XIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

Las lecturas de este domingo nos ponen delante el tema de la vida y las condiciones necesarias para seguir a Jesús.
La 1ª lectura, del 2° libro de los Reyes, nos muestra cómo todos podemos colaborar en la realización del proyecto salvador de Dios. Unos pueden colaborar de forma directa como el profeta Eliseo; otros indirectamente como la mujer de Sunem. Todos tenemos un papel que desempeñar en la Iglesia, todos tenemos que colaborar para que Dios se haga presente en el mundo.
La mujer de Sunem acoge al profeta como si del mismo Dios se tratara. Es una acogida extraordinaria. La recompensa también es extraordinaria: para una mujer hebrea la mayor desgracia era no darle ningún hijo a su marido. El Señor da este premio a la sunamita: “El año próximo, por esta época, tú estarás abrazando un hijo”.
Dios no se deja ganar en generosidad. Paga con creces todo lo que el hombre hace por su amor divino. Sobre todo premia abundantemente todo lo que se hace por sus enviados, por sus profetas, por sus sacerdotes, por todos los que se consagran a Dios y han recibido la misión de anunciar, incansablemente, el mensaje que redime y salva.
Hoy podemos preguntarnos: ¿premia Dios en esta vida nuestros esfuerzos y sacrificios por los demás? La respuesta es sí. Dios es un Dios de vivos y por tanto es Señor de la vida cotidiana. No hay que esperar al tiempo futuro para esperar su premio. La alegría, la limpieza de corazón, el amor a los demás, ya son regalos de Dios.
La 2ª lectura, de san Pablo a los Romanos, nos habla del bautismo. Por medio del bautismo la vida de divina está en nuestro interior. Esa vida divina tiene que ir creciendo en nosotros hasta hacerse expresión en nuestros pensamientos y en nuestras obras, así se manifestará la resurrección y daremos muerte en nosotros al pecado.
¿Para qué nos bautizamos? Para ser cristianos y ser cristianos es vivir una vida nueva y renunciar al pecado. Pecar significa cerrarse en uno mismo y rechazar a Dios y a los demás. “Pecar” es rechazar la comunión con Dios e ignorar, conscientemente, sus propuestas.
No podemos ignorar que el pecado existe, existe porque el pecado es el egoísmo que genera injusticia y explotación; es el orgullo que genera conflicto y división; es la venganza que genera violencia y muerte.
Lo que se le pide al cristiano es que renuncie a esta realidad y oriente su vida de acuerdo con los criterios y los valores de Jesús.
En el evangelio de hoy de san Mateo, ¡Jesús no nos lo pone fácil! El evangelio de hoy empieza con unas frases muy fuertes: “El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”.
¿Qué quiere decir esto? ¿Acaso Jesús está en contra de la familia, y nos pide que la dejemos de lado y no nos preocupemos de ella?
Jesús no nos pide que dejemos de lado a la familia, o que no nos preocupemos de ella. Lo que Él quiere, lo que Él sí nos exige, es que, en todo lo que vivimos, en todo lo que hacemos, pongamos por encima de todo sus criterios: lo pongamos a Él, a su Evangelio, por encima de todo.
¿Qué querría decir, por ejemplo, amar al padre o a la madre más que a Jesús? Sería el caso, por ejemplo de aquel hijo que ve que podría dedicar un tiempo a la semana a trabajar en algún servicio social o participar en un grupo cristiano, y no lo hace porque sus padres lo quieren todo el día a su lado. Los padres no deben ser obstáculo para que el hijo pueda realizar su propio seguimiento de Jesús.
¿Y que querría decir, por ejemplo, amar a los hijos o a las hijas más que a Jesús? Sería el caso, por ejemplo, de aquellos que tienen como única preocupación que sus hijos lo tengan todo, y estén muy preparados para tener buenos puestos en la sociedad, y se gastan mucho dinero en llevarlos a buenos colegios, y olvidan que parte de este dinero que gastan en sus hijos deberían gastarlo más bien en ayudar a otra gente que no tiene tantas posibilidades.
O el caso de aquellos que obsesionan a sus hijos con un espíritu competitivo, y los convencen de que sólo deben vivir para estudiar, y tratan de evitar que realicen actividades sociales o de Iglesia diciéndoles que “esto es perder el tiempo en tonterías”.
Estos son los peligros que Jesús nos dice que tenemos con la familia. Hay algo que está por encima de la familia: el reino de Dios y su justicia.