IV DOMINGO
DE CUARESMA (CICLO B)
El cuarto domingo de
Cuaresma es el domingo llamado “laetare”, es decir, de la alegría. Las lecturas de este domingo nos presentan el
motivo principal de esta alegría: El amor de Dios por nosotros.
La 1ª lectura, del
segundo libro de las Crónicas, nos presenta a Dios como aquel que
quiere ser nuestro amigo, pero Dios se queja porque muchas veces nos
olvidamos de Él y lo traicionamos.
Lo peor que podemos hacer es olvidarnos de Dios, no acordarnos que Dios
está detrás de nuestros éxitos; confiar sólo en nuestras propias fuerzas, darle
la espalda al amor de Dios.
Si en nuestro mundo
existe el mal es porque abandonamos a Dios; si existe corrupción e injusticias
es porque abandonamos a Dios, nuestras infidelidades y nuestros pecados están
llevando a este mundo a la ruina.
Todo el mal, la
corrupción de tantas personas, tanto mal que hay en el mundo se puede evitar si
dejamos de pecar. Cuando nos
olvidamos de Dios y le volteamos la espalda nos podemos convertir en verdaderos
monstruos. Entonces la vida se nos
complica y se nos hace difícil porque pagamos las consecuencias de olvidarnos
de Dios.
Si estamos unidos a
Dios, todo lo podemos en Él. Y lo que es más importante: vivimos y nos
mantenemos en el amor. Dios sigue
preocupándose siempre por nosotros, aunque nosotros nos olvidemos de Él. Dios
confía en nuestra fidelidad a Él, Dios confía en nosotros, Dios espera
mucho de cada uno de nosotros.
Mantengámonos siempre fieles a Dios.
La 2ª lectura, de San
Pablo a los Efesios, nos dice que el amor y la misericordia de Dios
son muy grandes.
Dios es inmensamente
rico en misericordia. Esa es la gran
riqueza de Dios, su infinito amor. Nosotros, los hombres, medimos las riquezas
con otra medida. Normalmente ponemos por
encima de todo al dinero. Y decimos: “tanto
tienes, tanto vales”. Otras veces lo
único que nos preocupa en esta vida es el prestigio ante los demás, el buen
nombre, el aplauso, la fama. Y hacemos
lo que sea para conseguir estas cosas.
Pero Dios tiene una medida diferente.
Dios mide según el amor.
El verdadero amor nunca pasa de moda ni se acaba. Por eso Dios nunca pasa de moda, es eterno,
porque Dios es amor. Y todo el que vive
y muere por amor, participa de Dios y es verdaderamente rico, realmente
feliz.
En esta Cuaresma hemos
de hacernos ricos, pero ricos en amar como Dios y dejarnos amar como Él nos
ama.
El Evangelio de san
Juan,
nos presenta una plática de Jesús con Nicodemo y le dice: “Tanto amó Dios al
mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea no perezca,
son que tenga vida eterna”.
Esta es la Buena Nueva:
Dios nos ama. A todos y a cada uno. Dios te quiere; no importa quien
seas, ni cómo seas. Dios te quiere, aunque no lo merezcas. No lo merece nadie.
Aunque nadie te quiera, aunque nadie perdone tu indignidad, tu carácter, tus fallas….
Dios te quiere, porque Él no nos quiere por nuestros méritos, sino por su
entrañable misericordia. Y esta es la Buena Noticia, la mejor noticia: Dios
te quiere hasta entregar a su hijo por ti. Mira a la Cruz verás hasta donde
llega el amor de Dios por ti.
Dios
te quiere.
Estés soltero, casado, viudo, divorciado o lo que sea… Dios te quiere. Seas guapo, feo, desfigurado, discapacitado…; tanto
si la vida te ha ido bien como si has tenido y tienes todos los problemas y
fracasos del mundo; si estás satisfecho
de tu historia como si tienes la impresión de que todo lo tuyo ha sido un
fracaso que ya no podrás cambiar, porque lo tuyo es causa perdida, Dios te quiere. Tanto si eres una
persona respetable como si no lo eres. Dios
te quiere. Tanto si estas seguro de tu fe como si estás lleno de dudas.
Seas quien seas y como seas Dios te ama
tanto que entregó a su propio Hijo para que, si crees en Él, tengas vida, y
vida eterna.
Nosotros podríamos
preguntarnos, pero, ¿así, sin más me ama Dios?
Sí, así nos ama Dios, nosotros lo que tenemos que hacer es con toda humildad, abrirle la puerta de
nuestra vida, para acoger su amor gratuito y acercarnos a Él para que su
luz nos ilumine.
Nuestro mundo está
lleno de luces, de estrellas que pretenden iluminarnos: las estrellas de
cine, de la televisión, de la política, del deporte, etc. Pero esas estrellas más que iluminar lo que
hacen es deslumbrarnos y dejarnos a oscuras.
La luz de nuestra vida
nos tiene que venir de Jesucristo y Él no va a ser elevado al estrellato de la
fama, sino elevado en la cruz. Lo
que nos va a salvar es el amor de Dios, pero el amor de Dios se manifestó en su
Hijo crucificado. En Él está nuestra
salvación.
El Crucificado es el
lugar donde Dios nos ha revelado todo su amor. Míralo. Déjate iluminar por su
luz. Acoge el amor que en ella se nos entrega para que tengamos vida eterna.
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