene, por todas las maravillas que Él realiza en nosotros.

La oración, la penitencia y las obras de caridad son los medios para regresar a Dios y para acercarnos más a Él. De eso se trata la Imposición de la Ceniza, de eso se trata la Cuaresma que hoy iniciamos.

I DOMINGO DE CUARESMA (CICLO C)

Hoy celebramos el primer domingo de Cuaresma, y las lecturas nos invitan a reflexionar sobre las tentaciones a las que nos enfrentamos día a día y que ponen a prueba la confianza que debemos tener en el Señor y nos hacen olvidar el camino del bien.

La 1ª lectura del libro del Deuteronomio es una manifestación de fe.  El pueblo tiene que recordar su historia para no olvidarse de todo lo que Dios ha hecho por ellos.

Una persona o un pueblo que desconoce su historia es como un árbol sin raíces o un edificio sin bases. Está abocado a repetir los mismos errores del pasado. Una de las características del hombre actual, es precisamente su poco interés por la historia y por todo aquello que implique esfuerzo y sacrificio. El hombre de hoy prefiere las cosas prácticas, fáciles y rápidas.

Algunas personas pobres que lograron por algún medio cierta capacidad económica, son quienes más desprecian y explotan a sus hermanos.  Algunos padres de familia que pasaron una niñez difícil, y tuvieron que trabajar fuerte para progresar, hacen hasta lo imposible para ofrecerles a sus hijos todo lo necesario y hasta más, con el fin de evitarles las fatigas y sufrimientos que a ellos les tocó vivir. Muchos de estos niños y jóvenes crecen como en una caja de cristal, totalmente protegidos y dependientes. Se convierten en personas duras de corazón, miedosas e incapaces de hacer compromisos serios por su vida y por los demás. Se avergüenzan del pasado de sus padres y hasta preferirían tener otro apellido de más tradición.

Esta primera lectura pretende mantener viva la memoria histórica en el pueblo. Para que el pueblo valore y agradezca la entrega de sus antepasados y la acción de Dios en él. Para que no desprecie a los más pobres, pues él mismo fue pobre y esclavo. Para que acoja a los forasteros, pues él fue forastero en otros países. Para que comparta solidariamente con los hambrientos, pues él también pasó hambre. Para que no se convierta en explotador, pues él también fue explotado. Para que en tiempo de crisis luche por estar mejor, pues la voluntad salvífica de Dios es la plena libertad y la felicidad para sus hijos.

Vale la pena que como personas, como familia y como pueblo, mantengamos viva nuestra memoria histórica.

La 2ª lectura de San Pablo a los Romanos nos dice que nuestros labios pueden pronunciar la mejor oración dirigida a Dios si las palabras son una auténtica confesión de que Jesús es nuestro único Señor. Nada ni nadie debe ocupar nuestra mente ni nuestro corazón por encima de Él. Ningún otro señor de esta tierra puede satisfacer nuestras ansias de plenitud. Más bien, nos dejan más sedientos e insatisfechos. Dios desea liberarnos, sacarnos de la muerte. Dejemos a Dios que actúe en nuestra vida.

El Evangelio de san Lucas nos ha presentado las tentaciones de Jesús en el desierto.  Las tentaciones son símbolo del mal y de todo lo que nos aleja de Dios. Nosotros también somos tentados.

Primera tentación: “No sólo de pan vive el hombre”.  Cuántas personas viven pensando que la felicidad depende de las cosas que tienen, de los bienes, de las cualidades, de las capacidades.  Valoramos a las personas por lo que tienen.  Llegamos incluso a querer ser dueños de las personas.  Nos sentimos autosuficientes, sin necesitar de Dios ni de los demás.  Nos encerramos en nosotros mismos y negamos la acción de la gracia de Dios en nuestra vida.  Jesús comprendió muy bien que la comida era importante, pero que no sólo de pan vivía el hombre.

Segunda tentación: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él sólo servirás”.  Hay muchas personas que esperan la solución y la salvación de este mundo a través del poder político sea cual sea su sistema, democrático, dictatorial o totalitario. Todo sistema político en el fondo pretende una adhesión más o menos incondicional de los miembros de la comunidad social para poder funcionar. Para ello suele prometer la felicidad y la solución de todos los problemas humanos. Son pocos los políticos que se atreven a decir que hay problemas humanos que no se pueden resolver políticamente sino que necesitan otro tipo de soluciones.

No sólo los totalitarismos sino también las democracias pretenden ofrecer la
salvación a los pueblos. En nombre de los valores democráticos se hace la
guerra para imponer la democracia en otros países. El sistema del poder se convierte en una especie de Dios que pide reconocimiento absoluto.  Jesús nos recuerda que el hombre debe adorar solamente a Dios, que es el único Señor que nos constituye en personas libres.

La tercera tentación: “No tentarás al Señor, tu Dios”.  Es querer tener un Dios para nuestros caprichos.  Querer que Dios sea como yo soy.  Desconfiamos de Dios cuando las cosas no salen como yo quiero sino como Dios quiere.

Hoy es un momento propicio para tomar conciencia de cuáles son nuestras tentaciones, las mayores dificultades que experimentamos para  ser cristianos.  Hoy hemos de mirar al Señor, que también experimentó la tentación, y pedirle: no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal.