lunes, 24 de mayo de 2021

 

SANTÍSIMA TRINIDAD (CICLO B)

Estamos hoy celebrando la festividad de la Santísima Trinidad.  El misterio de la Santísima Trinidad es un gran misterio.  Es el misterio central del cristianismo.  

Dios es Uno y, al mismo tiempo, Tres. Un misterio que quizá es difícil de entender y de explicar, pues no podemos concebir cómo se puede ser al mismo tiempo uno y tres. Hay una sola naturaleza divina y tres personas con esa naturaleza divina. Un solo Dios verdadero y tres personas distintas.

Muchos Teólogos han tratado de explicar lo de las Tres Personas y un solo Dios mediante diversas comparaciones, tratando de ponerlo al alcance de todos.  Una de estas comparaciones, tal vez la más convincente, es la de comparar a las Tres Divinas Personas con tres velas encendidas, cuyas llamas se unen formando una sola llama. Todas las comparaciones humanas, sin embargo, quedan cortas, como es todo lo humano al referirlo a la infinidad de Dios. 

El Misterio de la Santísima Trinidad es una verdad que está muy, muy por encima de nuestras capacidades intelectuales, pues entre nuestra inteligencia y la Sabiduría de Dios existe una distancia ¡infinita!

Sin embargo, lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario. Ciertamente, mientras estemos aquí en la tierra, podremos vivir este misterio de una manera oscura, incompleta.  Sin embargo, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es. En efecto, nuestro fin último es la unión para siempre con Dios en el Cielo. Pero desde aquí en la tierra podemos comenzar a estar unidos a la Santísima Trinidad y a ser habitados por las Tres Divinas Personas. Jesucristo nos dice: “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él”. 

La Santísima Trinidad es, entonces, uno de los misterios escondidos de Dios, que no puede ser conocido a menos de que Dios nos lo dé a conocer. Y Dios nos lo ha dado a conocer revelándose como Padre, como Hijo y como Espíritu Santo: Tres Personas distintas, pero un mismo Dios.  Y Dios comienza a revelarse como Trinidad poco a poco. Desde el segundo versículo de la Biblia, desde el momento mismo de la creación, vemos una alusión al Espíritu Santo: “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” nos dice el libro del Génesis.

Luego es Jesucristo mismo quien nos lo da a conocer. El primer momento en que se revelan las Tres Personas juntas fue en el Bautizo de Jesús en el Jordán. Nos dice así el Evangelio: “Una vez bautizado Jesús salió del río.  De repente se le abrieron los Cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre Él. Y se oyó una voz celestial que decía: ‘Este es mi Hijo, el Amado, en el que me complazco’ ” 

Posteriormente Jesucristo al dar el mandato de evangelizar a sus Apóstoles, les ordena bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. 

Aunque las Tres Divinas Personas son inseparables en su ser y en su obrar, al Padre se le atribuye la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu Santo la Santificación.

Muchas veces recordamos nuestra pertenencia gozosa a Dios Trino. 

Al principio de nuestra vida cristiana ya fuimos bautizados “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, como hemos escuchado en el evangelio de hoy. Por tanto, ya desde entonces fuimos como sellados por su amor salvador. 

¿Cuántas veces trazamos sobre nosotros mismos la señal de la cruz, invocando a las tres Personas? 

¿Cuántas veces decimos el “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”, expresándole nuestra alabanza y gratitud? 

Al inicio de cada Eucaristía, el sacerdote nos saluda deseándonos la gracia y la paz de Dios Padre y del Hijo y del Espíritu, y al final nos despide bendiciéndonos en el mismo santo nombre. 

Nuestra oración litúrgica va siempre dirigida al Padre, por medio del Hijo, y movidos por el Espíritu.

Cuando profesamos nuestra fe, decimos creer en Dios Padre, en Cristo Jesús que murió y resucitó, y en el Espíritu Santo, que anima a la Iglesia y la lleva a la unidad.

Nuestra vida es claramente trinitaria. Eso nos tiene que llenar de luz. Tiene que dar sentido a nuestra historia de cada día. Iniciamos nuestra vida en el nombre de Dios Trino, y esperamos terminar la etapa de aquí abajo con su bendición, para iniciar, ya para siempre, una vida llena de felicidad, plenamente en comunión con Él.

Recordemos hermanos, que lo importante de este misterio central de nuestra fe no es explicarlo, sino vivirlo. Y recordemos que aunque aquí en la tierra somos llamados a participar de la vida de Dios Trinitario de una manera oscura, incompleta, en el Cielo podremos vivirlo a plenitud, porque veremos a Dios tal cual es.   

Decir Trinidad significa decir amor.  Si no existiese la Trinidad, no existiría el amor.  Y si no hay amor no hay nada.


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