martes, 5 de noviembre de 2019

XXXII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)
 
 
Las lecturas de hoy son una reflexión sobre la vida, la muerte y la resurrección.  La vida nos enseña que la muerte es compañera de viaje, pero la muerte no es el punto final, sino un punto y seguido, es un paso doloroso, pero un paso hacia Dios nuestro Padre.
 
La 1ª lectura del segundo libro de los Macabeos nos cuenta la historia de la persecución, tortura y martirio de 7 hermanos por causa de la fe.  Estos hermanos no consintieron renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y prefirieron morir antes que serles infiel a Dios.
 
Cuando se da la vida por algo, siempre se hace porque, como cristianos, sabemos que la vida aquí en la tierra no lo es todo, sabemos que hay otra vida.
 
¿Qué sentido tendría nuestra vida, nuestros sueños, nuestras metas tan deseadas, si lo que nos espera es, inevitablemente la muerte?  ¿Cómo puede ser que nuestro destino sea perder todo aquello que amamos? ¿Cómo puede ser que la muerte sea el viaje fatal en dirección hacia la nada?
 
La fe nos da la certeza de que la vida continúa más allá de esta tierra.  Lo que motivó a los 7 hermanos mártires y lo que motiva a tantos mártires de ayer y de hoy para enfrentar la tortura y la muerte es la certeza de que Dios reserva la vida eterna a aquellos que, en este mundo viven con fidelidad.
 
Quien cree en la resurrección no puede dejarse paralizar por el miedo, porque el miedo muchas veces nos impide defender los valores en los que creemos.  Quien cree en la resurrección es la persona que puede comprometerse en la lucha por la justicia y por la verdad, porque sabe que la muerte no lo puede vencer ni destruir.
 
En un mundo en el que lo que es verdad por la mañana, dejar de serlo en la tarde, en que parecen legítimos cualquier medio para alcanzar ciertos fines, la primera lectura de hoy nos cuestiona sobre si somos capaces de defender, con verdad y determinación aquello en lo que creemos; si somos capaces de luchar, aún contra corriente, por los valores verdaderos y auténticos.  ¿Somos capaces de defender lo que creemos hasta la muerte?
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Tesalonicenses nos exhorta a vivir con constancia nuestra fe: una fe expresada en buenas obras. 
 
Nos pide también que hagamos oración para que el Evangelio sea conocido por todos y que no nos desanimemos si vemos que hay personas que no aceptan el Evangelio, porque como nos dice san Pablo, la fe no la aceptan todos.  Para algunos la fe no es suya porque nunca la han tenido, ni se les ha concedido ese don.  Para otros la fe es algo que tuvieron en algún momento de su vida pero que la dejaron adormecer.  Otros, simplemente no la han cultivado ni la han dejado crecer y se les ha quedado pequeña.
 
Por eso, alegrémonos nosotros por el don de la fe y haber sido elegidos por el Señor.
 
El Evangelio de san Lucas nos presenta a unos saduceos que le plantean a Jesús una pregunta capciosa, una pregunta para ridiculizar la creencia en la resurrección.  Basándose en la “Ley del levirato”, por la que el hermano del esposo debía casarse con la viuda si ésta no tenía descendencia, le preguntan a Jesús: Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer”.
 
Jesús afirma la existencia de otra vida después de la muerte.  Pero también nos dice que la vida eterna no es continuación de la actual.
 
Jesús responde a los saduceos diciendo que no se imaginen la vida eterna según el modelo de la vida actual. La resurrección no debe ser imaginada como la reanimación de un cadáver. La vida eterna no es, una mera prolongación de la vida de este mundo; ya no está sujeta a la muerte. La resurrección es una forma de existencia totalmente nueva y transformada. Se trata de una nueva vida, de la participación plena en la vida de Dios.
 
Los cristianos estamos llamados a tener un convencimiento total en la existencia de otra vida después de la muerte.
 
Dios creó la vida y nos la regala.  Lo que Dios ama no puede terminar, no puede tener fin en el tiempo, el amor de Dios ha de vivir para siempre como Él.  Somos sus hijos y por eso nos ha dado a su propio Hijo para que tengamos vida y superemos la muerte.  Dios nos resucitará un día para vivir con Él.
 
La muerte acaba con nuestra vida biológica, pero no puede terminar con la vida que brota de Dios.  El creador de la vida es más fuerte que la muerte, porque “nuestro Dios, no es un Dios de muertos, sino de vivos”.
 
Porque Dios es un Dios de vivos, todos nosotros debemos apostar por la vida.  Tenemos que cuidar nuestra vida aquí y la vida en definitiva en el más allá.  Hay que luchar por la vida y esforzarnos por tener una vida digna para nosotros y para todos.  Optar por la vida es, por lo tanto, optar por Dios, es no apoyar los antivalores de muerte que se propagan en nuestro mundo, como la violencia, el odio, la miseria, etc.
 
Hoy, Jesús nos invita a fortalecer nuestra fe en la resurrección y a creer en un Dios que es Padre y que nos ha dado una vida maravillosa que la continuaremos después de la muerte.

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