JUEVES SANTO
(CICLO B)
Esta tarde, con la
Eucaristía, damos comienzo al Triduo Pascual. En esta Eucaristía de Jueves Santo confluyen
varios elementos, todos enlazados por el mismo tema: el Amor. Hoy es el día de la institución de la
Eucaristía y del sacramento del sacerdocio y celebramos también el Día del Amor
Fraterno, recordando el mandato de Jesús: “Ámense los unos a los otros como
yo los he amado”.
Igual que Jesús dio
inicio a su Pasión con la Cena de despedida, en que instituyó la Eucaristía,
también nosotros iniciamos el Triduo Pascual, donde vamos a celebrar la muerte
y resurrección del Señor, con la Eucaristía.
En este día de Jueves
Santo recordamos intensamente y piadosamente, las palabras y gestos de Jesús, lo
mucho que Él nos amó y lo mucho que nos tenemos que amar nosotros. El testamento espiritual de Jesús insiste en
la exigencia de este amor como signo de que somos sus discípulos. Por eso hoy celebramos también el Día el
Amor Fraterno.
El Jueves Santo fue el
día de la primera comunión de los apóstoles, cuando, sentados a la misma mesa,
Jesús quiso compartir con ellos la cena y la palabra, el cuerpo y la
sangre, el amor y el espíritu. Compartir hasta la comunión. Hoy nos
sentamos muchos a la mesa del Señor, pero son muchos también los que faltan,
porque todos están invitados.
Los Judíos celebraban y
siguen celebrando cada año, el memorial de su Pascua, de su Éxodo de Egipto
a la libertad. Fue un gran acontecimiento, fundamental para su historia. En
esta fiesta agradecen a Dios su cercanía e intervención poderosa para
liberarlos de la esclavitud. La primera lectura del Éxodo nos ha descrito como
celebraban esta fiesta.
San Pablo nos describía
la institución de la Pascua cristiana donde el Señor instituye la
Eucaristía. La Eucaristía es siempre el
sacramento de esa entrega de Cristo en la Cruz.
Una entrega en la que participamos bajo las especies del pan partido y
del vino compartido: el Cuerpo del Señor entregado por nosotros, la Sangre
de Cristo derramada para nuestra redención. Y en esa noche del Jueves Santo el Señor les
encargó a sus discípulos que celebraran la Cena del Señor hasta que vuelva de
nuevo.
A nosotros, en cada Eucaristía, esta misma tarde tan
memorable, nos dirá de verdad el Señor: “Tomad y comed”. Cómanme. Que es
mi “Cuerpo que se entrega por ustedes”. No sólo que se entregó, sino que
se está entregando. Y ese “ustedes” somos hoy nosotros y
los hombres y mujeres de todos los siglos.
La Iglesia vive gracias
a la Eucaristía. Vivimos gracias a la Eucaristía. La Iglesia nunca ha
dejado de celebrar la Eucaristía. Sería su muerte. No seríamos la Iglesia de
Jesús. Causa pena grande la incomprensible devaluación que muchos de nosotros
hacemos de la Eucaristía. ¿Comprenden lo que he hecho? ¿Valoramos la
Eucaristía? ¿Qué más puedo hacer, además de dejarme comer?
Hoy este encargo de
Jesús de celebrar la Cena del Señor, lo actualizan y perpetúan los
sacerdotes al celebrar la Santa Misa, al consagrar el pan y el vino, los
sacerdotes proporciona los bienes espirituales para la vida de los cristianos.
Los sacerdotes aseguran la Eucaristía, y renuevan el sacrificio redentor y el
banquete pascual y ponen también sobre la mesa el pan abundante de la Palabra.
¿Comprenden lo que he hecho? ¿Comprenden que necesitan sacerdotes? ¿Comprenden
que es responsabilidad de todos que haya sacerdotes?
Junto a la Eucaristía y
la institución del ministerio sacerdotal, Jesús nos dio, también para siempre,
una expresiva lección de caridad y servicialidad, con el lavatorio de los
pies. En verdad demostró que estaba en medio de los apóstoles “como el
que sirve”. El encargo que les dio a continuación es claro: hagan
ustedes otro tanto, lávense los pies los unos a los otros. O sea, ser
serviciales los unos para con los otros.
Quien cree que su vida
está sólo para su propio servicio, se equivoca. El que así piensa no puede ser
de la comunidad de Jesús. El discípulo se comporta como su Maestro. Por eso
Jesús da ejemplo, para que todos nos sepamos poner al servicio de todos. Y
eso sólo será posible desde la renuncia de uno mismo, pues sólo así podremos
vencer el orgullo, la soberbia, la vanidad, que nos alejan de los hermanos.
El gesto del lavatorio
de los pies es decisivo si queremos seguir a Jesús. Es importantísimo si queremos comulgar con el
Señor. Si no te lavo, no tendrás parte conmigo, le dice el Señor a Pedro.
Entonces, para poder ser de Jesús, hay que dejarse lavar los pies, hay que
dejarse servir, hay que dejarse amar, para hacer después lo mismo. Pero no
basta repetir un gesto más o menos aprendido, más o menos ritual, sino hacerlo
vida. Quien no entra en la dinámica del servicio no tiene nada que ver con
Jesús.
Si no queremos un culto
vació, tenemos que aprender a lavar los pies, a curar heridas, a cuidar
enfermos, a acompañar a los pobres, a trabajar y luchar por la justicia.
Hacerlo como lo haría Cristo y viendo en ellos al mismo Cristo.
Esta tarde Jesús nos
hace una propuesta nueva: En vez de armas, agua para lavar
los pies; en vez de dominio, servicio generoso; en vez de ambición, compartir;
en vez de odio, amor sincero.
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