lunes, 28 de diciembre de 2020

 

EPIFANIA DEL SEÑOR

Estamos celebrando la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra, representados por estos tres personajes misteriosos que son los Magos.

Los Magos representan a la humanidad y, por tanto, cualquier pueblo, cualquier hombre o mujer de buena voluntad, que busque sinceramente el bien, la justicia y la paz puede verse representado en ellos. Son todos los que buscan la verdad y el amor, los que guiados por ese anhelo, como si fuera una estrella, encontraremos a Jesús y le podremos ofrecer lo mejor de nosotros mismos, porque reconocemos en Él al mismo Dios hecho hombre.

Celebrar la Epifanía significa que la Iglesia tiene una dimensión universal, que toda la humanidad, que toda la familia humana es sujeto de la salvación de Dios.  Todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a la salvación.

Al principio de su búsqueda, estos Magos siguen la estrella buscando algo, pero más tarde se dan cuenta que no es algo lo que busca sino a alguien y ese alguien es Jesús.  Y vemos como estos sabios, investigadores del universo, terminan de rodillas ante el Niño Jesús adorándolo.

Adorar a Dios es reconocer el misterio de amor que nos supera, nos envuelve y se nos da gratis, es valorar el don recibido de la fe y sentirse agradecidos con Dios.

Ante un Dios del que no sólo sabemos sino que diariamente lo experimentamos como amor, no cabe otra cosa más que adorarlo y darle gracias.  Por eso, cuando en nuestra vida experimentemos problemas y las tinieblas se apoderen de nosotros; cuando ni siquiera sintamos deseos por hacer oración, ni por estar en la presencia del Señor, levantemos nuestras cabezas hacia el cielo, pues por encima de lo que somos, de lo que nos suceda o hacemos, está el amor de Dios que nos da fortaleza y nos da esperanza para vivir en positivo: siempre habrá una estrella, una señal de Dios que nos guía hacia la felicidad, hacia el bien, y aunque a veces, se nos oculte esa estrella, esa señal de Dios, siempre volverá de nuevo a aparecer en nuestra vida para guiarnos y conducirnos a la felicidad verdadera.

Los magos nos enseñan a buscar, a no estancarnos en lo que conocemos o en lo que vivimos, nos enseñan a buscar esa estrella capaz de iluminar y guiar nuestra vida.  Y esto nos hace preguntarnos a nosotros si realmente buscamos las respuestas a la vida dejándonos iluminar y guiar por Dios, o nos conformamos con las que otros nos dan.

Los magos nos enseñan a ir al encuentro del Señor no como simples espectadores sino cargados con nuestros regalos: el oro, el incienso y la mirra representan lo más valioso que tenemos, es decir, nosotros mismos.  Nosotros mismos debemos ser el mejor regalo que le ofrezcamos al Niño Dios.

El hombre, como los Magos debe ser un buscador de Dios, un peregrino al encuentro de Dios.  Ante Jesús no podemos permanecer indiferentes: o lo aceptamos o lo rechazamos

¡Qué gran lección nos dan los Magos!  Ellos no quieren darle la espalda a Dios.  Nosotros queremos, muchas veces, un Dios a nuestro capricho, a nuestro servicio y antojo.  Pero, somos nosotros los que debemos ir hasta Dios, somos nosotros los que debemos trabajar por nuestra Iglesia, somos nosotros los que debemos buscar y adorar a Dios.

Hemos de buscar a Dios para ofrecerle el oro de nuestra vida, una vida que debe ser una entrega diaria al señor, una vida renovada por la gracia; el incienso del testimonio de nuestra fe, de nuestra oración y nuestro compromiso evangelizador y la mirra del sacrificio, de la aceptación paciente de trabajos, sufrimientos y dificultades en nuestra vida y de la valentía cristiana.

En el evangelio, aparece también la figura de Herodes. Herodes representa al hombre que no quiere estar en gracia, que no le interesa la Palabra de Dios. Tenemos que darnos cuenta que hay muchos “Herodes” en nuestra vida, esos “Herodes” que son los falsos dioses.  Existe la idolatría de quien rechaza a Dios para servir a los ídolos.  Pero la idolatría peor es aquella de quien habiendo encontrado a Dios, convive con ídolos y no adora al único y verdadero Dios.  

Siempre existe el riesgo de perder la fe por la superficialidad, el cansancio en la búsqueda, la comodidad, la vanidad o por llenar nuestro corazón con los dioses del poder, del tener y del placer.

Los Magos, al ver la estrella se pusieron en camino.  Nosotros también tenemos que ponernos en camino.  Ponerse en camino puede significar hoy para nosotros, recuperar el interés por nuestra fe, buscar nuestra formación, la participación asidua en los sacramentos y en la vida de la comunidad.

En esta eucaristía presentemos al Señor nuestras vidas como el mejor regalo que podemos ofrecerle, para que Él la transforme y nos haga testigos de su presencia en el mundo.

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