lunes, 18 de octubre de 2021

 

XXX DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)

Las lecturas de este domingo nos hablan de la preocupación que Dios tiene porque el hombre encuentre la vida verdadera y nos señala el camino que es necesario seguir para alcanzar esa meta.

La 1ª lectura del profeta Jeremías nos presenta al profeta invitando a los judíos que sufrían en el destierro una situación desesperada, a tener ánimo, porque Dios los quería liberar.

El Dios en quien creemos no es un Dios insensible y alejado de los dolores y dificultades de los hombres, sino que es un Dios sensible y atento, que cuida de sus hijos con amor de padre.

A veces, estamos tentados de mirar nuestra vida y la historia de nuestro mundo, con ojos de pesimismo, de miedo y de desesperación. El terrorismo, las dificultades económicas, las enfermedades incurables, el hambre, la miseria, parecen pintar de negro nuestro futuro y el futuro de nuestro planeta. Sin embargo, la primera lectura nos da confianza: no tengamos miedo, pues Dios camina con nosotros por la historia y, como un padre lleno de bondad que enseña a su hijo a caminar, nos conducirá de la mano al encuentro de la vida verdadera. Hay, ciertamente, un futuro para nosotros, pues Dios nos ama y camina con nosotros.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos presenta a Cristo como sacerdote, mediador entre Dios y los hombres.

Jesús, al asumir nuestra humanidad, experimentó nuestra fragilidad, nuestra debilidad; se hizo tan humano, que es capaz de comprender nuestros errores y fallos y mirarnos con ojos de bondad y misericordia.  De esta manera de mirarnos Jesús, podemos sacar dos consecuencias para nuestra vida. 

La primera, es tener plena confianza en Dios y vivir con esperanza: junto a Dios nuestro Padre, tenemos un intercesor que entiende nuestras dificultades y que, a pesar de nuestros fallos, siguen creyendo en nosotros y sigue apostando por integrarnos en la familia de Dios.

La segunda, nos lleva al compromiso con los hermanos: la solidaridad de Cristo con nosotros nos invita a la solidaridad con los pequeños, con los últimos, con los pobres, con aquellos que el mundo rechaza y margina; nos invita a trabajar por todos aquellos que son humillados, explotados e incomprendidos.

El Evangelio de san Marcos nos presentaba el episodio del ciego Bartimeo. 

El ciego está “sentado, al borde del camino, pidiendo limosna”. Esto indica una situación de marginación y exclusión y cierta pasividad. Lo único especial es que el ciego conoce su situación y quiere salir de ella, por lo que suplica: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Esta situación quiere expresar que el ser humano sin Dios es un ser que está al margen de la vida auténtica. ¡Qué necesitado está nuestro mundo de que todos los hombres reconozcamos que Dios, que pasa a nuestro lado, tenga compasión de nosotros!, ¡Qué ciego está el mundo sin Dios!

Conocida la realidad de nuestro mundo, viene otro momento importante del proceso de la fe: los intermediarios. Normalmente todos debemos nuestra fe al ejemplo de alguna persona, a la educación de alguien… En el pasaje del evangelio los intermediarios entre Jesús y el ciego tienen una doble actitud. Por un lado, le regañan para que no moleste a Jesús; por otro lado, le dicen: “Ánimo, levántate que te llama”. Todos nosotros podemos ser intermediarios en el proceso de la fe de nuestros hermanos. Y podemos ser un obstáculo o una ayuda. Ojalá que no seamos un impedimento para nadie en su fe. Pero el papel del intermediario es mediar y desaparecer, porque después viene lo que es realmente importante en el proceso de la fe: la relación personal con Jesús.

El ciego da un salto, deja el manto y se acerca a Jesús. “¿Qué quieres que te haga?… que recobre la vista… Anda, tu fe te ha salvado”. Lo importante es que el ciego y Jesús tienen un encuentro personal en el que el ciego expresa lo que desea y Jesús lo libera del mal que le entristece. En el proceso de la fe, lo importante es el encuentro personal con Jesús.

¿Cómo se puede ser cristiano, por la fuerza de la costumbre o ciertas tradiciones, sin experimentar esta relación personal con Dios en la oración y en los sacramentos?

Después del encuentro, viene el seguimiento“Y lo seguía por el camino”. Si uno de verdad se ha encontrado con Dios, su vida se transforma; comienza a seguir a Jesús; es decir a identificarse con su mensaje, con sus valores, con su modo de entender la vida y su modo de vivirla. ¡Cuántos cristianos, bautizados, no han llegado a este nivel en el proceso de su fe!

El seguimiento de Jesús tiene un proceso y un momento importante de este proceso es la relación personal con Jesús, en la que uno tiene que experimentar cómo Dios lo cura de sus pecados, de su ceguera, lo libera.

El mal del que Jesús nos quiere curar quizá no sea nuestra ceguera, físicamente hablando, sino la ceguera espiritualNo hay mayor ceguera que la obstinación, la cerrazón, la cabezonería, en lo que uno piensa acerca de Dios y de los demás. También nosotros podemos estar ciegos en este sentido. Nuestro modo de concebir a Dios, a la Iglesia, puede ser un obstáculo para descubrir la novedad del mensaje del Evangelio. Por eso debemos hacer nuestra la petición del ciego: “Maestro, que pueda ver”.

Que seamos conscientes de que nuestra fe tiene un proceso, unas etapas. Que lleguemos al final de ese proceso, al seguimiento e imitación de Jesús.

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