lunes, 27 de noviembre de 2023

 

I DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)


Hoy empezamos a celebrar con toda la Iglesia el Adviento. El Adviento es un tiempo de espera y preparación para la venida de Jesús. A lo largo de estos cuatro domingos vamos a estar vigilantes para que no nos pase nada inadvertido. Vendrá alguien a anunciarnos una buena noticia y nos traerá un importante mensaje. Por fin, una joven israelita llamada María, será la elegida para el gran acontecimiento.

Tenemos que estar con los ojos muy abiertos y vigilar, vigilar mucho, no vaya a ser que la venida de Jesús se nos pase sin darnos cuenta.

La 1ª lectura del profeta Isaías es un clamor, un grito, una sentida oración que nace de lo más profundo del corazón. Los antiguos clamaron angustiados a Dios, conscientes de la necesidad en que se encontraban, y apurados por el dolor: “¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses! En tu presencia se estremecerían las montañas”. Se sentían huérfanos y perdidos y clamaron a Dios como padre, por un Salvador.

La pregunta que se plantea el profeta, en la primera lectura, seguro que nosotros también nos la hemos hecho en más de una ocasión, ante diferentes hechos, en nuestra vida. ¿Por qué permites que nos desviemos de tus caminos? ¿Por qué permites, Señor, tanta injusticia? ¿Por qué no arreglas de una vez este mundo, si todo lo puedes?

Dios es omnipotente, pero el amor sólo tiene efecto si es aceptado. El amor es oferta, no imposición. Querer forzar una respuesta de amor es hacerlo imposible, porque el amor supone la libertad de respuesta. Una persona puede amar a otra, pero si la otra permanece indiferente, el amor no puede realizarse. Un Dios-Amor no puede ser responsable de los males de la humanidad, muchos de los cuales son responsabilidad de los hombres, que no respondemos a este amor que nos viene. Por eso el mismo Isaías reconoce el pecado del pueblo (nuestra responsabilidad en el mal) y, por tanto, el disgusto de Dios.

Ahora bien, Isaías, nos recuerda que Dios es perdón que es el único Salvador y no hay otro; que Él es el que hemos de esperar. Por eso en medio de nuestras oscuridades, depresiones, angustias, hundimientos en la culpa… Dios nos ofrece nuevamente la recuperación, la paz, la reconciliación. Porque Dios es Padre fiel, y nos ha enriquecido ya con su amor.

La 2ª lectura de la 1ª carta de san Pablo a los Corintios, nos recuerda que Dios nos ha llenado de dones, nos ha comunicado su Espíritu. Pero todo estos dones, aunque Dios nos los ha dado para siempre, no es definitivo en nuestras manos. Nos cansamos, nos fatigamos y corremos el peligro de abandonarlo todo. Debemos reavivar la esperanza. No hay por qué desanimarse. Dios ha comenzado la obra; Él la llevará a buen término. Dios es fiel.

El evangelio de San Marcos, nos sitúa ante una certeza fundamental: “El Señor viene”.

Hay esperanza.  El Adviento es un tiempo para recuperar la esperanza.  Hoy los seres humanos necesitamos recuperar la esperanza.  Porque vivimos en un mundo en el que se han perdido los grandes ideales; donde los proyectos se ven más desde el dinero que uno se puede robar que desde el bien que puede hacer a la humanidad.

Desencanto, apatía, indiferencia, son palabras que expresan nuestra manera de vivir.  El único objetivo de la vida es pasarlo lo mejor posible, que no nos falte de nada y vivir lo más cómodamente posible. Sentimos indiferencia ante la formación humana y el compromiso social.

Por eso al comenzar este Adviento, este nuevo año cristiano, hemos de recuperar al menos nosotros los cristianos la esperanza.  Una esperanza que nos dice que el mundo, a pesar de todo, se dirige hacia el encuentro con Dios.  Una esperanza que nos dice que todavía es tiempo para mejorar las condiciones de vida humanas, de luchar para que se reconozcan la dignidad humana por encima de los intereses económicos, de partido o de grupos.

Una esperanza que nos dice que aunque sea poco, cada uno de nosotros puede aportar algo al proyecto del Reino de Dios.  Por eso la mejor actitud que podemos tener para recuperar la esperanza es la vigilancia: ¡Velad  porque nos sabemos ni el día ni la hora!

Vigilar porque estamos malgastado nuestra vida, nuestra realización como personas.  Hay que despertar de nuestra indiferencia e involucrarnos en la promoción del ser humano.

Miremos a nuestro alrededor para descubrir la presencia amorosa de Dios que denuncia nuestras injusticias y nos impulsa a salir de nuestra apatía.

Vigilemos lo que pensamos, lo que vemos, lo que decimos, lo que hacemos para que nuestro corazón no se corrompa con el virus de la indiferencia.

Pidamos a Dios, que la celebración de este Adviento nos permita recuperar la esperanza y despertar en nosotros la ilusión por un mundo, un pueblo y una familia mejores.