lunes, 11 de diciembre de 2023

 

III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)


Este tercer domingo de adviento es conocido como el domingo de la alegría (Gaudete). La lecturas nos hablan de ello y la alegría se hace patente porque ya está muy cercana la Navidad, ese gran acontecimiento que llevamos preparando durante todo este tiempo de Adviento.

La 1ª lectura, del libro del profeta Isaías, nos presenta a Dios, a un Dios que se preocupa de los que sufren, de los desheredados de la tierra, de los excluidos, de los marginados.

Dios pregona el año de gracia del Señor: ¡Sólo es posible que la gracia llegue a todos si eliminamos la pobreza y sus causas injustas!  Es decir tenemos que trabajar por un nuevo orden internacional donde el hombre deje de ser explotado por el propio hombre.

Hoy seguimos, como en épocas pasadas, excluyendo a una parte importante de la población mundial del derecho a una vida digna.  La falta de justicia se manifiesta como una constante a lo largo de la historia y hoy se justifica esa falta de justicia mediante una sutil manipulación de las fuentes de información.  La exclusión, la pobreza, no sólo no disminuyen sino que van adoptado nuevas formas y se propagan con mayor velocidad. 

Por ello, Dios nos quiere liberar del mal que existe en nosotros, de nuestros pecados, del daño que causamos a los demás y del daño que nos causamos a nosotros mismos.  Hay que vivir en amistad con Dios para vernos libres de todas las esclavitudes y liberar también a este mundo.

La 2ª lectura, de San Pablo a los Tesalonicenses, nos invitaba a preparar la llegada del Señor, y a vivir con alegría este acontecimiento.

No parece fácil mantener un ritmo de alegría y gozo en estos tiempos nuestros marcados por el desencanto, el desengaño y el pesimismo.

Podríamos preguntarnos: ¿Podemos hoy vivir alegres? ¿Tenemos derecho a estar alegres? Cuando pensamos en los problemas que nos rodean, cuando experimentamos la crisis económica y la inseguridad, cuando ha muerto una persona querida… ¿podemos estar alegres? Cuando muchas personas mueren de hambre, cuando muchos pueblos están en guerra, cuando es pisoteada la dignidad de tantas personas… ¿podemos estar alegres? Con todo, san Pablo nos ha dicho en la segunda lectura: “Estad siempre alegres”.  Esto significa que la alegría es posible. Los cristianos debemos reivindicar la alegría, porque creemos y tenemos esperanza. Los problemas que he dicho al principio son reales, existen de veras. Pero no nos podemos resignar a quedarnos sin hacer nada. Debemos aportar una solución.

Cuando trabajamos para que las relaciones entre las personas sean sinceras, cuando procuramos ser justos para con todos, cuando nos esforzamos por crear lazos de solidaridad, cuando colaboramos con personas que luchan por construir un mundo más justo, que luchan por la dignidad de la persona, entonces el mundo empieza a transformarse, empieza a mejorar.

En medio de los problemas podemos experimentar la alegría, porque el mundo puede cambiar. Armados con la fe, la esperanza y la alegría, podemos hacer mucho más de lo que podemos imaginar. Sí, una persona sola puede hacer muchísimo. Puede crear un clima distinto a su alrededor, porque cree en Jesús que le da fuerza.

El Evangelio de san Juan  nos presenta a Juan el Bautista como enviado por Dios, como testigo para dar testimonio de la luz.

Muchas veces en la vida nos encontramos como en un túnel de oscuridad y necesitamos el “guía” que nos muestre la pequeña lucecita que nos conduce a la claridad y a la libertad.

Hoy, la Palabra de Dios, nos invita a que nosotros nos convirtamos en testigos de la luz, en testigos de Jesús.  Para ser testigos se requieren varias condiciones.  En primer lugar es necesario reconocer y aceptar lo que somos y lo que no somos.  Nunca podremos ocupar el lugar de la luz, es decir, nunca podremos ocupar el lugar de Dios.  Juan lo dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”.  No podemos vivir de apariencias ni de títulos.

En segundo lugar, no podemos creernos más de lo que somos, creyendo que ya lo sabemos todo acerca de Jesús y de su Evangelio.  No podemos decir que conocemos a Jesús si le damos la espalda; no podemos decir que nos ha iluminado, aunque tengan mil luces artificiales nuestros nacimientos, si nuestro corazón sigue en tinieblas.

Hoy se necesitan testigos. Testigos de la verdad, de la luz, de la justicia, de la solidaridad, de la paz, de la alegría, del Evangelio, de Cristo, de Dios. Testigos firmes que no se doblen ante las dificultades o ante las promesas y los halagos. Testigos creíbles y responsables que hablen más con sus obras que con sus palabras. Testigos que sean una voz que anuncia buena nueva en medio de tantas falsedades. Testigos de la luz en medio de tanta oscuridad que nos ahoga y desanima. Testigos de Cristo.

La Navidad se presta mucho para decir que somos cristianos pero teniendo un conocimiento muy superficial de Jesús; se presta para organizar fiestas y tener pretextos para nuestras diversiones.  Sin embargo la Navidad es tiempo para conocer realmente a Jesús, para que su mensaje tenga repercusión en nuestra vida y marque nuestra conducta e ilumine nuestra historia.

En este domingo de la alegría debemos preguntarnos: ¿Quién soy yo, que digo de mí mismo? ¿Cuáles son mis valores? ¿Estoy anunciando a Cristo?  ¿Soy testigo de Cristo ante el mundo y ante mi familia?