sábado, 3 de agosto de 2024

 

XVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)


La liturgia de este domingo nos dice que Dios está empeñado en ofrecernos el alimento que nos da la vida eterna y definitiva.

La 1ª lectura del libro del Éxodo nos habla de la solicitud y del amor con el que Dios acompaña nuestro caminar durante todos los días de nuestra vida.

Muchas veces ante las dificultades y las necesidades se prefiere lo que es seguro, aunque esto implique no ser libres.

En la primera lectura, hemos visto cómo el pueblo de Israel ante las dificultades tiene miedo de seguir adelante, abandona la lucha y protesta contra quien le ha dado la libertad, incluso prefiere la muerte a seguir adelante a través del desierto: desear la muerte es enfrentarse con Dios que quiere la vida, que quiere que el pueblo viva esta experiencia de libertad.  

Vivir la libertad es un riesgo, es ser responsables con otros, como pueblo, esta posible experiencia de solidaridad.  

La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios nos dice que ser cristiano significa un cambio radical en nuestra vida.

El cristiano es, antes de nada, alguien que ha encontrado a Cristo, que ha escuchado su llamada, que se ha adherido a su propuesta. La consecuencia de esa adhesión es pasar a vivir de una forma diferente, de acuerdo con valores diferentes, y con otra mentalidad. 

El momento de nuestro Bautismo no fue un momento de folklore religioso o una ocasión para cumplir con un rito cultural cualquiera; sino que fue un verdadero momento de encuentro con Cristo, de compromiso con Él y el inicio de un camino que Dios nos llamó a recorrer, con coherencia, por la vida, hasta que lleguemos al hombre nuevo. 

El Evangelio de san Juan Jesús se presenta como el “pan” de vida que baja del cielo para dar vida al mundo.

Nadie tiene derecho a utilizar el hambre como arma para controlar la voluntad de una persona o de un pueblo. Saciar el hambre es un primer paso en la búsqueda de la dignidad de la persona, pero nunca a costa de la esclavitud. Con frecuencia el progreso va unido a nuevas formas de esclavitud y explotación que atan y deshumanizan a la persona. 

Es urgente buscar caminos que acaben con el hambre; pero no basta, se requieren nuevas formas de acercar a la mesa a los hermanos en unidad y fraternidad, compartiendo y construyendo un mundo donde los individuos y los pueblos alcancen un desarrollo integral y pleno. Cristo propone una nueva visión de la persona que incluye su realización plena: “Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna”. 

La persona requiere además del alimento, su reconocimiento, su realización y su integración en la comunidad. Requiere también esa vida en plenitud con Dios donde encuentra sentido su existencia. Por eso Cristo se presenta como el nuevo pan.

Cristo ha escogido el pan como signo de su presencia y de su integración a cada uno de nosotros. El pan tan común en su cultura, tan insignificante y tan indispensable. Compuesto de pequeños granos triturados, descompuesto para dar vida, sostiene a la persona y le da energía para su trabajo. Llega a ser parte de la misma persona y así se transforma en vida al morir. Cristo ha escogido este signo y se hace para nosotros pan de vida. Se une a nosotros, pasa desapercibido y se convierte en parte nuestra, o, quizás sea mejor decir, nos convierte en parte suya para seguir dando vida. 

Quizás no hemos reflexionado profundamente en toda esta transformación y no hemos dado gracias suficientes por este regalo de Jesús que se quiere quedar tan dentro de nosotros hasta formar parte de nosotros mismos, hacerse cuerpo nuestro, hacernos cuerpo suyo. Es Pan de comunión que nos une con el Padre pero que también nos une con los hermanos.

Creer en esta presencia, creer en esta comunión, creer en Él, es la exigencia que este día nos presenta. Si tomáramos en serio este signo, cómo cambiaría nuestra vida en cada comunión. Nos unimos a Cristo, Él se une a nosotros, y así también nos unimos a todos los hermanos.