lunes, 13 de marzo de 2023

 

IV DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)


El Cuarto Domingo de Cuaresma, es conocido con el nombre de Domingo Laetare, ya que las primeras palabras de la Antífona de Entrada en Latín son “Laetare Jerusalén” que quiere decir en Español, “Regocíjate, Jerusalén”.   Y las lecturas de este Domingo nos proponen el segundo tema bautismal, el de la “luz”. La liturgia nos habla de cómo debemos vivir los cristianos como hijos de la luz.

La 1ª lectura del primer libro de Samuel nos presenta la elección de David como rey de Israel.  La mirada de Dios no es como la mirada del hombre: el hombre se fija en las apariencias y Dios mira el corazón.  Cuando debamos elegir a una persona para algo, hemos de analizar muy bien todas las posibilidades y escoger la mejor de ellas.

Que un hombre sea educado y buen conquistador, y además, tenga una buena chequera, no significa que sea un buen esposo y un padre excelente.  Que una mujer tenga una bonita figura y llame la atención, no significa que sea la mujer ideal para formar un hogar estable y con ella se construya un matrimonio feliz.  Que un candidato tenga títulos y mucha palabrería, no significa que realmente sea un excelente servidor de la comunidad.  Muchos países, ciudades, iglesias y empresas han sufrido las desgracias de los buenos candidatos que resultaron ser verdaderos incompetentes para tales funciones.  Hay muchos matrimonios que han fracasado porque los cónyuges se dejaron llevar por las apariencias.

Tenemos que ser muy cuidadosos a la hora de elegir a una persona, porque las apariencias engañan.  Por desgracia, muchas veces, juzgamos a nuestro prójimo por las apariencias.  Sin embargo, para Dios, lo que cuenta es lo que hay en el interior del corazón de la persona.  Nosotros nos fijamos en las apariencias, Dios ve el corazón.

En la 2ª lectura, de San Pablo a los Efesios, Pablo propone a los cristianos de Éfeso que abandonen la actitud de vivir al margen de Dios y que vivan como “hijos de la luz”, ya que por el bautismo hemos pasado a ser hijos de la luz.

Nuestras obras deben ser fruto de la luz y no de la oscuridad ni de las tinieblas.  Y los frutos de la luz son: bondad, justicia, verdad.  Debemos ser luz y comunicar esa luz al mundo, por ello, debemos denunciar de forma abierta y decidida, las “tinieblas” que desfiguran al mundo y que mantienen a los hombres esclavos.

En el Evangelio de San Juan,  Jesús se presenta como “la luz del mundo”; su misión es liberar a los hombres de las tinieblas del pecado.

El ciego de nacimiento es el hombre, todo hombre. Andamos muy ciegos por la vida. ¿De quién es la culpa? De nosotros y de nuestros padres.

De nuestros padres que nos enseñaron a mirar solamente la materialidad de las cosas y no nos enseñaron a mirar más allá de su superficie. Y así no hemos aprendido a tratarnos con profundidad, porque sólo vemos las apariencias.

La culpa es también nuestra, porque nos encanta lo externo y nos quedamos ahí, deslumbrados ante el brillo pasajero de las personas y las cosas. Nosotros miramos las apariencias y no miramos el corazón.  Vemos y valoramos a las personas por su tener, por su poder, por su saber, no por lo que verdaderamente son.

Nuestra ceguera es grave. Tan grave que muchas veces sólo valoramos las cosas y sobre todo a las personas cuando las perdemos.

Sin embargo, cuando nos llega una desgracia, cuando se nos muere alguien querido, empezamos a ver las cosas de otra manera y ¡cómo se vuelve todo de repente secundario y ya sólo cuenta la lucha por la vida y la felicidad de los seres que amas!

La gran enfermedad de los hombres es la ceguera, esa ceguera que nos conduce cada día a equivocarnos de valores.  La oscuridad siempre es triste. Sólo la buscamos para dormir o para esconder aquello que no queremos que los otros vean. Una planta sin luz se muere. Una habitación oscura nos da miedo.

En la oscuridad no se ve ni el polvo ni la suciedad. En cambio, cuando la luz es intensa, el polvo y las manchas aparecen y nos molestan. Sentimos la necesidad de quitarlas inmediatamente.

Necesitamos, como el ciego, ser curados por el Señor, dejarnos tocar por Él. Jesús le ungió los ojos con barro. Dejarse tocar por el Señor es recibir el gesto del perdón en el sacramento de la reconciliación, participar de su cuerpo en la Eucaristía.

Para ser curados por el Señor, necesitamos vivir nuestra fe en comunidad. Con toda razón dice un dicho: “Ven más cuatro ojos que dos”.  

La Cuaresma es buen momento para dejar entrar la luz y poner orden en nuestro interior. No nos acostumbremos a la oscuridad, hagamos realidad lo que nos decía hoy san Pablo: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”.