martes, 28 de agosto de 2018

XXII DOMINGO ORDINARIO
La liturgia de este domingo nos habla de la “Ley de Dios”.  La Ley de Dios nos indica el camino que tenemos que seguir.  La Ley de Dios no es cumplir simplemente unos ritos, sino que es un proceso de conversión para que nos comprometamos cada vez más con el amor de Dios y con los hermanos. 
La 1ª lectura del libro del Deuteronomio, nos dice que cumplir las “leyes” y preceptos del Señor nos aseguran la felicidad y la vida en plenitud.  Por ello es importante que acojamos la Palabra de Dios y nos dejemos guiar por ella. 
Una ley puede ser muy legal y ser muy injusta al mismo tiempo.  Las leyes han sido dadas para que podamos vivir mejor; todas las leyes deben estar hechas para servir al hombre y no el hombre al servicio de las leyes. 
Algunas personas creen que las leyes y preceptos de Dios nos esclavizan, limitan nuestra libertad, nos quitan nuestra autonomía; para otros, las leyes y preceptos de Dios son algo que ya están superados, son una moral superada que no coincide con los valores de nuestro tiempo y que la Iglesia debería quitar todas las leyes porque ya son anticuadas.
Hoy nos recordaba la primera lectura que la Palabra de Dios es siempre actual, que libera al hombre de la esclavitud y del egoísmo.  Por lo tanto las leyes y preceptos del Señor son siempre actuales y sirven para conducirnos a la verdadera vida y a la verdadera libertad. 
No añadáis nada a lo que yo os mando ni suprimáis nada”, nos decía la primera lectura.  No podemos nosotros adulterar las leyes de Dios, por intereses personales, no podemos adaptar las leyes de Dios según nuestros intereses personales, no podemos hacerle decir a Dios cosas que no dice.  Cumplamos las leyes de Dios sin quitarle ni ponerle nada de lo que dicen. 
La 2ª lectura de la carta del apóstol Santiago nos decía: Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla”.   
Ser cristiano no es saberse de memoria los Mandamientos, no es saberse de memoria la Biblia.  Ser cristiano es vivir el amor en compromisos concretos que se vean en la forma en que tratamos a los necesitados y que se vean en cómo nos mantenemos viviendo entre los corruptos, sin mancharnos nosotros con toda esa corrupción que nos rodea. 
La Palabra de Dios que escuchamos cada domingo, debemos acogerla en nuestro corazón y nos tiene que llevar a la acción. 
La Palabra de Dios que escuchamos tiene que llevarnos al compromiso, a la lucha por la justicia, por la paz, por la dignidad de nuestros hermanos, por los derechos de los pobres, por un mundo más fraterno y más cristiano. 
La religión que agrada a Dios no es la de la observancia de normas externas y vacías, sino la de la vivencia de la justicia, la de la atención a los necesitados, la de la honradez y la honestidad. 
En Evangelio de san Marcos, Jesús denuncia la hipocresía. 
Hoy se habla mucho de higiene, pero hemos descuidado la higiene del corazón.  No son las manos las que hay que limpiar, es nuestro corazón el que hay que limpiar. 
A muchas personas se les ve también muy preocupadas por la ropa limpia y bonita y por tener una buena apariencia externa.  Pero, ¿y nuestra alma, nuestro corazón?, ¿tratamos de mantenerlos limpios? Lo mismo que hacemos con la ropa para agradar a la gente, debemos hacerlo con nuestra alma y nuestro corazón para agradar a Dios. 
Hay que limpiarnos por dentro, porque es del interior de nosotros de donde salen los bueno o malos sentimientos, los buenos o malos deseos, los bueno o malos pensamientos.  Es de nuestro interior de donde salen las impurezas, las discordias, la violencia, los rencores y tantas y tantas cosas malas.  No hay que echarle la culpa a nadie ni a nada.  Lo que hacemos mal lo hacemos porque queremos y porque sale de nuestro interior. 
Todo lo malo que hacemos sale de un corazón corrupto.  Por lo tanto está en nuestras manos el emplear el dinero en descubrir y crear las medicinas que hagan desaparecer las enfermedades que nos destruyen, pero preferimos usar el presupuesto de nuestros países en fabricar armas para matar, en vez de usarlo para curar. 
El Señor hoy denuncia el vivir una fe sin relación con la vida.  A lo mejor cumplimos muy bien sus leyes pero hay que preguntarse qué es lo que se da en mi vida: ¿cumplimiento de las cosas de Dios o cumplo y miento?
La vida de un cristiano tiene que estar de acuerdo entre lo que dice y lo que hace, entre lo que reza y lo que practica.  Por eso hoy el Señor denuncia la hipocresía: rezar con los labios y ofrecer un culto vacío; y una doble conducta moral: contentándonos con ritos, pero olvidándonos del verdadero mandamiento, que es el amor a Dios y al prójimo. 
¿Cómo es nuestra religiosidad? Que el culto que tributamos a Dios sea en espíritu y verdad, manifestado en el amor a Él y a nuestros hermanos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario