lunes, 12 de septiembre de 2022

 

XXV DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)


Las lecturas de este domingo son una llamada de atención a nuestra conciencia para que aprendamos a poner tanto el dinero como los demás bienes materiales en su justo lugar y que sepamos hacer de ellos un uso adecuado.

La 1ª lectura del profeta Amós es una denuncia contra todas aquellas personas que sin ningún tipo de escrúpulos se enriquecen a costa del pobre.

Una de las constantes en la historia de la humanidad es que hay gente que engaña a los demás para su propio beneficio.  La corrupción está, por desgracia, muy presente en nuestro mundo.  Hay gente que cobra más de la cuenta; aumentan los precios; utilizan pesos con trampa. Cuantas veces nos venden como bueno un producto que en realidad es malo.

Cuánta especulación no se hace con los productos de primera necesidad.  Pensemos lo que sucede con los medicamentos, indispensables para combatir las enfermedades y que son vendidos a precios que no los pueden comprar muchas personas.

Pensemos también en todos esos productos adulterados, que algunos comerciantes venden y que ponen en peligro la salud de las personas.

Pensemos en los bancos, cuantas veces obtenemos un crédito y cuánto dinero más hemos de pagar por ese crédito que nos han dado.  ¡Cuánta impunidad hay, porque la explotación está legítimamente organizada!

Cuántas personas hay que pisotean al pobre, lo compran por dinero y como hay necesidad de trabajar se explota al trabajador con sueldos mínimos.

Pues Dios, nos dice hoy el profeta Amós, no soporta la injusticia y la opresión.  Dios no está del lado de los opresores, y cualquier injusticia contra el prójimo es un crimen contra Dios.

La 2ª lectura de San Pablo a Timoteo nos recomienda que recemos por todos los hombres, para que todos se salven.

Hay que rezar, pero no solamente rezar por nosotros, por la solución de nuestros problemas, o rezar sólo por nuestra familia, hay que rezar por todos: conocidos y desconocidos, amigos y enemigos, buenos y malos.  No es posible rezar y al mismo tiempo, sentir odio, división, intolerancia.

Cuántos males existen hoy porque no rezamos suficientemente; cuánto odio, envidia y divisiones porque no rezamos suficientemente.  Debemos orar por todos como lo hacía Jesús.

El Evangelio de san Lucas terminaba diciendo: No podéis servir a Dios y al dinero”.

El mundo en el que vivimos ha decidido que el dinero es el dios fundamental y que todo deja de tener importancia, desde el momento en el que se puedan aumentar las cifras de la cuenta bancaria. Para ganar más dinero, hay quien trabaja doce o quince horas al día, con un ritmo de esclavo, y prescinde de la familia y de los amigos. Por dinero, hay quien sacrifica su dignidad y está dispuesto a mostrar, ante una cámara de televisión, su intimidad y su privacidad. Por dinero, hay quien entierra su conciencia y renuncia a los principios en los que cree. Por dinero, hay quien no tiene escrúpulos en sacrificar la vida de sus hermanos y vende drogas y armas que matan. Por dinero, hay quien es injusto, explota a sus empleados, se niega a pagar el salario debido porque el trabajador es ilegal y no puede denunciar esta situación. ¿Qué pensamos de esto? ¿Ser esclavo de los bienes, es algo que sólo les sucede a los demás? Tal vez no lleguemos nunca a estos casos extremos, pero, ¿hasta dónde seríamos capaces de llegar por dinero?

Jesús avisa a los discípulos de que la apuesta obsesiva por el “dios dinero” no es el camino más seguro para encontrar valores duraderos, generadores de vida plena y de felicidad. Es preciso, les sugiere, que comprendamos en qué debemos apostar. ¿Qué es, para nosotros, más importante: los valores del “Reino” o el dinero? En nuestra actividad profesional, ¿qué es lo que nos mueve: el dinero, o el servicio que prestamos y la ayuda que damos a nuestros hermanos? ¿Qué es lo que nos hace más libres, más humanos y más felices: la esclavitud de los bienes o el amor y el compartir?

Todo este discurso no significa que el dinero sea una cosa despreciable e inmoral, de la que debamos huir a toda costa. El dinero (es preciso tener los pies bien asentados en tierra) es algo imprescindible para vivir en este mundo y para tener una vida de calidad y digna. Sin embargo, Jesús recomienda que el dinero no se tome como una obsesión, una esclavitud, pues no nos asegura (y muchas veces hasta nos estorba) la consecución de los valores duraderos y de vida plena.