lunes, 4 de noviembre de 2024

 

XXXII DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)


Las lecturas de este domingo son una invitación a que seamos generosos.  La generosidad significa compartir nuestro tiempo y nuestras cosas aunque las necesitemos.

La 1ª lectura del primer libro de los Reyes nos ofrece el ejemplo de una viuda pobre, sin recursos, sin lo indispensable para comer, pero con una inmensa confianza en Dios.

La historia de esta viuda que reparte con el profeta Elías el poco alimento que tiene, nos dice y nos garantiza que la generosidad, el compartir y el ser solidarios no empobrece, sino que nos da vida y vida en abundancia.

No podemos vivir una vida de egoísmo, de estar acumulando y guardando y olvidarnos de tantas veces que Dios nos llama a compartir y a ser solidarios con nuestros hermanos más necesitados.

Cuando compartimos, con generosidad y amor, aquello que Dios puso a nuestra disposición, no nos hacemos más pobres.  Hay un dicho que ha sido probado un millón de veces: “el dar jamás ha empobrecido a nadie”.  Los bienes compartidos se convierten en fuente de vida y de bendición para nosotros y para todos aquellos que de esos bienes se benefician.

Hoy en día, se oye decir que “no me fío de esta o aquella persona”.  No confiamos en las personas porque muchas veces nos han defraudado.  Y esta manera de pensar pareciera que también se la aplicamos a Dios porque confiamos más en las cosas o en nuestras fuerzas que en el mismo Dios.  Solemos decir que con dinero, con influencias, se arreglan todas las cosas y se abren todas las puertas.  Sin embargo, Dios no piensa así.  Dios nos pide lo que tenemos, sea poco o mucho y Él nos da esperanza y plenitud de vida. Si hacemos como esta viuda y confiamos en Dios, Dios nos recompensará con el pan y el aceite que necesitamos para vivir y que jamás se nos acabarán.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos ofrece el ejemplo de Cristo que entregó su vida, lo máximo que uno puede dar, a favor de los hombres.

Dios quiere y espera de cada uno de nosotros, más que dinero u otros bienes materiales, que nos pongamos a su servicio, que trabajemos para que todos los hombres se salven, para mejora este mundo.

Tenemos que ser uno con Cristo, y esto significa, vivir día a día como Jesús: haciendo de nuestra vida una entrega de amor a los hermanos; luchando contra todas las estructuras que generan injusticias y pecado; participando y colaborando con Cristo para eliminar el pecado del mundo.

¡Dios mismo murió por nosotros! ¡Dios mismo lo dio todo por cada uno de nosotros! Si Dios mismo lo dio todo por nosotros, ya no debemos tener miedo de darlo todo por Dios y su Hijo.

El Evangelio de san Marcos nos pone el ejemplo de la generosidad humilde de una pobre viuda que echó en las alcancías del Templo 2 moneditas de poco valor.

Esta viuda lo pone todo en manos del Señor.  Y ahí comienza la fe: confiar plenamente en Dios.   La fe comienza cuando nos encontramos con nuestras manos vacías y nos ponemos en las manos de Dios.

La generosidad de esta viuda es la base de la solidaridad.  La solidaridad no es dar de lo que nos sobra o ya no necesitamos; no es deshacernos de la basura que nos estorba en nuestra casa; no se trata de una ayuda que humille, sino de un compromiso que promueva la hermandad.

La solidaridad implica una donación de nuestro tiempo y de todo lo que somos nosotros, es entregarnos al servicio de los demás.  Uno es generoso cuando da aquello que también a él le hace falta. 

El modelo de sociedad y de convivencia que tenemos a nuestro alrededor, no está basado en lo que cada personaes, sino en lo que cada unotiene.  El que posee cosas y dinero, puede dar limosnas cuantiosas, puede comprar y puede triunfar en la vida. El que no puede lograr esto, está descalificado, no vale, no sirve para nada en esta sociedad.

Así, la sociedad nos acostumbra a valorar todo, a valorarnos por lo que poseemos, o por las cosas materiales que damos.

En nuestro mundo, la generosidad se mira por la cantidad y no por la calidad. Se valora más al que da mil Euros que al que da diez, y al que da diez más que al que da uno. La prensa, las revistas alaban al que da una gran cantidad. Y en la valoración del trabajo ocurre lo mismo. El trabajo del pobre, del humilde, no cuenta, pasa desapercibido, mientras que el trabajo de los grandes, de los poderosos es muy nombrado y recompensado.

Dios, sin embargo, tiene otra forma de valorar. No se fija tanto en la cantidad de la limosna sino en la calidad, porque no es lo mismo dar mil Euros cuando se tienen doscientos mil y quedan todavía ciento noventa y nueve mil, que dar cien Euros cuando sólo se tienen doscientos o nada más que los cien que se dan.

Lo importante no es la cantidad, sino el cariño, el amor con el que se da.