martes, 9 de octubre de 2018

XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
 
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XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
 
La liturgia de este domingo nos invita a reflexionar sobre las elecciones que hacemos; nos recuerda que no siempre lo que reluce es oro y que es necesario, a veces, renunciar a ciertos valores perecederos, a fin de adquirir los valores de la vida verdadera y eterna.
 
La 1ª lectura del libro de la Sabiduría nos invita a buscar la verdadera sabiduría que es un don de Dios.
 
Los programas de estudio de los escolares y profesionales, son cada vez más duros, más exigentes. A los profesionales se les pide una mayor y mejor preparación para desempeñar debidamente su oficio.
 
La gente, por tanto, estudia más, está mejor preparada y sabe más. Pero hay una sabiduría que no se aprende en los libros, sino que viene de Dios; procede de un corazón recto y tiene su origen en la humildad del hombre y grandeza de Dios. De esta sabiduría nos habla la primera lectura de hoy.
 
Sabiduría es saborear la vida, es saber vivir en armonía con el mundo, con los demás seres humanos y con Dios. Ser sabio no equivale a ser un científico. La sabiduría es más un conocimiento de la vida, de Dios y de todo lo necesario para vivir bien y ser feliz. Sabiduría y felicidad van de la mano.
 
La sabiduría es lo máximo a lo que un ser humano puede aspirar. De nada vale todo el conocimiento científico, todas las riquezas del mundo, toda la fama y todo el poder, la salud y la belleza, si no se sabe vivir en armonía con Dios, con los demás seres humanos y con el mundo, si no se aprende a amar, a disfrutar y a ser felices.
 
Quien quiera ser “sabio de verdad”, ha de ponerse a hablar con Dios y recibir de Él la Sabiduría como regalo que de Él procede. Quien se deje guiar por la luz de esta sabiduría, está en el camino de Dios.
 
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos invita a escuchar y a acoger la Palabra de Dios.
 
La Palabra de Dios, es Dios mismo que nos habla, nos guía, nos alienta, nos anima y también nos juzga. 
 
La Palabra de Dios nos ayuda a discernir el bien y el mal y a realizar las opciones correctas. Cualquier persona que se acerque a la Palabra de Dios va a encontrar algo que le resulte interesante para su vida. Tenemos que descubrir la necesidad de confrontar nuestra vida con la Palabra de Dios, ella nos puede aclarar nuestra vida, discernir nuestras intenciones, ayudarnos a crecer.
 
El Evangelio de San Marcos, nos hace ver lo que nos lleva a Dios y lo que nos aparta de Él.
 
Cuantas personas se pueden ver reflejadas en el evangelio de hoy, y no porque seamos jóvenes o ricos, sino porque este evangelio nos habla de las condiciones para seguir a Jesús.
 
Hay personas, que como este joven rico, tienen todo resuelto en la vida, tienen todo y pareciera que son felices.  Sin embargo, a pesar de que podemos tenerlo todo, nos sentimos vacíos, porque vemos que la vida es algo más que dinero o tener cosas.
 
Tenemos de todo, y sin embargo en el fondo de nosotros mismos sentimos que nos falta lo fundamental.  A veces por las noches, cuando estamos solos, cuando nos enfrentamos con la verdad de lo que somos y de nuestra vida, nosotros también a menudo nos sentimos vacíos. Nos damos cuenta que nada ni nadie acaba de llenarnos.  Y nos preguntamos: ¿es así la vida?  ¿Para esto hemos nacido?  Preguntas parecidas debió hacerse aquel joven, hasta que un día oyó decir que Jesús de Nazareth iba a pasar por allí. Y la pregunta del joven: Maestro, ¿qué puedo hacer para dar sentido a mi vida?, ¿Cómo puedo encontrar respuestas a estas preguntas?, ¿Dónde encontraré esa felicidad que busco?  Y Jesús se le queda mirando con cariño y le dice: sólo te falta una cosa, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres y luego sígueme”    
 
El problema del joven rico fue que pensó más en lo que tenía que dejar que en lo que había encontrado.  Y lo que había encontrado era la amistad y el cariño de Jesús de Nazareth.  Pero aquel joven no supo verlo.
 
Como nosotros, muchas veces también Dios mismo, por medio de su Espíritu y de su Palabra, nos invita a eso, a vender lo que tenemos, a dárselo a los pobres y a seguirlo.   Pero nosotros inmediatamente nos echamos mano al bolsillo, nos entra un sudor frío, y acabamos aceptando que eso no va para con nosotros.  Y mientras tanto seguimos buscando y buscando, seguimos intentando llenar el vacío de nuestras vidas, sin decidirnos a entregarnos plenamente al Único que nos puede dar la vida verdadera y la felicidad eterna. 
 
Por eso hoy, ¿será verdad que la vida consiste en entregarla, en compartir lo que tengo?  ¿Por qué no voy yo a corresponder al amor que Dios me tiene?  ¿Seguiré confiando más en mi dinero y en mis cosas que en el Señor? ¿Y si es verdad que Jesús tiene razón? ¿Y si es verdad que yo también puedo encontrar la plenitud? 
 
Hermanos, dejemos que el Espíritu del Señor transforme nuestros corazones y nos haga gozar del Amor que Dios tiene por cada uno de nosotros.

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