XXV DOMINGO
DEL TIEMPO ORDINARIO
El afán de superación, el deseo de ser el
primero, de triunfo y éxito en la vida, parecen, en principio, aspiraciones
legítimas del ser humano; el problema está en los medios que utilizamos
para alcanzar esas metas. Por ello
la Palabra de Dios hoy nos dicen que no busquemos la sabiduría del mundo, sino
que nos esforcemos por buscar la sabiduría de Dios.
La 1ª lectura del libro de la Sabiduría, nos presenta la figura
del justo que es despreciado porque su vida resulta como una denuncia para los
que tienen un mal comportamiento. Es
la eterna lucha entre el bien y el mal.
Para muchas personas la vida es para gozarla,
para pasarla bien y por lo tanto aquellas personas que tienen una visión
diferente de vivir la vida, aquellas personas que no comparten esa actitud y
conducta nos resultan incómodas.
Al hombre justo lo queremos eliminar o
al menos callar porque nos estorba. Como nos cuestionan y estorban todas
aquellas personas que han levantado su voz profética a lo largo de la historia
denunciando injusticias o tiranías.
Las personas que viven y quieren vivir en una
sociedad de derecho, de justicia, de paz, de solidaridad y respetuosa con las
leyes y valores; las personas que quieren vivir fieles a Dios, no son muy
bien valoradas, sin embargo, hoy, para muchos jóvenes, las personas a
imitar son aquellos que no tienen respeto por nada, que se burlan de la
ley, que pisotean los derechos y la moral; para muchos el único fin de la vida
es el éxito, el poder, el dinero y no se detienen ante nada ni nadie para
obtener estas cosas, aunque tengan que chantajear, traicionar, asesinar o
robar. Todo se vale si me hace feliz.
Por eso el hombre justo es, muchas veces,
atacado, puesto a prueba en su fidelidad y ejemplaridad. Pero el hombre justo sale victorioso de las
pruebas que le ponen los malvados porque Dios está con él.
La 2ª lectura del apóstol Santiago, nos enseña cómo hay
muchas personas que hacen el mal, y son además presumidos que no
soportan que nadie los corrija.
Vivimos en nuestra sociedad una cultura
competitiva: competencia para tener más, queremos tener más que los
demás; competencia en el saber, haber quien tiene más títulos; competencia en
el poder; competencia en quien es más influyente, etc. A causa de esto,
como nos dice Santiago, codiciamos lo que no podemos tener y acabamos
asesinando. Desgraciadamente, nos
llegan noticias a diario sobre asesinatos por estas causas, y las luchas y
demandas están al orden del día.
La ambición, la envidia, el orgullo, la
competitividad, el egoísmo, crean divisiones y destruyen la comunidad y a las
personas.
Los
robos, los asesinatos y la mayoría de los males que ocurren en nuestra sociedad
tienen su origen en querer tener mayor capacidad económica, ser más fuertes,
ser más importantes, más respetados y no importa destruir todo lo que se
interponga en nuestro camino para conseguir estas cosas.
¡Cuidado,
pues, con dejarnos invadir en la vida por la ambición, la codicia, el prestigio
o el poder!
El
Evangelio de San Marcos, nos dice hoy que en la
comunidad cristiana no hay señores, ni personas privilegiadas, ni persona
más importantes que otras, ni distinciones basadas en el dinero, en la
belleza o en la posición social. En la
comunidad cristiana hay hermanos iguales, a quienes se les encomienda
diversos servicios pero todos en función del bien común.
Hoy el Señor nos decía: “el que quiera ser el
primero, que sea el último y el servidor de todos”. Jesús no niega que haya personas que quieran
buscar ser los primeros, pero el que quiera ser el primero, el más cercano al
Señor, ha de ser el servidor de los demás.
Para algunas personas servir a los demás,
servir al pueblo se utiliza con frecuencia como un trampolín para buscar
ante todo dinero o poder. Jesús no
habla de este tipo de servicio sino de un servicio sin factura ni beneficios.
Hay profesiones que son más de servicio que
otras, sobre todo aquellas profesiones que
son necesarias para la sociedad, puestos públicos, puestos sociales,
políticos, puestos de enseñanza, pero hay que ser sinceros, cuando elegimos
esos puestos, ¿los elegimos para servir? ¿O los elegimos por las
ventajas económicas que obtenemos, la posición social que nos da, los sueldos
que cobramos? Y la pregunta es ¿dónde
quedan las gentes que queremos ayudar, dónde queda la ayuda?
Desde cualquier puesto se puede servir. Lo importante es que tengamos el deseo y la
actitud sincera de servir, de ayudar.
Hay
que servir pero sin pasar factura. No
olvidemos: “el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos”
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