lunes, 20 de julio de 2020

XVII DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

La liturgia de este domingo nos invita a tomar conciencia sobre qué cosas son importantes en nuestra vida, qué valores son los que rigen nuestra existencia.  Para el cristiano, la vida, la tenemos que construir sobre los valores que nos propone Jesús.

La 1ª lectura del primer libro de los Reyes nos presenta al Rey Salomón pidiéndole a Dios una sola cosa: sabiduría.  Salomón no pide bienes personales, tampoco pide poder.  Pide lo que más necesita un gobernante: sabiduría para distinguir el bien del mal y así gobernar rectamente a su pueblo.

Salomón ha preferido los bienes espirituales a los materiales.  Él es un buen ejemplo para todos nosotros que tantas veces pedimos a Dios cosas para nosotros, sin preocuparnos por el bien de los demás.  Cuantas veces le pedimos a Dios bienes materiales y nos olvidamos que los bienes espirituales son más importantes que los materiales.

Esta lectura de hoy, es también una llamada de atención para nuestros gobernantes.  ¡Qué fácil es decir que la autoridad debe fundamentarse en el servicio a los ciudadanos!, pero en la práctica el poder lleva consigo la tentación de ser utilizado para otros fines o para fines personales.  De ahí la famosa frase: “el poder corrompe”.

Servir desde el poder es fundamentalmente comprender y escuchar a las personas.  Ya no puede ser válido ese dicho: “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”.  Nuestros gobernantes deben también pedirle sabiduría a Dios para tener una verdadera actitud de servicio y que el poder que tienen no sea para la realización de sus propios planes personales, sino para el bien de toda la comunidad, para la realización del bien común.

¿Qué le pedimos a Dios en nuestra oración de cada día?

La 2ª lectura de San Pablo a los romanos nos recuerda que Dios nos ha llamado a cada uno de nosotros a cumplir una misión en la vida: imitar a Cristo en su escala de valores, en su estilo de vida.

Desde toda la eternidad, Dios pensó en cada uno de nosotros con amor.  Tenemos que tomar conciencia de ese amor que Dios siente por nosotros.  Dios viene continuamente a nuestro encuentro, nos señala el camino para que tengamos vida plena y verdadera y nos invita a formar parte de su familia.

¿Somos conscientes de cuántos nos ama Dios y que lo único que desea Dios de nosotros es que alcancemos ese cielo que nos tiene preparado para cada uno de nosotros?

El Evangelio de san Mateo nos hablaba hoy del Reino de los Cielos como un tesoro escondido, como una perla muy valiosa que hay que encontrar.

Este mundo nos bombardea con su propaganda, ofreciéndonos mil “tesoros” y “perlas” que nos darían la felicidad.

A todos nos pasa que lo que nos ofrece la felicidad a corto plazo, nos atrae más: el dinero, el éxito, el placer de los sentidos, el prestigio social. Pero resulta que esos son valores externos, no profundos. Perecederos, no eternos. Sería una pena que “invirtiéramos” en unas “acciones” que no nos van a llevar a ninguna parte, sino que se van a devaluar rápidamente. Que buscáramos el aplauso de los hombres cuando, en realidad, el que importa es el aplauso de Dios.

Nosotros tenemos una vida, una vida que necesitamos vivir con plenitud. El mundo nos presenta muchos valores que deslumbran. Muchos valores también que van cambiando según las modas. Vemos a las personas que se mueven entusiasmadas, ahora con esto, ahora con aquello y, a menudo, después, las encontramos desencantadas, desorientadas, como si anduviesen sin norte. La vida necesita un tesoro. Pero muchas veces este tesoro está escondido.

Son muchos los esfuerzos que hacemos para encontrar lo que nos falta: trabajo, dinero, placer, cultura... ¿Hacemos los mismos esfuerzos para conseguir la verdadera dimensión humana: saber por qué y para qué vivimos? Quizá estemos pasando una de las crisis más profundas de la humanidad en toda su historia: tenemos de todo, pero carecemos de lo esencial.

Todas las demás cosas que puedan interesarnos que no sean el Reino de los Cielos, no valen la pena. Por más importantes que parezcan, por más lícitas que sea.  Busquemos lo que verdaderamente vale, es decir: el Reino de los Cielos y tendremos, como Salomón, eso... y mucho más.

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