DIA DE
NAVIDAD
Son muchos los que
esperan que la lotería o la suerte les cambie sus vidas. Otros, en cambio,
decepcionados por las esperanzas no realizadas, ya no esperan nada estas
Navidades. Tratan de disfrutar lo mejor posible el presente. Hay, sin
embargo, algunos, los verdaderos creyentes, que no se resignan a una
felicidad basada únicamente en los bienes de consumo. Sueñan con una vida de
mayor calidad, más humana, no sólo para ellos sino también para los demás.
Para todos los que
mantienen viva la esperanza de un futuro mejor, el mensaje de la Navidad
constituye la gran noticia, la buena noticia: hoy nos ha nacido un Salvador.
La Navidad no es, pues, un recuerdo nostálgico de algo que ocurrió una vez en
el pasado y que ahora recordamos sentimentalmente poniendo el belén con el
niño, los pastorcillos y las ovejitas.
La Navidad no puede ser
sólo sentimentalismo de unos días. Tenemos, como creyentes, que
transformarnos por el nacimiento del Señor.
La Encarnación no es algo que ocurrió en el pasado, sino que es una
realidad actual. Hoy, en mí, Jesús tiene que nacer, por obra del Espíritu
Santo, de María Virgen.
¿Cuántos son los que
creen de verdad en la Navidad? ¿Cuántos los que saben celebrarla en lo más
íntimo de su corazón? Estamos tan entretenidos con nuestras compras, regalos y cenas
que resulta difícil acordarse de Dios y acogerlo en medio de tanta confusión.
Nos preocupamos mucho de que estos días no falte nada en nuestros hogares, pero
a muchos no les preocupa si allí falta Dios. Por otra parte, andamos
tan llenos de cosas que no sabemos ya alegrarnos de la “cercanía de
Dios”.
Y una vez más, estas
fiestas pasarán sin que muchos hombres y mujeres hayan podido escuchar
nada nuevo, vivo y gozoso en su corazón. Y quitaran el Belén y el árbol y
las estrellas, sin que nada grande haya renacido en sus vidas.
La Navidad no es una
fiesta fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a creer
que Dios puede volver a nacer entre nosotros, en nuestra vida diaria. Este
nacimiento será pobre, frágil, débil como lo fue el de Belén. Pero puede
ser un acontecimiento real. El verdadero regalo de Navidad.
Dios es infinitamente
mejor de lo que nos creemos. Más cercano, más comprensivo, más tierno,
más valeroso, más amigo, más alegre, más grande de lo que nosotros podemos sospechar.
¡Dios es Dios!
Los hombres
no nos atrevemos a creer del todo en la bondad y ternura de Dios.
Necesitamos detenernos ante lo que significa un Dios que se nos ofrece como
niño débil, frágil, indefenso, sonriente, irradiando sólo paz, gozo y
ternura. Se despertaría en nosotros una alegría diferente, nos inundaría
una confianza desconocida. Nos daríamos cuenta de que no podemos hacer otra
cosa sino dar gracias.
Este Dios es más grande
que todos nuestros pecados y miserias. Más feliz que todas nuestras
imágenes tristes y raquíticas de la divinidad. Este Dios es el regalo mejor
que se nos puede hacer a los hombres.
Nuestra gran equivocación
es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con
un poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de
seguridad. Y luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.
Felices los que tienen
un corazón sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos. Felices
los que sienten necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas.
Felices los que, en medio del ruido y preocupación de estas fiestas, sepan
acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para
ellos habrá sido Navidad.
Es Navidad, porque Dios
ha visitado nuestra tierra; es más, se ha implicado de lleno en ella, en
nuestra vida para llenarla de luz, de alegría, de esperanza. Dios se hace en
Jesús un hombre entre los hombres. Es la máxima dignificación del ser humano,
de la vida humana, que Dios asuma nuestra débil naturaleza.
Él es el mensajero del
que habla el profeta, del que dice que anuncia la paz, que trae la buena nueva,
que pregona la victoria... Dios no sólo no se desentiende de nuestro mundo,
sino que se instala en él para transformarlo desde dentro. Dios no se muestra
un desinteresado de los hombres, sino que se acerca tanto a ellos que se hace
uno de ellos para mostrar a todos cuán grande es el amor que nos tiene. Porque
la encarnación del Hijo de Dios es una prueba irrefutable y contundente del
gran amor con que Dios nos ama.
El Verbo se hizo carne
y acampó entre nosotros. Con esta bella expresión, el evangelio según San Juan
describe la entrada de Jesucristo en nuestro mundo. Él es el Mesías anunciado
por los profetas y esperado durante siglos, el que iba a traer la liberación
definitiva. El mensaje y la salvación de Jesús no iban a tener una índole
política. Esa liberación esperada iba a ser una liberación interior.
Las verdaderas cadenas
y ataduras del hombre no están fuera, sino en el interior de él mismo. La peor
de todas ellas es el pecado. Jesús nos trae la libertad interior frente al
pecado, frente a la ley esclavizante, frente a la muerte. Nos propondrá el camino
de las bienaventuranzas, camino de felicidad como voluntad irrenunciable de
Dios hacia nosotros; nos trae el perdón de nuestros pecados obrado con su
muerte en la cruz; nos trae la victoria definitiva sobre la muerte, con su
resurrección.
Pero recordemos, en
este día una vez más, que estos acontecimientos no sólo son para recordarlos,
sino para actualizarlos.
Hoy nace Jesús entre
nosotros. Hoy viene también a nuestro mundo, a nuestras familias, a nuestro
corazón. Que no nos pase de largo e inadvertido. Si no nos detenemos ante
Él, no lograremos entenderlo; pero si nos detenemos a contemplarlo, a escuchar
su mensaje, a adorarlo con humildad... si lo acogemos sinceramente y de
corazón, Él iluminará nuestras oscuridades, dará luz a nuestras tinieblas.
Que algo cambie hoy
dentro de cada uno de nosotros. Que la presencia de Jesús hecho niño para
nosotros nos haga más felices, hombres y mujeres más plenos, más hijos de Dios,
más hermanos de todos. Feliz Navidad para todos.
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