PENTECOSTÉS (CICLO A)

Hoy celebramos el domingo de Pentecostés. Con este domingo se cierran los 50 días de Pascua, dedicados por entero a celebrar el gozo y la resurrección de Cristo, y también celebrar la novedad de los bautizados y el comienzo de la Iglesia, animada por el Espíritu Santo.
El día de Pentecostés está marcado por la conmemoración de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Es un día en el que la Iglesia dirige su atención de una manera especial a honrar a la tercera persona de la Trinidad.
La función del Espíritu Santo no es suceder a Cristo, ni suplantarlo. Es “llevar a plenitud la obra de Cristo en el mundo”. Corresponde al Espíritu asegurar la presencia invisible y perenne de Cristo y de su obra. Por eso los apóstoles reciben el Espíritu Santo. Ellos que estaban encerrados por miedo a los judíos, a través de la fuerza del Espíritu Santo son capaces de vencer ese miedo y salir al mundo a predicar el Evangelio, a predicar la novedad de Jesucristo.
El domingo de Pentecostés es “fiesta de la Iglesia”. El acontecimiento que hoy celebramos marca el nacimiento de la Iglesia.
En la 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, hemos escuchado como todos los que se encontraban en Jerusalén en esos días: medos, partos, elamitas, judíos, egipcios, libios, etc., todas esas personas, que hablaban idiomas diferentes, sin embargo eran capaces de entender a los apóstoles, porque los apóstoles hablaban un idioma internacional que es el amor, y el amor debe hablar de Dios, si no lo hace así, es que no es un amor verdadero.
El Espíritu que reciben los apóstoles es: luz, don, fuente de consuelo, huésped, descanso, tregua, brisa, gozo, aliento.
En la 2ª lectura de san Pablo a los Corintios, San Pablo nos ha hablado también de los dones que reparte el Espíritu Santo. Cada uno de nosotros tiene un oficio concreto que hacer dentro de la Iglesia, ninguno es más importante que otro, aunque son diferentes las funciones de cada uno, sin embargo, todos tienen la misma dignidad.
Cuando una comunidad se deja penetrar por el Espíritu Santo, en esta comunidad crece la unidad, esta unidad tan necesaria hoy día, para que podamos predicar el evangelio de Cristo a todas las personas.
En el Evangelio de san Juan vemos que Jesús se presenta en medio de sus discípulos, como lo había prometido: “me voy y volveré a vosotros”. Atraviesa las puertas de la casa y las puertas internas del miedo de sus discípulos y les comunica a sus discípulos cuatro dones fundamentales: la paz, el gozo, la misión y el Espíritu Santo.
A los hombres se les reconoce y se les califica por el espíritu que les anima: El espíritu del poder anima al político, y sin él, posiblemente se quedaría tranquilamente en su casa. El espíritu de la competición anima al deportista y por él se entrena y se esfuerza. El espíritu del dinero y de la influencia anima al hombre de negocios. El espíritu de la vanidad anima a una “estrella” a estar siempre de actualidad. E incluso, hay hombres y mujeres a los que calificamos diciendo: “no tienen espíritu”. Son los apáticos, los indiferentes, aquellos a los que resulta difícil saber cuál es el impulso que los anima, porque más bien parecen “inanimados”.
A los cristianos también se nos reconoce por el espíritu que tenemos. Si un hombre o una mujer: eligen siempre el último lugar pudiendo estar en el primero por derecho propio, lo anima el Espíritu Santo. Si es amigo de la verdad y procura ser siempre sincero, tiene al Espíritu Santo con él. Si no hace distinción de personas y trata a todos por igual, está lleno del Espíritu Santo. Si cumple en su trabajo con responsabilidad y se alegra de que otros colaboren y no se siente molesto, el Espíritu Santo habita en él. Si colabora, buscando el bien de todos y no está pendiente de aplausos y felicitaciones, lo anima el Espíritu Santo. Si no duda en dar generosamente su tiempo y su dinero a los demás, para que sean un poco más felices, tiene al Espíritu Santo con él. Si ama al prójimo como a sí mismo, el Espíritu Santo habita en él.
Y si todo esto lo hace por Dios: estamos ante un cristiano al que anima el Espíritu Santo.
Pero, sinceramente: ¿cuántos cristianos hay así? Quizá no muchos.
Podría decirse que estamos en una etapa semejante a la de los apóstoles en Pentecostés: miedosos, indiferentes, sin captar la gran misión para la que Cristo nos ha elegido y nos ha llamado.
Por eso, la frase de Cristo: “Recibid el Espíritu Santo”, debe ser, una urgencia en el camino de nuestro cristianismo. Nos hace falta la confirmación de nuestra fe. Nos hace falta vivir según Espíritu Santo.