lunes, 8 de abril de 2024

 

III DOMINGO DE PASCUA (CICLO B)


La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta, como portavoz de la Resurrección, a Pedro, en uno de sus primeros discursos diciendo al pueblo judío: “¡entregasteis al siervo del Dios de nuestros padres, lo rechazaron, pidieron en cambio el indulto de un asesino, hicieron cambiar a Pilato su decisión, cuando ya tenía decidido soltar a Jesús«. Lo más duro que Pedro les dice es: “¡Matasteis al autor de la vida!”

Pedro reconoce que este pueblo es un pueblo que asesina la Vida misma. Pedro se juega también la vida al ser tan claro. Sin embargo, se muestra enormemente comprensivo: “lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades”. Con esto se revela un drama de cualquier ser humano: podemos ser asesinos, sin darnos cuenta.

Nos ocurre con frecuencia: mientras por una parte defendemos la vida, por otra nos brotan sentimientos asesinos hacia aquellas personas que no son de nuestro agrado o que nos amenazan. Para defender la vida -en todo momento y circunstancia- se hace necesaria una fuerte espiritualidad, una sensibilidad divina, que nos permita cuidar la vida en todas sus expresiones: en la naturaleza, en la humanidad, en la historia.

Es probable que no pocos cristianos no se sientan demasiado afligidos por las muertes de las guerras. Es probable que a no pocos apenas les quiten del sueño las ejecuciones de inocentes a manos de los narcotraficantes o las muertes de tantas mujeres en manos de las redes del tráfico de seres humanos. ¡Estamos siendo solicitados, constantemente, a ser cómplices de unas muertes u otras!

Quizá votemos a favor de ciertas muertes… ¡Eso sí! ¡Por ignorancia! La ignorancia nos hace hacer estas cosas. Nosotros también cometemos pecados causados por esa misma ignorancia y debilidad. El pecado no se borra disimulándolo. Por ello, el Señor, nos llama a la conversión. Y Él, que es compasivo y misericordioso, nos concederá el perdón merecido por la muerte y resurrección de Jesús.

La 2ª lectura, de la primera carta de San Juan, nos dice que no es posible conocer a Jesús y no creer en Él; no es posible creer en Él y no vivir según sus enseñanzas.  Sólo el que vive como Él, el que cumple sus mandamientos puede decir que conoce al Señor.  San Juan llama mentiroso al que dice que conoce a Cristo pero no le afecta para nada en su vida.

Es una mentira decir que amamos a Dios y, luego en nuestra vida despreciar los valores que Dios nos propone y vivir la vida al margen de Dios y sus mandamientos.

Un creyente que dice amar a Dios pero en su vida lo único que hace es crear injusticias, conflictos, opresión, sufrimiento, vive en la mentira; un creyente que dice “conocer a Dios” y fomenta la violencia, el odio, la intransigencia, la intolerancia, está muy lejos de Dios; un creyente que dice tener “fe” y rechaza el amor, el compartir, el servicio, el venir a misa, está muy lejos de Dios y además es un mentiroso.

El Evangelio, según san Lucas, nos asegura que Jesús está vivo.  ¿Cómo podemos encontrar a Jesús resucitado?

El Evangelio nos dice, en primer lugar, que lo podemos encontrar en las Escrituras.  Cuando la comunidad se reúne para escuchar la Palabra de Dios, Cristo está presente y nos explica el sentido de las Escrituras. En segundo lugar, podemos encontrarnos con Jesús resucitado en la fracción del Pan, es decir, en la Eucaristía.

La Eucaristía es lugar privilegiado para que los creyentes abramos “los ojos de la fe”, y nos encontremos con el Señor Resucitado que alimenta y fortalece nuestras vidas, con su mismo cuerpo y sangre.

No se puede vivir plenamente la adhesión al Resucitado, sin reunirnos el día del Señor a celebrar la Eucaristía, unidos a toda la comunidad creyente. Un creyente no puede vivir “sin el domingo”. Una comunidad no puede crecer sin alimentarse de la Cena del Señor.  Necesitamos comulgar con Cristo Resucitado.

Partir el pan, no es sólo una celebración cultual, sino un estilo de vivir compartiendo, en solidaridad con tantos necesitados de justicia, defensa y amor. No olvidemos que comulgamos con Cristo cuando nos solidarizamos con los más pequeños de los suyos.

¿Qué diría el resucitado de muchas de nuestras Eucaristías, de muchas comunidades cristianas, que se reúnen para celebrar la Misa, pero no se preocupan para nada de las necesidades del hermano, de las injusticias y situaciones de discriminación…?

Nos diría que no hemos entendido lo que es la Eucaristía. Aunque las celebremos con cantos, flores y palabras bonitas, si falta la caridad con el hermano, mal podremos reconocer a Cristo, en su gesto de entrega por los hermanos.

La Eucaristía, es también un compromiso de crear comunión entre nosotros y con todos los hermanos… y hasta tenemos en ella un gesto de paz, ¿pero este gesto es realmente un signo o es una comedia?

La Eucaristía es mucho más que una celebración cultual. Es un compromiso y un estímulo para vivir auténticamente nuestra fe.