LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (CICLO B)

Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo. Jesús se va al cielo y ahora es nuestro turno. Nosotros tenemos que llevar a cabo la misión de Jesús; nosotros tenemos que continuar el trabajo que Jesús comenzó: Anunciar la Buena Noticia a los hombres y ser testigos del amor de Dios.
La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos decía: “qué hacéis ahí plantados mirando al cielo”
La Ascensión nos invita a estar en la tierra, haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de Dios y llevando a todos los que podamos la Palabra de Dios. Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo.
A los cristianos se nos ha acusado muchas veces de estar demasiado atentos al cielo futuro, y poco comprometidos en la tierra presente. Pero, ciertamente, son bastantes los cristianos que actualmente han dejado de mirar al cielo. Las consecuencias pueden ser graves. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor responsabilidad de la tierra. Ignorar al Dios que nos espera y nos acompaña hacia la meta final, no da una mayor eficacia a nuestra acción social y política. No recordar nunca la felicidad a la que estamos llamados, no acrecienta nuestra fuerza para el compromiso diario.
Por otra parte, obsesionados por el logro inmediato de bienestar, atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, atrapados en la rueda del trabajo y el consumo, quizás necesitamos que alguien nos grite: “Creyentes, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?”.
La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios, nos invita a la esperanza. Nuestra esperanza es vivir en plena comunión con Dios. Pero para ello, hemos de tomar conciencia de que no estamos solos, sino que vamos por la vida unidos a nuestros hermanos y formando parte de un mismo cuerpo que es Cristo. En ese cuerpo, que formamos todos, Cristo es la cabeza y vive en la Iglesia y es en la Iglesia donde hoy se hace presente Cristo para todos nosotros.
En nuestra peregrinación por el mundo, tenemos que tener siempre presente “la esperanza a la que hemos sido llamados”: la resurrección. Formamos un “cuerpo” con Cristo destinados a la vida plena y eterna.
Decir que formamos parte del “Cuerpo de Cristo” significa que debemos vivir en comunión con Dios, pero también significa vivir en comunión, en solidaridad con todos nuestros hermanos, miembros del mismo “cuerpo”, alimentados por la misma vida.
Tenemos, como cristianos, que hacernos presentes en el mundo para llevar a plenitud el proyecto liberador de Dios. Esta tarea de liberación estará acabada cuando para todos los creyentes, Cristo sea “uno en todos”.
En el Evangelio de san Marcos Jesús nos dice: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. Estas son las palabras de Jesús resucitado antes de subir al cielo. Estas palabras de Jesús son un mandato. Y el objetivo de la predicación es el Evangelio.
Este Evangelio se tiene que dirigir a toda creatura. Nosotros, bautizados y confirmados, hemos recibido el Espíritu que nos hace apóstoles y por eso cada uno de nosotros tenemos la obligación de anunciar el evangelio.
Estar junto al Padre es estar en el amor del Padre. Desde el día de la Ascensión, los seguidores de Jesús conocemos que nuestra meta final es estar donde está Jesús, con el Padre.
Celebrar la fiesta de la ascensión del Señor es celebrar que Jesús ha adquirido la plenitud más allá de las posibilidades humanas: en Dios. Es creer que Jesús hombre como nosotros, ha entrado en la vida íntima de Dios, es partícipe de su divinidad. Es celebrar que está en el cielo, es decir que tiene un lugar en el corazón de Dios, en una existencia nueva, plena y feliz. Que tiene a Dios en plenitud y vive su amor.
La ascensión de Jesús no es sólo su triunfo; es también el nuestro, porque sube con nuestra carne. Por eso, en esta fiesta celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio; el triunfo de todo lo que nos eleva como seres humanos, sobre lo que nos deshumaniza. Es la fiesta de la superación humana, el triunfo de todo lo positivo.
Es celebrar que nuestra meta es: el cielo. Dios es el cielo.
No te conformes con los horizontes estrechos de este mundo; tú aspira a un amor sin egoísmos ni ambigüedades, aspira a una vida plena en la que se realicen todos los sueños humanos de felicidad, vida, amor y armonía. Aspira al cielo. Pero, sin olvidarte, que el único camino que tenemos para ir al cielo es la tierra.