lunes, 17 de abril de 2023

 

III DOMINO DE PASCUA (CICLO A)


La liturgia de este tercer domingo de Pascua nos invita a descubrir a Jesús vivo que acompaña a los hombres por los caminos del mundo. 

La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a san Pedro predicando con valentía la Buena Noticia de la resurrección de Jesucristo.

La resurrección de Cristo prueba que su vida gastada al servicio de Dios, entregado a los hombres, no fue un fracaso, sino una victoria: resucitó.  Cuando nos sintamos decepcionados y criticados por servir a Dios y al prójimo, tenemos que pensar que nuestra vida no será una vida de fracaso ni de olvido para Dios.  El fracasado es aquel que vive al margen de Dios y de los demás.  Ningún bien que hagamos en esta vida pasará desapercibido para Dios.

Por ello, no debemos tener miedo de hacer el bien ni que nos vean como lo que somos: cristianos.  Pedro, lleno del Espíritu Santo, habla, como él mismo dice: “Claramente”. No le tiene miedo al qué dirán o a lo que el hablar con claridad de Cristo pudiera traer como consecuencia.


Hoy en día, necesitamos más cristianos que estén dispuestos a hablar con claridad de Jesús, cristianos que no tengan miedo de portarse como tales delante de los demás. Cristianos que con su vida sean capaces de testimoniar al Señor.

La 2ª lectura, de la 1ª carta de San Pedro, nos invita a darnos cuenta del grande amor de Dios por los hombres, un amor que se manifestó en la cruz y en la resurrección de Jesús. No hay mayor expresión de amor que la entrega de la vida en favor de alguien; y es de esa forma como Dios nos ama. Cuando seamos capaces de darnos cuenta de cuánto nos ama Dios, entonces aceptaremos su llamada a colaborar con Él en una vida nueva.

Dios nos ama inmensamente, y nosotros debemos de dar una respuesta a ese amor.  Esa respuesta se tiene que traducir en una actitud de obediencia a Dios, de entrega incondicional en las manos de Dios, de adhesión completa a los planes, valores y proyectos de Dios.

Los hombres de nuestro tiempo viven, de forma general, pensando en sí mismos, en sus pequeños intereses personales y buscando la realización inmediata de sus sueños, deseos y prioridades.

Nosotros los creyentes, por nuestra parte, estamos invitados a vivir y a anunciar el estilo de Dios, que es el del amor y de la entrega de la vida hasta las últimas consecuencias.

El evangelio de San Lucas, nos ha narrado el episodio de los discípulos de Emaús. 

Estos discípulos representan a todos los desesperanzados de la humanidad, a todos los angustiados, a todos los que van por la vida sin sentido, a todos los que están “de vuelta” de las cosas. Ellos vuelven a su pueblo, a continuar con su vida, pero vuelven marcados por la derrota, la frustración.

Los discípulos de Emaús son la expresión de tantos cristianos de hoy y de siempre que están desilusionados, desengañados.   Les ha faltado el punto de apoyo y lo dejan todo no por despecho ni por desganas.  No están contra nada pero les ha fallado su fe.

Muchas veces nosotros hemos tenido la misma tentación de los discípulos de Emaús: huir, dejarlo todo a causa de la desilusión, el cansancio, la desesperanza, la sensación de fracaso…

La experiencia de los dos discípulos es nuestra propia experiencia. También nosotros conocemos ese camino: ¡Cuántas promesas que no han madurado en nuestras vidas, cuántos fracasos, cuántos planes que se han ido abajo, cuántas ilusiones perdidas!… Quizás también nosotros hemos abandonado el grupo. 

Cuántas veces nos hemos sentido decepcionados.  Nos decepcionan los políticos y la sociedad, nos decepciona la familia, nos cansa el trabajo y nos preguntamos: ¿para qué vivir?  ¿Qué sentido tiene todo? ¿Merece la pena luchar por un ideal?  ¿Es que en la vida no hay nada más que esta rutina de cada día?  Preguntas que de vez en cuando nos hacemos.  Preguntas molestas que muchos intentan evitar u olvidar encerrándose en sí mismos, huyendo de todo compromiso, o entregándose a las múltiples drogas que nos acechan bajo forma del consumismo, el abuso de la televisión, del sexo, del alcohol, etc.

¿Se puede vivir así la vida?  Ciertamente que no.

El problema es que nos falta fe.  Por eso con frecuencia dudamos nos confundimos y somos débiles.  Pero no lo olvidemos, Jesús siempre sale a nuestro encuentro.  Lo peor que podemos hacer en esos momentos es abandonar la comunidad, como aquellos dos discípulos.  A la Iglesia no se la abandona, sobre todo en momentos de crisis.  Prescindir de la Iglesia nos hace todavía más difícil reconocer al Señor en nuestro camino.

Hay que encontrarse con Jesús en nuestras vidas.  El encuentro con Jesús Resucitado cambió la vida de aquellos dos discípulos de Emaús. No podemos olvidar nunca que Jesús está resucitado y camina a nuestro lado.