martes, 4 de junio de 2019

PENTECOSTES (CICLO C)
 
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PENTECOSTES (CICLO C)
 
Hoy celebramos el día de Pentecostés.  Cincuenta días después de la resurrección del Señor, Jesús envía al Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre la Iglesia.  Con este domingo de Pentecostés terminamos el ciclo litúrgico de la Pascua.
 
A partir de este día, en el cual los apóstoles recibieron el Espíritu Santo, sus vidas cambiaron totalmente.  Los apóstoles dejaron de ocultarse. Dejaron de tener miedo.  Los apóstoles no temían a nada y a nadie gracias al poder que habían recibido del Espíritu Santo.
 
Muchos de los problemas que tenemos cada día, mucho del odio que oscurece nuestro corazón, gran parte del estrés que padecemos y muchos miedos que nos paralizan tienen como causa nuestra incapacidad de comunicarnos verdaderamente, nuestra incapacidad de perdonar de corazón y nuestra indiferencia a amar y dejarnos amar.  Y a causa de toda esa negatividad que se apodera de nuestros corazones, nosotros, al igual que los apóstoles antes de Pentecostés, tenemos miedo.  Tenemos miedo de confiar en la gente y de amar sin esperar nada a cambio.  Tenemos miedo de trabajar por la felicidad del prójimo y por nuestra propia felicidad.  Tenemos miedo de aceptar el reto de vivir. 
 
Tenemos miedo también a que nos vean que vivimos y practicamos nuestra fe; tenemos miedo a ser diferentes, a que no nos acepten y por eso nos cuesta tanto hablar de Jesús a quienes nos rodean. Y Jesús que sabía de todos estos miedos nuestros, nos dio el Espíritu Santo, nos dio el poder de cambiar nuestras vidas y sanar nuestras heridas.
 
Hay que dejar de tener miedo, hay que dejar de esconderse.  El Señor nos ha dado su Espíritu.  Tenemos ahora, gracias a Él, el poder de transformar nuestros corazones.
 
Una vez que los apóstoles reciben el Espíritu Santo y pierden el miedo, dejan de estar encerrados y salen a la calle a hablar de Dios.
 
Las ideologías modernas y cierto tipo de personas, quieren reducir la fe al ámbito de lo privado y quieren que la vida pública y social sea solamente laica, sin ninguna referencia a la religión ni a ningún símbolo religioso.  Sin embargo, la Iglesia nació precisamente cuando tuvo el valor de salir del lugar donde los apóstoles estaban encerrados y empezar a hablar en la plaza pública donde se encuentran las personas.  Es el Espíritu Santo el que da fuerza a los apóstoles que estaban encerrados en casa por miedo a los judíos, para salir a las plazas a dar testimonio de Jesús.
 
Por eso, la Iglesia no puede desentenderse de los grandes problemas que afectan al hombre y a la sociedad de nuestro tiempo.
 
Cuando el Espíritu Santo vino sobre los apóstoles, se manifestó con el don de la “glosolalia”, es decir, que les dio la posibilidad a los apóstoles de hablar en distintos idiomas y de hacerse entender por todos.
 
El Espíritu Santo hace posible el entendimiento entre las personas, hace posible la fraternidad.  El lenguaje del amor lo entiende todo el mundo.
 
La dificultad que tenemos hoy en día para entendernos no es el que hablemos diferentes idiomas.  Las dificultades para la comunicación proceden, más bien, de las incomprensiones, la falta de tolerancia y de respeto por los otros, los intereses creados y partidistas, la dominación de unos seres humanos sobre otros, las barreras sociales y económicas que pretenden imponer, controlar y anular a los demás. 
 
Cuantas veces los hombres se ven obligados a renunciar a la construcción de un mundo nuevo y mejor porque están separados y divididos por su incapacidad de hablar un mismo lenguaje, el lenguaje del amor.  La incomunicación, la ruptura del diálogo, la incomprensión, no conduce nunca a construir y levantar nada bueno.
 
Hay partidos políticos que no se esfuerzan por comprender la postura y las razones de los otros partidos.  Hay líderes políticos preocupados de imponernos sus programas sin preocuparse de lo positivo y justo que pueden tener sus oponentes.  Cuantas marchas de hombres y mujeres que gritan violentamente sus demandas con la única finalidad de que no se escuchen las demandas de los demás.
 
¿Qué podemos construir cuando la voz de las metralletas sustituye al diálogo de los hombres, y cuando las amenazas y la violencia están logrando que las personas no se atrevan a manifestar sus convicciones?
 
Necesitamos un Espíritu nuevo que nos enseñe a dialogar como hermanos. Un Espíritu que nos ayude a entender el lenguaje del adversario.
 
Necesitamos escuchar, dialogar, compartir más para que el lenguaje del Espíritu se haga presente en nuestro mundo, para que descubramos la riqueza que todo ser humano tiene, para que podamos alegrarnos de los diferentes carismas que Dios ha puesto en los seres humanos.
 
San Pablo nos recuerda  y nos dice que los “dones” que recibimos no pueden generar conflictos y divisiones, sino que deben servir para el bien común y para reforzar la vivencia comunitaria.

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