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DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)
La liturgia de este domingo nos dice que el amor es lo que Dios pide,
o incluso, el amor es lo que Dios exige a cada creyente. Que nuestro corazón se sumerja en el amor.
La 1ª lectura del libro del Éxodo nos ha relatado cómo el pueblo de Israel, una vez que se estableció como
pueblo y se organizaron socialmente se olvidaron que una vez fueron pobres y cerraron
su corazón a los necesitados y muchas veces se convirtieron en opresores,
aprovechándose de los inmigrantes pobres, viudas y huérfanos.
Si le echamos una mirada a nuestro mundo, vamos a descubrir que esta
situación que se denuncia en esta lectura sigue estando presente entre
nosotros. Hay muchísimos pobres que
sólo cuentan con sus manos para trabajar, que no tienen tierra, ni dinero, ni
conocimientos, ni influencias y por lo tanto son mano de obra barata.
Cuantas personas hoy son explotadas, utilizadas, maltratadas, condenadas a
una vida solitaria. Me refiero a esas
personas que tienen sida, y son expulsados de sus hogares, condenados a vivir
una vida de sombras, lejos, muchas veces, de sus hogares; cuántos enfermos
incurables son abandonados, condenados a la soledad, y a veces los escondemos y
evitamos que los vean. Necesitamos
aprender que todos los hombres y mujeres, sobre todo los más débiles, los más
necesitados, los más abandonados, deben ser respetados, protegidos y amados.
Dios no acepta un mundo construido de esta forma y por lo tanto, nosotros
como creyentes, no podemos tolerar estas situaciones en las que se violan los
derechos y la dignidad de los pobres.
¿Podemos ser cristianos y a la vez se explotadores de los más necesitados?
Hoy Dios nos dice que Él está a favor de los débiles, de los necesitados.
La 2ª lectura de san Pablo a los Tesalonicenses nos pone el ejemplo de unos cristianos: los
tesalonicenses. Ellos son el
prototipo, son ejemplo de una comunidad cristiana, de una Iglesia, que se
destacó por su fidelidad al Evangelio de Jesús.
Estas personas habían experimentado que los ídolos no salvaban a
nadie. Y aceptaron el mensaje
evangélico. Por eso san Pablo da gracias
a Dios.
El buen ejemplo, la buena conducta, es como una semilla que ofrece muy grandes cosechas calladamente. La fe cristiana es como una semilla que
germina en buenas obras. Por eso es
necesario sembrar el mensaje de Dios, practicarlo, difundirlo, proclamarlo. No lo podemos callar. Es pues, con nuestro ejemplo como tenemos que
evangelizar a este mundo que quiere prescindir de Dios.
Por
ello, quien conoce a Dios, debe abandonar los ídolos, quien conoce el bien
tiene que alejarse del mal, quien conoce la verdad tiene que dejar atrás el
engaño. Seamos ejemplo de vida cristiana
para todos los que nos conozcan.
El
Evangelio de san Mateo nos recuerda lo esencial, lo
verdaderamente importante, el único mandamiento que realmente hay que cumplir,
porque cumpliendo éste se cumple con todo lo demás.
El amor, sí el amor, esa palabra que tanto significa y que
tan mal utilizamos, a veces. El amor,
esa asignatura que reprobamos demasiadas veces.
El amor, eso que tanto necesitamos y que tan pocas veces saboreamos.
Amar a Dios, amar al prójimo y amarse a uno
mismo. Esto es lo que nos pedía
Jesús. Quizás el problema de tanto
desamor en el mundo es que no hemos aprendido a amarnos a nosotros mismos. Hemos querido amar a Dios y al prójimo y nos
faltaba algo fundamental: el amor hacia nuestra propia persona, eso que
los psicólogos llama autoestima, tan necesaria para vivir con
plenitud. Un amor hacia nosotros mismos
que nada tiene que ver con el egoísmo y el orgullo.
Y ¿cómo podemos edificar nuestra autoestima? Primero necesitamos humildad, mucha
humildad para aceptarnos con nuestros defectos y cualidades; humildad
para aceptar nuestra historia con todo lo bueno y malo que hay en ella;
humildad para reconocernos poca cosa, y a la vez como lo más importante
del mundo, porque cada uno de nosotros es únicos y queridos por Dios.
Nuestro mundo cree que la felicidad, está en tener
muchas cosas, en ser más que nadie, en aparentar. Pero Dios nos propone otro camino, el
camino de ser hijos suyos y hermanos todos. Hay que empezar por reconocernos como hijos de
Dios y hermanos. Hay que descubrir que
nuestra dignidad no depende de las cosas que tengo, ni de mis cualidades, ni de
lo que hago, sino del amor que Dios me tiene.
Es triste que poco a poco, la falta de amor vaya
haciendo de nosotros un ser solitario, un ser nunca satisfecho, que la falta de
amor vaya deshumanizando nuestros esfuerzos y luchas por obtener unos
determinados objetivos políticos y sociales.
Si nos falta amor nos falta todo. Hemos perdido
nuestras raíces. Hemos abandonado la fuente más importante de vida y felicidad.
Dios nos ha creado para amar.
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