LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (CICLO B)
Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión de Cristo a los cielos. Jesucristo que murió y que fue sepultado y que al tercer día resucitó, ha sido glorificado por su Padre. Hoy celebramos pues la entrada de Jesús resucitado en el mundo de Dios.
La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos decía: “¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”
La Ascensión nos invita a estar en la tierra, haciendo lo que aquí tengamos que hacer, todo dentro de la Voluntad de Dios y llevando a todo el que podamos la Palabra de Dios. Pero debemos estar en la tierra sin perder de vista el Cielo, la Casa del Padre, a donde nos va llevando Cristo.
A los cristianos se nos ha acusado muchas veces de estar demasiado atentos al cielo futuro, y poco comprometidos en la tierra presente. Pero, ciertamente, son bastantes los cristianos que actualmente han dejado de mirar al cielo. Las consecuencias pueden ser graves. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor responsabilidad de la tierra. Ignorar al Dios que nos espera y nos acompaña hacia la meta final, no da una mayor eficacia a nuestra acción social y política. No recordar nunca la felicidad a la que estamos llamados, no acrecienta nuestra fuerza para el compromiso diario.
Por otra parte, obsesionados por el logro inmediato de bienestar, atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, atrapados en la rueda del trabajo y el consumo, quizás necesitamos que alguien nos grite: “Creyentes, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?”.
En la 2ª lectura de San Pablo a los Efesios aparecen tres palabras en torno a las cuales gira esta lectura: Esperanza, Gloria y Poder.
Esperanza: que se nos abran los ojos del corazón para que comprendamos que hay esperanza, que hay un futuro inigualable para nosotros, que no hay razones para deprimirse, ni para desesperar. Hemos sido llamados no para el fracaso, sino para el éxito más insospechado.
Gloria: Hay una inmensa riqueza que nos espera. Esa herencia está llena de esplendor, de belleza. Dios mismo, en su Belleza infinita, quiere ser nuestra Herencia.
Poder: Dios va a desplegar todo su poder en favor nuestro; ha comenzado a hacerlo en Jesús, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha. Ese es el comienzo. El poder llegará a nosotros y también nos inundará con su gracia omnipotente.
El Evangelio de san Marcos nos presentaba un reto: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”.
Ahora que Cristo ha subido al cielo, comienza el tiempo de la responsabilidad de los cristianos.
Hay que evangelizar, con el ejemplo y con la palabra, a tiempo y a destiempo, como nos indica la Sagrada Escritura. Pero hay que buscar nuevos métodos, hay que actuar con un nuevo vigor, para que la evangelización sea “nueva” y para que, los valores del Reino de Dios se hagan presentes en la sociedad en estos momentos.
Hoy más que nunca tenemos que evangelizar. Evangelizar para que los valores del Reino de Dios estén presentes en nuestra sociedad. Es tiempo, por tanto de asumir nuestra responsabilidad de difundir el mensaje del evangelio por toda nuestra persona y por todas las personas.
Ahora la gente no ve ya a Jesús, no oye sus palabras, no admira sus milagros. Pero nos ve y nos oye a nosotros. Si nos ve animados por la caridad, unidos, armónicamente organizados en diversos ministerios, todos activos y entusiastas, es como si vieran al mismo Jesús.
El mensaje de Jesús es un mensaje de paz, de fraternidad que hemos de llevar a nuestro mundo desorientado, amenazado y amenazador. Se han encerrado en él muchos odios, muchas injusticias, se ha explotado a pueblos enteros, se ha despreciado a razas, a culturas, cómo extrañarnos de que brote el terror. El odio solo engendra odio. “Poned amor y encontraréis amor”, decía Juan de la Cruz.
La Ascensión es fiesta, pero es también compromiso. Es ausencia, pero implica una presencia: la presencia invisible del Resucitado y de su Espíritu, y la presencia visible de nosotros, sus seguidores, constituidos en comunidad eclesial.
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