lunes, 9 de mayo de 2022

 

V DOMINGO DE PASCUA (CICLO C)

Las lecturas que acabamos de proclamar nos hablan hoy del amor.  El amor es lo que identifica a los seguidores de Jesús.  Para poder amar, como Jesús nos lo pide hoy, hay que cambiar muchas cosas en nuestra vida y a muchos no les gustan los cambios porque es más cómodo vivir de la manera a la que estamos acostumbrados.

La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos ha narrado el trabajo concreto de Pablo y Bernabé de ir llevando el Evangelio a todas partes.  Vemos también, como la Iglesia, al ir aumentado el número de creyentes y de comunidades cristianas, necesitaba organizarse.

Igual que todo grupo humano necesita líderes, las comunidades cristianas también los necesitan.  Por ello, Pablo y Bernabé, animados con la oración y la fuerza del Espíritu Santo, nombraron obispos y presbíteros en las comunidades que se iban formando.

Pero Pablo y Bernabé también les recuerda a los cristianos que “hay que perseverar en la fe y que hay que pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”.

El Señor ya había anunciado muchas veces y Él lo experimentó personalmente, que el camino del Reino de Dios está sembrado de dificultades y la “puerta es estrecha”, aunque nunca está cerrada.

La 2ª lectura del Apocalipsis de san Juan nos habla de “un cielo nuevo y una tierra nueva”.

Es cierto que el camino del Reino de Dios está sembrado de dificultades y que la puerta es estrecha, pero si alcanzamos ese cielo nuevo, entramos a un mundo transformado, prometedor y alegre; entramos a un mundo nuevo “donde no habrá llanto, ni duelo, ni sufrimiento”.  El mundo del sufrimiento y de la lucha diaria dejará lugar al mundo de la felicidad, del descanso y de la paz.

Pero ya desde ahora, estamos llamados a construir esa “tierra nueva”, a superar todas aquellas cosas que impiden al ser humano vivir en plena libertad, a superar un mundo de oscuridad que nos sumerge en la cultura de la muerte y de la infelicidad.  Estamos llamados a superar el egoísmo, la codicia, los rencores, la vanidad, los miedos, las inseguridades.  Estamos llamados a construir un mundo nuevo que no esté dominado por la injusticia, la dominación de unos sobre otros, la muerte, la violencia y tantas cosas negativas como tiene hoy nuestro mundo.

Dios nos llama y nos invita a formar otro mundo, un mundo que se abra a la gracia de Dios.  Un mundo donde el mal y todas sus consecuencias ya no existan.  

El Señor, con su vida, con su palabra y su obra, hizo nuevas todas las cosas y empezó a hacer realidad un mundo nuevo sostenido con otros valores, valores diferentes a los que viven hoy la mayoría de las personas.  Es tarea nuestra ir construyendo ese “cielo nuevo y esa tierra nueva” a la que Dios nos invita.

El Evangelio de san Juan nos ha presentado mandamiento nuevo del amorque nos amemos como Cristo nos ha amado a cada uno de nosotros.

Pocas veces se habrá hablado tanto del amor y se habrá falseado al mismo tiempo tanto su contenido más hondo y humano, como en nuestros días.

Hay revistas de amor, canciones de amor, películas de amor, citas de amor, cartas de amor, técnicas para “hacer el amor”… Pero, ¿qué es el amor? ¿Cómo se vive y se alimenta el amor?

Hay tantas cosas a las que se llama hoy “amor” y en realidad son formas de desintegrar el verdadero amor. Hay quienes llaman amor al contacto breve y superficial de dos personas que se “disfrutan” mutuamente vacías de ternura, afecto y mutua entrega.

Para otros, amor es someter a otros a sus intereses egoístas. Otros creen vivir el amor cuando sólo buscan en realidad un refugio y un remedio para la soledad que, de otro modo, les resultaría insoportable.

En esta sociedad donde los creyentes hemos de escuchar la actualidad de las palabras de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”.

Los cristianos estamos llamados a distinguirnos no por nuestra sabiduría, o por una doctrina ni por la observancia de unos ritos o unas leyes. Nuestra verdadera identidad y distintivo se basa en nuestro modo de amar. Se nos tiene que conocer por nuestro estilo de amar que tiene como criterio y punto de referencia el modo de amar de Jesús.

Un amor, por tanto, desinteresado, que sabe acoger y ponerse al servicio del otro, sin límites ni discriminaciones. Un amor que sabe afirmar la vida, el crecimiento, la libertad y la felicidad de los demás.

Esta es la tarea del creyente en esta sociedad donde se falsifica tanto el amor. Desarrollar nuestra capacidad de amar siguiendo el estilo de Jesús.

Sólo el verdadero amor hace posible experimentar la gran alegría de vivir.