VI DOMINO DE PASCUA (CICLO A)

La liturgia de este 6° Domingo de Pascua nos invita a descubrir la presencia de Dios en su Iglesia por eso nos decía el Señor “no os dejaré desamparados”.
La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta al diácono Felipe predicando a los samaritanos. Esta lectura de hoy nos hacer ver la necesidad y la urgencia que tenemos de evangelizar y de ser coherentes con el sacramento de la Confirmación.
No podemos quedarnos sin hacer nada. No digamos que no tenemos tiempo. La mejor inversión de nuestro tiempo es dedicar algo de tiempo a los demás. La mejor inversión de nuestro tiempo es dedicar horas a la familia, a los enfermos, a los amigos, a la Parroquia. ¡Nunca es tiempo perdido! Es preocupante que se atente contra los derechos de la familia en la educación de los hijos y nos quedemos de brazos cruzados e indiferentes.
Que importantes es, pues, que todos evangelicemos. Nos decía la primera lectura que la predicación de Felipe produjo que “la ciudad se llenara de alegría”. Ese es el resultado que produce la predicación del Evangelio en las personas que lo acogen: sus corazones se llenan de alegría. Cristo se convierte en el sentido de su vida, la fe nos da esperanza. La predicación libera a los que viven sometidos al yugo del mal, de la enfermedad, de la muerte. Cuando Dios está en nuestros corazones, ni siquiera la enfermedad nos puede entristecer o inquietar: acaso nos haga sufrir, pero no arrancará de nosotros la paz.
Evidentemente la alegría del evangelio no es la misma que la alegría del mundo, la alegría del evangelio no tiene que ver con el tener mucho dinero, con el vivir cómodamente, con el tener buena salud. La alegría del evangelio es la alegría que Dios da a los que lo acogen. Es la alegría del que ha descubierto que su vida, su destino, está en manos de Dios.
La 2ª lectura de la primera carta de san Pedro exhorta a los creyentes a glorificar a Cristo Jesús. Es algo que sólo se puede hacer desde la alegría y el gozo, desde el agradecimiento que supone el saberse salvados, rescatados por el Señor.
En un ambiente de consumismo, de indiferencia religiosa, los cristianos tenemos una tarea muy importante que realizar en este mundo. Esa tarea es la que hoy nos decía san Pedro: “dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza”. La fe no tiene miedo a la razón. Fomentemos el diálogo que es el camino que la Iglesia ha escogido para seguir evangelizando.
La Iglesia necesita laicos cristianos bien formados para que den razón de su fe y de su esperanza a quienes se la pidan en el ámbito de la cultura, de la política, de la vida, del trabajo. La cultura ha de ser evangelizada desde dentro, desde sus raíces más hondas y profundas. Necesitamos cada día más una cultura liberadora del hombre y que dé y promueva la esperanza en todos. Desterremos para siempre la violencia, la guerra, la exclusión, el hambre, la muerte, dando razón de nuestra fe.
En el Evangelio de san Juan nos decía Jesús: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”
Nosotros manifestamos el amor que le tenemos a Cristo cuando cumplimos fielmente sus mandamientos. No por el castigo que nos pueda venir, sino porque lo amamos a Él. Si nosotros realmente amamos a Cristo nos vamos a esforzar por hacer vida lo que Él nos dice.
Quizá, una de las razones por las que nosotros no vivimos en serio nuestra vida cristiana es porque la vemos solamente bajo el aspecto de obligaciones y de leyes y no hemos llegado a comprender todavía que solamente podremos seguir a Cristo viviendo en el amor.
Muchas veces se nos hace pesada la oración y por eso, la dejamos con mucha facilidad. Sin embargo, en el fondo no se trata de que estemos cansados o de que la oración sea algo aburrido. Se trata de que no amamos a Dios hasta el punto de sentir necesidad de estar con Él, de abrirle nuestro corazón y de escuchar su voz.
Debemos amar a Dios tanto que sin Él no podemos vivir. Debemos desear a Dios como necesitamos el aire para respirar.
Esto es lo que Jesús quiere enseñarnos cuando nos dice: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Ese amor a Dios debe impulsarnos a hacer todo lo que Cristo nos pide. No importa que sea algo que nos cueste.
Para vivir como verdaderos hijos de Dios necesitamos amar a Dios con todo nuestro corazón y con ese mismo amor amar a nuestro prójimo. Solamente podremos vivir como Dios nos enseña en la medida en que el amor esté presente en nuestra vida.
A veces decimos que nos cuesta perdonar, o que no aceptamos a tal o cual persona, o que nos cae mal esta o aquella actividad que tenemos que hacer, o que la misa nos aburre… Para cambiar nuestras actitudes lo que necesitamos es amar con todo nuestro corazón.
Pidamos al Señor que el amor sea el fundamento de nuestra vida.