XVI DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

Las lecturas de este domingo son una llamada de atención para que no nos olvidemos que Dios siempre nos ofrece la oportunidad para cambiar porque Él es paciente con nosotros.
La 1ª lectura del libro de la Sabiduría nos enseña que Dios, pudiendo condenar nuestra maldad, siempre está dispuesto a perdonarnos, ofreciéndonos el camino de la conversión. Nosotros, juzgamos a los hombres y sin embargo Dios siempre nos da una oportunidad para el arrepentimiento. ¡Qué manera tan distinta la actuación de Dios y la nuestra!
Dios no quiere la muerte del pecador, sino su conversión; Dios ama a todos los hombres que ha creado, incluso a aquellos que hacen el mal.
Además, todos somos pecadores, pero nuestros fallos y caídas no han de alejarnos de Dios, sino que nos deben servir para acudir, como hijos débiles al abrazo de Dios nuestro Padre, que siempre espera nuestro arrepentimiento. El mayor pecado del hombre es desconfiar del amor y del perdón de Dios. Sentirse amados y perdonados por Dios es el comienzo de una vida nueva que nos ha de llevar a sentir compresión por aquellos que optar por vivir injustamente.
La 2ª lectura, de san Pablo a los romano, señala de otra forma, la bondad y la misericordia de Dios, al afirmar que el Espíritu Santo nos ayuda en nuestras fragilidades y nos guía por buen camino.
Tenemos que tomar conciencia del amor que Dios nos tiene y que lo que desea es salvarnos y que nos realicemos plenamente. Somos hijos de Dios y por ello, Dios no se cansa de indicarnos, todos los días, el camino hacia la felicidad a través del Espíritu Santo.
El ritmo de la vida diaria nos puede apartar de Dios. El trabajo, los problemas familiares, la necesidad de ganarnos la vida nos tiene todos los días ocupados, cansados y estresados y esto hace que nos olvidemos de poner nuestra atención en lo esencial. Es necesario encontrar tiempo y espacio para ver si estamos conduciendo nuestra vida según el Espíritu de Dios, según la voluntad de Dios o según nuestros caprichos.
El Evangelio de san Mateo nos ha presentado tres parábolas: la cizaña en medio del trigo, el grano de mostaza que crece hasta que anidan los pájaros en sus ramas, y la levadura que fermenta toda la masa.
El trigo y la cizaña es la realidad de nuestros días. Acostumbramos a dividir el mundo, la historia y las sociedades, en buenos y malos. Los que piensan distinto a nosotros, los que son de otro grupo o religión, los de diferente partido no solamente son “los otros”, con frecuencia son considerados perversos, separados y en extremos opuestos. Han cometido el delito de ser diferentes.
Las actuales guerras, los conflictos internacionales, las diferencias políticas, son casi imposibles de resolver porque no aceptamos a los otros, porque los juzgamos incapaces de tener algo bueno y condenamos a priori cualquier propuesta o posible solución que los otros presentan.
La parábola de la cizaña tiene sus grandes enseñanzas: es en realidad el mal en nuestra vida, no podemos arrancar al otro simplemente porque a nosotros nos parezca mal, sólo hay un verdadero juez que en el momento justo revelará la verdad.
Con la parábola del trigo y la cizaña, Jesús nos enseña que Dios está en todas partes y que a todos acoge, y lo expresa despertando el respeto por los demás, alentando la paciencia y fortaleciendo la esperanza en que habrá un día en que se puedan alcanzar niveles de justicia, de igualdad y de paz. Pero el camino no es exterminando, destruyendo, sino respetando procesos y diferencias.
El mal que está no sólo en nuestro mundo, sino en nuestra propia persona. Tenemos que reconocer que en el corazón de cada uno de nosotros descubrimos grandes riquezas, pero también hay graves errores, tropiezos, egoísmos y equivocaciones. Es fácil reconocer los defectos de los demás pero ¡qué difícil es reconocer nuestros propios fallos!
También nos ayuda esta parábola a cuestionarnos sobre el bien y el mal. Es tendencia actual disculpar todo y caminar como si cada quien pudiera hacer lo que le venga en gana sin importar si es bueno o malo. Y Jesús nos recuerda que en el mundo también hay el mal y que no lo podemos llamar “bien” por más que se le parezca o se le disfrace.
Conscientes de que en nuestro propio interior encontramos esa duplicidad del bien y el mal ¿somos comprensivos con el hermano diferente y descubrimos sus cualidades? ¿Cuánta paciencia tenemos con los demás y con nosotros mismos?