PENTECOSTES (CICLO C)
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PENTECOSTES (CICLO C)
Hoy
celebramos el día de Pentecostés.
Cincuenta días después de la resurrección del Señor, Jesús envía al
Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre la Iglesia. Con este domingo de Pentecostés terminamos el
ciclo litúrgico de la Pascua.
A partir de
este día, en el cual los apóstoles recibieron el Espíritu Santo, sus vidas
cambiaron totalmente. Los apóstoles dejaron
de ocultarse. Dejaron de tener miedo.
Los apóstoles no temían a nada y a nadie gracias al poder que habían
recibido del Espíritu Santo.
Muchos de
los problemas que tenemos cada día, mucho del odio que oscurece nuestro
corazón, gran parte del estrés que padecemos y muchos miedos que nos paralizan
tienen como causa nuestra incapacidad de comunicarnos verdaderamente, nuestra
incapacidad de perdonar de corazón y nuestra indiferencia a amar y dejarnos
amar. Y a causa de toda esa negatividad
que se apodera de nuestros corazones, nosotros, al igual que los apóstoles
antes de Pentecostés, tenemos miedo.
Tenemos miedo de confiar en la gente y de amar sin esperar nada a
cambio. Tenemos miedo de trabajar por la
felicidad del prójimo y por nuestra propia felicidad. Tenemos miedo de aceptar el reto de
vivir.
Tenemos
miedo también a que nos vean que vivimos y practicamos nuestra fe; tenemos
miedo a ser diferentes, a que no nos acepten y por eso nos cuesta tanto hablar
de Jesús a quienes nos rodean. Y Jesús que sabía de todos estos miedos
nuestros, nos dio el Espíritu Santo, nos dio el poder de cambiar nuestras
vidas y sanar nuestras heridas.
Hay que
dejar de tener miedo, hay que dejar de esconderse. El Señor nos ha dado su Espíritu. Tenemos ahora, gracias a Él, el poder de
transformar nuestros corazones.
Una vez que
los apóstoles reciben el Espíritu Santo y pierden el miedo, dejan de estar
encerrados y salen a la calle a hablar de Dios.
Las
ideologías modernas y cierto tipo de personas, quieren reducir la fe al ámbito
de lo privado y quieren que la vida pública y social sea solamente laica,
sin ninguna referencia a la religión ni a ningún símbolo religioso. Sin embargo, la Iglesia nació precisamente
cuando tuvo el valor de salir del lugar donde los apóstoles estaban
encerrados y empezar a hablar en la plaza pública donde se encuentran las
personas. Es el Espíritu Santo el que da
fuerza a los apóstoles que estaban encerrados en casa por miedo a los judíos,
para salir a las plazas a dar testimonio de Jesús.
Por eso, la Iglesia no puede desentenderse de
los grandes problemas que afectan al hombre y a la sociedad de nuestro tiempo.
Cuando el Espíritu Santo vino sobre los
apóstoles, se manifestó con el don de la “glosolalia”, es decir, que les
dio la posibilidad a los apóstoles de hablar en distintos idiomas y de hacerse
entender por todos.
El Espíritu Santo hace posible el entendimiento
entre las personas, hace posible la fraternidad. El lenguaje del amor lo entiende todo el
mundo.
La dificultad que tenemos hoy en día para
entendernos no es el que hablemos diferentes idiomas. Las dificultades para la comunicación
proceden, más bien, de las incomprensiones, la falta de tolerancia y de
respeto por los otros, los intereses creados y partidistas, la dominación de
unos seres humanos sobre otros, las barreras sociales y económicas que
pretenden imponer, controlar y anular a los demás.
Cuantas veces los hombres se ven obligados a
renunciar a la construcción de un mundo nuevo y mejor porque están separados y
divididos por su incapacidad de hablar un mismo lenguaje, el lenguaje del
amor. La incomunicación, la ruptura
del diálogo, la incomprensión, no conduce nunca a construir y levantar nada
bueno.
Hay partidos políticos que no se esfuerzan por
comprender la postura y las razones de los otros partidos. Hay líderes políticos preocupados de
imponernos sus programas sin preocuparse de lo positivo y justo que pueden
tener sus oponentes. Cuantas marchas de
hombres y mujeres que gritan violentamente sus demandas con la única finalidad
de que no se escuchen las demandas de los demás.
¿Qué podemos construir cuando la voz de las
metralletas sustituye al diálogo de los hombres, y cuando las amenazas y la
violencia están logrando que las personas no se atrevan a manifestar sus
convicciones?
Necesitamos un Espíritu nuevo que nos enseñe a
dialogar como hermanos. Un Espíritu que nos ayude a entender el lenguaje del
adversario.
Necesitamos escuchar, dialogar, compartir más
para que el lenguaje del Espíritu se haga presente en nuestro mundo, para que
descubramos la riqueza que todo ser humano tiene, para que podamos alegrarnos
de los diferentes carismas que Dios ha puesto en los seres humanos.
San Pablo nos recuerda y nos dice que los “dones” que
recibimos no pueden generar conflictos y divisiones, sino que deben servir para
el bien común y para reforzar la vivencia comunitaria.
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