lunes, 19 de marzo de 2018


JUEVES SANTO (CICLO B)
 

Esta tarde, con la Eucaristía, damos comienzo al Triduo Pascual.  En esta Eucaristía de Jueves Santo confluyen varios elementos, todos enlazados por el mismo tema: el Amor.  Hoy es el día de la institución de la Eucaristía y del sacramento del sacerdocio y celebramos también el Día del Amor Fraterno, recordando el mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”.
 

Igual que Jesús dio inicio a su Pasión con la Cena de despedida, en que instituyó la Eucaristía, también nosotros iniciamos el Triduo Pascual, donde vamos a celebrar la muerte y resurrección del Señor, con la Eucaristía.
 

En este día de Jueves Santo recordamos intensamente y piadosamente, las palabras y gestos de Jesús, lo mucho que Él nos amó y lo mucho que nos tenemos que amar nosotros.  El testamento espiritual de Jesús insiste en la exigencia de este amor como signo de que somos sus discípulos.  Por eso hoy celebramos también el Día el Amor Fraterno.
 

El Jueves Santo fue el día de la primera comunión de los apóstoles, cuando, sentados a la misma mesa, Jesús quiso compartir con ellos la cena y la palabra, el cuerpo y la sangre, el amor y el espíritu. Compartir hasta la comunión. Hoy nos sentamos muchos a la mesa del Señor, pero son muchos también los que faltan, porque todos están invitados.
 

Los Judíos celebraban y siguen celebrando cada año, el memorial de su Pascua, de su Éxodo de Egipto a la libertad. Fue un gran acontecimiento, fundamental para su historia. En esta fiesta agradecen a Dios su cercanía e intervención poderosa para liberarlos de la esclavitud. La primera lectura del Éxodo nos ha descrito como celebraban esta fiesta.
 

San Pablo nos describía la institución de la Pascua cristiana donde el Señor instituye la Eucaristía.  La Eucaristía es siempre el sacramento de esa entrega de Cristo en la Cruz.  Una entrega en la que participamos bajo las especies del pan partido y del vino compartido: el Cuerpo del Señor entregado por nosotros, la Sangre de Cristo derramada para nuestra redención.  Y en esa noche del Jueves Santo el Señor les encargó a sus discípulos que celebraran la Cena del Señor hasta que vuelva de nuevo.
 

A nosotros, en cada Eucaristía, esta misma tarde tan memorable, nos dirá de verdad el Señor: “Tomad y comed”. Cómanme. Que es mi “Cuerpo que se entrega por ustedes”. No sólo que se entregó, sino que se está entregando. Y ese “ustedes” somos hoy nosotros y los hombres y mujeres de todos los siglos.
 

La Iglesia vive gracias a la Eucaristía. Vivimos gracias a la Eucaristía. La Iglesia nunca ha dejado de celebrar la Eucaristía. Sería su muerte. No seríamos la Iglesia de Jesús. Causa pena grande la incomprensible devaluación que muchos de nosotros hacemos de la Eucaristía. ¿Comprenden lo que he hecho? ¿Valoramos la Eucaristía? ¿Qué más puedo hacer, además de dejarme comer?
 

Hoy este encargo de Jesús de celebrar la Cena del Señor, lo actualizan y perpetúan los sacerdotes al celebrar la Santa Misa, al consagrar el pan y el vino, los sacerdotes proporciona los bienes espirituales para la vida de los cristianos. Los sacerdotes aseguran la Eucaristía, y renuevan el sacrificio redentor y el banquete pascual y ponen también sobre la mesa el pan abundante de la Palabra. ¿Comprenden lo que he hecho? ¿Comprenden que necesitan sacerdotes? ¿Comprenden que es responsabilidad de todos que haya sacerdotes?
 

Junto a la Eucaristía y la institución del ministerio sacerdotal, Jesús nos dio, también para siempre, una expresiva lección de caridad y servicialidad, con el lavatorio de los pies. En verdad demostró que estaba en medio de los apóstoles “como el que sirve”. El encargo que les dio a continuación es claro: hagan ustedes otro tanto, lávense los pies los unos a los otros. O sea, ser serviciales los unos para con los otros.
 

Quien cree que su vida está sólo para su propio servicio, se equivoca. El que así piensa no puede ser de la comunidad de Jesús. El discípulo se comporta como su Maestro. Por eso Jesús da ejemplo, para que todos nos sepamos poner al servicio de todos. Y eso sólo será posible desde la renuncia de uno mismo, pues sólo así podremos vencer el orgullo, la soberbia, la vanidad, que nos alejan de los hermanos.
 

El gesto del lavatorio de los pies es decisivo si queremos seguir a Jesús.  Es importantísimo si queremos comulgar con el Señor. Si no te lavo, no tendrás parte conmigo, le dice el Señor a Pedro. Entonces, para poder ser de Jesús, hay que dejarse lavar los pies, hay que dejarse servir, hay que dejarse amar, para hacer después lo mismo. Pero no basta repetir un gesto más o menos aprendido, más o menos ritual, sino hacerlo vida. Quien no entra en la dinámica del servicio no tiene nada que ver con Jesús.
 

Si no queremos un culto vació, tenemos que aprender a lavar los pies, a curar heridas, a cuidar enfermos, a acompañar a los pobres, a trabajar y luchar por la justicia. Hacerlo como lo haría Cristo y viendo en ellos al mismo Cristo.
 

Esta tarde Jesús nos hace una propuesta nueva: En vez de armas, agua para lavar los pies; en vez de dominio, servicio generoso; en vez de ambición, compartir; en vez de odio, amor sincero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario