II DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)

Allanar el camino es la invitación que nos hace la liturgia este segundo domingo de Adviento, para dejar de lado nuestras perspectivas en la vida y aceptar las de Dios, al mismo tiempo que aceptamos la compañía que Dios nos ofrece.
La 1ª lectura, del profeta Isaías, nos hacía una llamada a la conversión; una llamada a preparar el camino al Señor y a quitar los obstáculos que dificultan o retrasan la venida del Señor.
Para ello se nos pide que abandonemos nuestros hábitos de comodidad, de egoísmo y de autosuficiencia y que aceptemos los retos que Dios nos presenta.
La primera lectura contiene un mensaje de consolación para todas aquellas personas que viven amargadas o desilusionadas. Dios no nos ha abandonado ni nos ha olvidado. Hoy podemos sentirnos hundidos y fracasados porque la violencia y el terrorismo llenan de sangre y sufrimiento la vida de tantas personas o porque los pobres y lo débiles son olvidados y no tenidos en cuenta, o porque la sociedad global se construye con egoísmo, con indiferencia. Sin embargo Dios es fiel a los compromisos con nosotros sus hijos, Dios no está al margen de lo que nos ocurre. Dios viene a nuestro encuentro y nos ofrece llevarnos con amor y solicitud al encuentro de la verdadera vida y de la verdadera libertad.
El Señor trae paz y justicia, pero espera nuestra colaboración. Nuestra tarea es preparar el camino a nuestro Dios, y para ello hemos de rebajar el monte de nuestro orgullo. El gran pecado del hombre actual es prescindir de Dios y creerse él mismo el todopoderoso. El Adviento es el tiempo favorable para que limpiemos los caminos de nuestra vida, de forma que Dios pueda nacer en nosotros y, a través de nosotros, liberar al mundo.
La 2ª lectura, de la carta de San Pedro, nos invitaba a la vigilancia. San Pedro responde a los incrédulos que se burlan de la venida del Señor, tantas veces anunciada y que no acaba de llegar. No debemos olvidar que Dios es eterno y que su grandeza trasciende todas las medidas humanas, que para Él un día es como mil años, y mil años como un solo día; esto es, que Dios no tiene prisa, Él, puede hacerlo todo en un instante. Si Dios tarda, no es porque le cueste mucho cumplir lo que promete. Es porque tiene misericordia y da tiempo a los que necesitan tiempo para convertirse.
Dios es grande y su misericordia infinita, su amor a los hombres inagotable. Lo que a nosotros nos parece tardanza no es otra cosa que paciencia y misericordia con los pecadores, pues “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.
Sin embargo, los hombres no debemos abusar de tanta misericordia y perder el tiempo que Dios nos da para convertirnos. Pues lo cierto es que el día del Señor llegará cuando menos se piense, repentinamente, como llega un ladrón sin dar aviso. Hay que vigilar en todo momento.
El Evangelio de san Marcos nos presentaba a Juan el Bautista. Llama la atención su forma de vestir, su manera de alimentarse y sobre todo su forma de ser. Invitaba a todo aquel que acudía a él a la conversión.
Juan usaba un vestido de pelo de camello. ¿Cómo vestimos nosotros? ¿Con la piel de la oración o con el vestido de la frialdad hacia Dios? ¿Con qué nos alimentamos? ¿Con la Palabra y la Eucaristía o, por el contrario, con todo aquello que es agradable a nuestros ojos, a la boca, al placer?
¿En qué dirección estamos caminando? ¿Hacia la Navidad, preparándonos para recibir a nuestro Salvador o hacia la vanidad de disfrutar, gastar y derrochar en este tiempo de Navidad?
Juan el Bautista nos sitúa ante un dilema. ¿Qué camino estamos construyendo para la llegada de Jesús? ¿Estamos realmente preocupados por quitar de nuestra vida todo aquello que nos impide recibir y acoger a Cristo: envidias, orgullo, soberbia, malos modos, egoísmo, etc., todo estas cosas que hacen que nuestra fe sea algo irrelevante o simbólico?
En estos días se adornan las calles, las plazas, los centros comerciales e incluso nuestras casas con adornos navideños. ¿Cómo vamos a adornar nuestra vida? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a iluminar el interior de cada uno de nosotros para que el Señor, cuando nazca pueda entrar en nuestra vida y nacer de verdad?
Ojala que en estos días que nos estamos preparando para la Navidad no nos dejemos seducir por todo aquello que ha hecho de la Navidad una fiesta comercial. Desde ahora, hemos de comprometernos en hacer una profunda revisión de nuestra vida cristiana y enderezar todo lo que está torcido, iluminar lo que está oscuro, dejar atrás los caminos equivocados por los que hemos ido en la vida, agarrarnos al poder y fuerza de la oración para pedirle al Señor que nos ayude a convertirnos a Él, para optar por el amor y la paz que nos trae y nos da el Evangelio.
Es tiempo, antes de que celebremos la Navidad, de ver si nos hemos equivocado de camino para regresar al camino del Señor, no vaya a ser que Dios vaya por un camino y nosotros en dirección contraria.