martes, 12 de diciembre de 2017


III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)

 
El tercer domingo de Adviento es el domingo Gaudete, el domingo de la alegría.  La Iglesia nos invita hoy a alegrarnos porque ya estamos cerca del acontecimiento del nacimiento del Señor.

La 1ª lectura, del libro del profeta Isaías, nos presenta a Dios, a un Dios que se preocupa de los que sufren, de los desheredados de la tierra, de los excluidos, de los marginados.

Dios cumple sus promesas y esta es la señal: los pobres reciben la Buena Noticia.  Esto quiere decir que Dios cura los corazones rotos: ¡hay tanto desamor en nuestro mundo!; proclama el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros: ¡cuántas esclavitudes nos domina!  Dios viene a dignificar a todos los seres humanos: ¡no basta con ayudar al pobre, sino que debemos hacer de él un hombre digno!

Dios pregona el año de gracia del Señor: ¡Sólo es posible que la gracia llegue a todos si eliminamos la pobreza y sus causas injustas!  Es decir tenemos que trabajar por un nuevo orden internacional donde el hombre deje de ser explotado por el propio hombre.

Hoy seguimos, como en épocas pasadas, excluyendo a una parte importante de la población mundial del derecho a una vida digna.  La falta de justicia se manifiesta como una constante a lo largo de la historia y hoy se justifica esa falta de justicia mediante una sutil manipulación de las fuentes de información.  La exclusión, la pobreza, no sólo no disminuyen sino que van adoptado nuevas formas y se propagan con mayor velocidad. 

Todos participamos de esta marginación, como marginados o marginadores, porque quien no practica la justicia está directa o indirectamente apoyando la pobreza y la marginación.

Por ello, Dios nos quiere liberar del mal que existe en nosotros, de nuestros pecados, del daño que causamos a los demás y del daño que nos causamos a nosotros mismos.  Hay que vivir en amistad con Dios para vernos libres de todas las esclavitudes y liberar también a este mundo.

La 2ª lectura, de San Pablo a los Tesalonicenses, nos invitaba a preparar la llegada del Señor, y a vivir con alegría este acontecimiento.

No parece fácil vivir con alegría en estos tiempos nuestros marcados por el desencanto, el desengaño y el pesimismo.  A pesar de las fiestas que vamos a celebrar, estamos rodeados de muchas personas que tienen su corazón desgarrado, personas que viven sometidas a mil y una esclavitud, bien sea personal, familiar o social; hay muchas personas que sufren hambre, que no tienen trabajo, violencia, droga, etc.

Pero la alegría cristiana, y a la que se nos invita en estos días, es una alegría basada en la fe y que se manifiesta mediante la oración, la celebración de la Eucaristía y la acción de gracias a Dios.  Por tanto la preparación y la celebración de la Navidad hemos de realizarla bajo tres cosas importantes: alegría, por sentirnos llamados a vivir y a formar parte de una comunidad de fe, esperanza y amor; oración, que es la manera permanente de mantener nuestro diálogo con Dios y acción de gracias porque Dios no nos olvida y siempre nos tiene en su pensamiento y en su amor.

El Evangelio de san Juan, nos presenta la figura de Juan el Bautista.  Él es un testigo de la luz.  Denuncia las mentiras de esta vida; las mentiras de los poderosos se acabarán un día y triunfará la verdad; denuncia el odio, la violencia, la guerra, ya que estas cosas no son parte del mundo que Dios quiere; denuncia que el explotar a la mayoría de los hombres para que una minoría vivan bien nunca fue este el proyecto de Dios.

Podemos ser hombres nuevos, hombres que en vez de generar muerte e injusticias, generemos un mundo de paz, de fraternidad, luz, alegría y amor.

Juan es la voz que grita en el desierto, donde nadie oye su voz porque los que deberían escucharla no la escuchan y por eso les dice Juan “en medio de ustedes hay uno que no conocen”

Hay personas que dicen conocer a Dios y sin embargo esclavizan a los débiles y explotan a los necesitados.  Por ello tendríamos que preguntarnos nosotros también si conocemos a Dios, si Dios no es un desconocido para nosotros.  Podemos tener fe, pero si la fe no baja al corazón, Dios seguirá siendo un auténtico desconocido para nosotros.

Alegrémonos en este domingo en el Señor, porque Él está en medio de nosotros y nos invita a ser más humanos, más fraternos, más solidarios, para así poder celebrar una Navidad más cristiana.

 

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