XXVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre las elecciones que hacemos; nos recuerda que no siempre lo que reluce es oro y que es necesario, a veces, renunciar a ciertos valores perecederos, a fin de adquirir los valores de la vida verdadera y eterna.
La 1ª lectura del libro de la Sabiduría nos invita a buscar la verdadera sabiduría que es un don de Dios.
Los programas de estudio de los escolares y profesionales, son cada vez más duros, más exigentes. A los profesionales se les pide una mayor y mejor preparación para desempeñar debidamente su oficio.
La gente, por tanto, estudia más, está mejor preparada y sabe más. Pero hay una sabiduría que no se aprende en los libros, sino que viene de Dios; procede de un corazón recto y tiene su origen en la humildad del hombre y grandeza de Dios. De esta sabiduría nos habla la primera lectura de hoy.
Sabiduría es saborear la vida, es saber vivir en armonía con el mundo, con los demás seres humanos y con Dios. Ser sabio no equivale a ser un científico. La sabiduría es más un conocimiento de la vida, de Dios y de todo lo necesario para vivir bien y ser feliz. Sabiduría y felicidad van de la mano.
La sabiduría es lo máximo a lo que un ser humano puede aspirar. De nada vale todo el conocimiento científico, todas las riquezas del mundo, toda la fama y todo el poder, la salud y la belleza, si no se sabe vivir en armonía con Dios, con los demás seres humanos y con el mundo, si no se aprende a amar, a disfrutar y a ser felices.
Quien quiera ser “sabio de verdad”, ha de ponerse a hablar con Dios y recibir de Él la Sabiduría como regalo que de Él procede. Quien se deje guiar por la luz de esta sabiduría, está en el camino de Dios.
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos invita a escuchar y a acoger la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios, es Dios mismo que nos habla, nos guía, nos alienta, nos anima y también nos juzga.
La Palabra de Dios nos ayuda a discernir el bien y el mal y a realizar las opciones correctas. Cualquier persona que se acerque a la Palabra de Dios va a encontrar algo que le resulte interesante para su vida. Tenemos que descubrir la necesidad de confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios, ella nos puede aclarar nuestra vida, discernir nuestras intenciones, ayudarnos a crecer.
El Evangelio de san Marcos nos ha presentado al joven rico que le pregunta a Jesús qué tiene que hacer para salvarse.
No parece que muchas personas estén interesadas en ganarse la vida eterna. Aparecen muchos libros y recetas para ganar dinero, éxito, poder, pero casi nadie parece estar interesado en saber cómo ganarse la vida eterna, la plenitud de la vida.
El joven rico le dice a Jesús que cumple todos los mandamientos, pero el Señor le dice que sólo le falta una cosa para ganarse la vida eterna: “vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo”.
La ambición del dinero, aunque a veces no lo tengamos, nos lleva a destruir y destruirnos con tal de tenerlo. El rico nunca se conforma con lo que ya tiene, siempre desea más y destruye lo que sea para tener más dinero.
El grave problema de nuestro mundo no es la falta de alimento pues Dios ha hecho un mundo donde hay recursos suficientes para todos los seres humanos. El problema está en las desigualdades económicas existentes. Hay zonas muy pobres, pero a la vez en esas mismas zonas unos pocos gozan de unas riquezas inmensas derrochando y consumiendo sin preocuparse para nada de los que menos tienen.
El verdadero problema es la ambición. La ambición provoca la corrupción, la violación de derechos humanos, la ilegalidad, la destrucción del medio ambiente a favor de unos cuantos, miseria y pobreza. Nuestro planeta, semidestruido y agotado, nos grita que ha sido testigo en carne propia, de ambiciones que lo han saqueado y puesto al borde de su destrucción.
El agua, el aire, los árboles, las minas, lejos de ser una fuente de ingresos y bienestar para todos los hombres, se han convertido en botín de unos cuantos que saquean y arrebatan y al final dejan las zonas estériles y vacías. La afirmación de Jesús: ¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!”, es muy dura si nos la tomamos en serio.
Seguir a Jesús es muy exigente. La invitación que hace con amor a ser uno de los suyos exige tener el corazón libre. No sólo hay que dejar todos los bienes, sino que hay que repartirlo a los pobres. No basta respetar la justicia, hay que ir a la raíz del mal y fundamento de la injusticia: la ambición de la riqueza.
Acerquémonos a Jesús con todas nuestras posesiones, pocas o muchas, y veamos si no nos están atando el corazón. Miremos si nuestra ambición no ha dañado a personas, a la naturaleza, a la familia, o nuestra relación con Dios. Descubramos juntos con Jesús qué es lo que nos hace falta para encontrar una vida verdadera y plena. Y entonces escuchemos las palabras amorosas de Jesús: “Ven y sígueme”.