IV DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

Todas las personas queremos ser felices, todos buscamos la felicidad y todo lo que hacemos, directa o indirectamente, es tratar de logar esa felicidad. Pero, a veces, nos olvidamos que no todos los caminos nos llevan a la felicidad. La Palabra de Dios nos dice hoy que Dios es feliz y que quiere comunicarnos esa felicidad.
En la 1ª lectura el Profeta Sofonías nos invita a la moderación, la pobreza, la humildad, la honradez, la búsqueda de la paz y la verdad, porque Dios no aprecia a los que confían en sus propias fuerzas, en sus riquezas, en ellos mismos.
Dios no hace pactos con los orgullosos y prepotentes que dominan el mundo y que pretenden crear la historia según sus caprichos. Dios no está donde hay violencia y donde se vive la ley del más fuerte; Dios no apoya la política de los que dominan el mundo. Hay que tener cuidado con aquellos que en nombre de Dios quieren imponerse y dominar el mundo, porque éstos no son los métodos de Dios.
Nuestra sociedad se dice cristiana, pero no vive según los criterios de Dios porque ensalza a los que tienen poder, a los que triunfan por cualquier medio, a los poderosos, a los que imponen el poder y la fuerza por las armas.
Hoy, la sociedad alaba a los que triunfan y margina a los pobres, a los débiles, a los sencillos, a los pacíficos, a los que no pueden hacer oír su voz ante las injusticias. Hemos de renunciar a la prepotencia, al orgullo, al autoritarismo, a la autosuficiencia tanto en nuestra relación con Dios, como en nuestra relación con los demás.
La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios es una denuncia contra la actitud de aquellos que ponen su seguridad en personas y son orgullosos y autosuficientes y nos invita a buscar la verdadera sabiduría en Cristo.
Un gran número de personas creen que el secreto de la realización plena del ser humano está en tener una buena preparación intelectual, en el éxito profesional, en el reconocimiento social, en el bienestar económico, en el poder político, etc. San Pablo nos dice que quien busca en su vida solamente este tipo de cosas está apostando por el caballo perdedor. El hombre sólo se realiza plenamente cuando descubre a Cristo y aprende con Él el amor total y el don de la vida.
Aunque Dios no es el dirigente de ningún sindicato de obreros, sin embargo, Él se solidariza con los pobres, los humildes, los explotados y a todos ofrece, sin distinción la salvación.
El Evangelio de San Mateo nos ha presentado las Bienaventuranzas.
Las bienaventuranzas quizás sean el pasaje más conocido y comentado de todos los evangelios. Pero también es uno de los más difíciles de vivir y de practicar. Las Bienaventuranzas tienen un único fin: la felicidad. Desde la antigüedad el hombre busca ser feliz y procura por todos los medios alcanzar su plena realización. Durante siglos se había imaginado que teniendo más riqueza, comodidades, poder y fuerza, podría ser feliz; pero entre más tiene y se esfuerza, se encuentra más vacío e incompleto.
Con sus palabras Jesús declara felices a los que por siglos habían sido considerados como perdedores y llenos de desgracias.
La primera bienaventuranza es como un resumen de todas las demás: “Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. No se es feliz cuando se tienen muchas cosas, se es feliz cuando el corazón está en paz y armonía y no necesita cosas externas para saciarse.
¿Cuándo nos sentimos más infelices? Cuando hemos perdido lo que teníamos, cuando nos llenamos de odio o de envida, cuando ponemos nuestro corazón en los bienes materiales. Jesús no nos condena a la pobreza ni a la miseria. Jesús no está de acuerdo con la pobreza creada por las injusticias.
Vivimos en un mundo que a fuerza de proclamarlo ha creído que se puede ser feliz de una manera fácil y superficial, pero ha creado una nueva generación de individuos apáticos ante el sufrimiento y dolor de los hermanos. Jesucristo nos viene a enseñar que Dios es el Dios de los pobres, de los que tienen hambre y sed, de los que lloran… Jesús llora y sufre con ellos, comparte su dolor, pero también da sentido a ese dolor y nos enseña que en el dolor y en el sufrimiento puede haber paz y felicidad.
Ya es hora de que la comunidad cristiana sienta esta llamada de Jesús, y se decida a continuar lo que Él inició, que el Reino de Dios se haga presente ya entre nosotros, que se haga presente la fraternidad de una humanidad en la que desaparezca todo tipo de exclusión, de miseria, de hambre, de incultura, Tengámoslo bien claro, Dios ama a los pobres, por eso no quiere que haya pobres; por eso serán dichosos los que deciden dedicarse a construir un mundo en el que no haya pobreza, porque el mundo de hermanos es el mundo en el que Dios será Padre de todos.
¿Queremos ser felices? Vivamos las bienaventuranzas