martes, 3 de abril de 2018


II DOMINGO DE PASCUA (CICLO B)

 
Estamos en el segundo domingo de Pascua, celebrando la resurrección del Señor. El tiempo pascual comienza con el domingo de resurrección (el primer domingo de pascua) y dura hasta Pentecostés. En este tiempo celebramos el "paso" de Jesús de la muerte a la resurrección.  Este domingo es el domingo de la Divina Misericordia.
La 1ª lectura, del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos presenta los rasgos de la comunidad ideal: es una comunidad formada por personas diferentes.  La Iglesia no es un grupo unido por una ideología, o por una misma visión del mundo, o por simpatía personal de sus miembros.  La Iglesia es una comunidad que agrupa a personas de diferentes razas y culturas, unidas por Jesús y su proyecto de vida, pero todos los miembros de la Iglesia tienen y viven la misma fe con un solo corazón y una sola alma.
La Iglesia es una comunidad fraterna, solidaria, que comparte y se entrega al servicio de todos y así testimonia a Jesús resucitado.  La comunidad cristiana es una comunidad que comparte que vive el amor, el servicio.  El cristiano no puede, por tanto vivir cerrado en su egoísmo, indiferente a lo que le pasa a sus hermanos. 
La comunidad ideal es aquella que sabe compartir sus bienes.  Una comunidad cristiana donde algunos malgastan sus bienes mientras otros no tienen lo suficiente para vivir dignamente, no puede ser una comunidad cristiana.  No podemos creernos que somos cristianos simplemente porque venimos a la Iglesia, pero nos pasamos la vida acumulando bienes materiales y viviendo al margen de los sufrimientos de los hermanos más pobres.  No podemos creernos que somos cristianos porque damos unas monedas de limosna en la parroquia pero explotamos a los obreros o cometemos injusticias.
¿Qué nos ha pasado a los cristianos?  En nuestros corazones muchas veces lo único que hay es ambición y egoísmo.  La ley del amor la hemos sustituido por “mío, mío”, o “yo, yo, yo”.
Hay que compartir lo que se tiene, hay que dar al que lo necesita, hay que mirar también por los demás, hay que ser desprendidos, desinteresados y más generosos para ser esa comunidad ideal que nos describe hoy la primera lectura.
La 2ª lectura, de la primera carta de san Juan, nos dice que amar a Dios significa adherirse a Jesús y por lo tanto amar a los hermanos.  Quien no ama a los hermanos no cumple los mandamientos de Dios y no sigue a Jesús.
Si amamos a Dios, a Cristo y a los hermanos, podemos “vencer al mundo”, es decir, podemos vencer al egoísmo, al odio, a la injusticia, a la violencia que gobierna el mundo.  A esta manera de vivir de muchas personas, nosotros tenemos que vivir el amor, el estilo de vida de Jesús.
El amor vence todo aquello que oprime al hombre y que le impide vivir una vida verdadera, una felicidad total.  Aunque el amor, a veces, parezca debilidad frente a los poderosos y a lo dueños de este mundo, la verdad es que el amor siempre tendrá la última palabra.  Sólo el amor nos asegura una vida verdadera y eterna, sólo el amor es el camino para construir un mundo nuevo y mejor.
El Evangelio de San Juan, insiste hoy en que Jesús, a pesar de la incredulidad de los apóstoles, está vivo y presente en la comunidad, sobre todo cuando nos reunimos el domingo para celebrar la Eucaristía.
A pesar de que dos mil años han sucedido desde este encuentro con Cristo Resucitado, nosotros hoy todavía seguimos viviendo estas dos actitudes de los discípulos: temor y desconfianza. Cada vez que en la vida nos toca vivir una prueba difícil nos llenamos de miedo y angustia; cuando las situaciones nos piden confiar en Dios, nosotros tenemos miedo, cuando nos pide amar y perdonar, tenemos miedo y desconfianza; cuando nos piden dar parte de lo que no me sobra, nos llenamos de temores y justificaciones. Por eso hoy el Evangelio nos llama a no tener miedo, a creer verdaderamente que Cristo ha Resucitado, que su Espíritu está entre nosotros y que tenemos que dar testimonio de ello.
Qué fácil es tomar la posición desconfiada de Tomás, qué fácil es decir, hasta que no vea no creeré; pero esa no es la actitud de un cristiano. Nosotros estamos llamados a creer y a vivir conforme lo que creemos; a dar testimonio que vale la pena creer en Jesús; que tal vez no podamos “meter” nuestros dedos en sus llagas, pero sí lo podemos reconocer en el hambriento, el sediento o el encarcelado injustamente.
Cristo está vivo, y nosotros somos los llamados a dar testimonio de ello; Él nos ha enviado y nadie se puede llamar cristiano si no está dispuesto a dar testimonio de la Resurrección.
 

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