martes, 4 de enero de 2022

 

EPIFANÍA DEL SEÑOR Y BAUTISMO DEL SEÑOR

EPIFANÍA DEL SEÑOR (CICLO C)

En este día celebramos la Epifanía del Señor. Esa palabra significa “manifestación, aparición”.  La fiesta de la Epifanía del Señor no es otra cosa que la certeza que tenemos los cristianos de que Dios no hace distinción de personas, razas, culturas y pueblos.

Con la fiesta de la Epifanía la Iglesia termina el tiempo de Navidad.  Espero que haya sido un tiempo de abundantes bendiciones y gracias de Dios para todos vosotros.

El profeta Isaías en la 1ª lectura, anuncia la universalidad de la salvación.  Como muchos otros hombres de Dios, el profeta invitó constantemente al pueblo elegido a dejar las actitudes nacionalistas y excluyentes para asumir su vocación de ser instrumento de salvación para todos.

El profeta Isaías nos presenta a Jerusalén como el lugar donde la gloria y la luz de Dios brillan de una manera nueva y diferente.  Para nosotros los cristianos, ésta imagen de Jerusalén es figura de la Iglesia, cuya misión es ser luz para atraer a todos los pueblos de la tierra para su encuentro con Dios y mediante este encuentro, alcanzar la salvación.  Todos debemos ser luz para los demás.  Quienes vivan en las tinieblas, pero deseen vivir en la luz, han de buscar en la Iglesia y encontrar en ella a Cristo, luz de todos los pueblos que quiere que todos los hombres tengamos vida y felicidad.

La 2ª lectura de San Pablo a los Efesios, nos dice que todos somos “hijos de Dios” y por lo tanto todos somos destinatarios de la salvación y si somos hijos de Dios, esto quiere decir que somos hermanos y por lo tanto debemos amar sin límites, compartir y ser solidarios unos con otros.

El Evangelio de san Mateo nos ha presentado la adoración de los Magos al niño Jesús.

Los Magos representan a todo nosotros, a todos los laicos, a toda la humanidad que busca una estrella que de sentido a la vida.

Como a los Magos, Dios, nos llama a emprender un viaje, es decir, a salir de nosotros mismos y dejarnos guiar por su luz.  Jesús viene a llenar de luz nuestra vida, a ser el guía de nuestro caminar diario.  Jesús nos guiará hasta el Padre, hasta la luz verdadera que no tiene ocaso, que no tiene fin.

Los Magos vieron una estrella y la siguieron.  Ellos dejaron su casa, su tierra, sus quehaceres y siguen la estrella.  Nosotros también hemos de dejar muchas cosas atrás para poder seguir a Cristo.

Dios nos llama siempre a través de una señal.  La señal por la cual Dios nos llama sólo la entienden aquellos que buscan a Dios.  La estrella que vieron los Magos todo el mundo la vio pero sólo ellos descubrieron qué significaba.

Todos somos llamados por Dios, pero para encontrar a Dios es necesario estar con los ojos y con el corazón bien abiertos a lo que ocurre a nuestro alrededor, por más insignificante que sea, Dios a través de esos signos nos está hablando y nos está llamando.

Hoy se nos está invitando a ponernos de pie, a no conformarnos con esta vida indiferente, carente de sentido.  Dios nos sigue llamando, sigue esperando que lo encontremos.  Pero primero tendremos que despertar ese deseo de encontrarnos con Él.  Y es aquí donde creo que está el problema: el problema es que hay mucha gente que no busca a Dios, ni quieren encontrarse con Él.

Hemos utilizado a Dios como quien utiliza una medicina, nos acordamos de Él cuando nos duele algo, pero cuando se nos pasa, también pasamos rápidamente de Él. 

Cuando los Magos encuentran al niño, le ofrecen sus regalos, lo mejor que ellos tienen.  Nosotros también tenemos un regalo que ofrecerle al niño Dios, y ese regalo debe ser el mejor regalo que le podamos dar: la fe, nuestra entrega al servicio de Dios, nuestra disponibilidad, nuestra persona, en una palabra, el mejor regalo que le podemos ofrecer al niño Dios es nuestra propia persona.

Y volvieron por otro camino. Si nosotros encontramos a Dios también haremos caminos nuevos, diferentes, nuestra vida ha de ser distinta.

¿Buscamos la  Verdad, buscamos a Dios? ¿Le hemos buscado con sinceridad, con la inteligencia, con el afecto, en un camino largo, en el que ha habido claridad y noche oscura? ¿Le hemos buscado donde Él nos ha dicho que está?

¿Qué cofre abro ante este Dios, qué le entrego y comparto? ¿La sobras de vida o todo mi ser?

Dejémonos guiar por la estrella de Belén y si así lo hacemos, podemos estar seguros que no nos perderemos en la vida, sino que iremos por caminos seguros.

Dios quiere manifestarse a nosotros, y hoy una vez más nos llama, quiere que lo busquemos y que seamos también señal para otros que lo buscan.

BAUTISMO DEL SEÑOR (CICLO C)

El jueves celebrábamos la fiesta de la Epifanía, la manifestación de la salvación de Dios que es ofrecida a todos los hombres en Jesús-niño.  Hoy celebramos de nuevo la manifestación de la salvación de Dios que ahora se nos presenta en Jesús-adulto. 

Con la fiesta del Bautismo de Jesús termina el ciclo de la Navidad y comienza la primera parte del tiempo ordinario que nos llevará hasta el miércoles de ceniza.

Con el Bautismo de Jesús comienza su vida pública.  El Señor no tenía que ser bautizado porque nunca tuvo pecado. Se bautizó por la misma razón que cumplió con algunas otras leyes judías que tampoco tenía la obligación de cumplir. Vino a este mundo como hombre y quiso sujetarse a las leyes de Moisés, como lo hacían todos los judíos, pero nada de esto le obligaba. Todas estas leyes eran las que regían al pueblo Israelita, el pueblo que Dios eligió para preparar la venida del Señor. Y Jesús cumplió con ellas para darnos un ejemplo de cómo debemos actuar nosotros, de cómo debemos cumplir con los mandamientos de nuestra fe.

Hoy, que celebramos el bautismo de Jesús, debemos pensar también en nuestro propio bautismo.  “No todos los bautizados son cristianos”. Esta frase que parece un poco contradictoria es una gran denuncia de la situación de nuestras prácticas sacramentales. Parece contradictoria pues cualquier bautizado es hijo de Dios y, por tanto, cristiano; pero, al mismo tiempo, es una denuncia, porque es cierto que muchos bautizados dejan mucho que desear en su seguimiento de Cristo, aunque todos podríamos ser un poco mejores cristianos.  

El bautismo, como cualquier sacramento, no es automático, no funciona por sí solo, sino que necesita la colaboración de la persona que lo recibe. El sacramento es un encuentro entre Dios y el ser humano. Dios pone su parte: la Gracia, que quita el pecado original y nos hace hijos de Dios y la persona responde con el seguimiento; si falta la respuesta no se produce el encuentro.

Pertenecer a la Iglesia por medio del bautismo no significa nada en sí mismo, si no va acompañado de la correspondiente respuesta de la persona que recibe ese sacramento: hay que amar a Dios con la práctica de una vida cristiana, de una vida de sacramentos, de una vida de amor al prójimo.

Por desgracia, muchas personas, quizás influenciados por amigos poco Católicos o simplemente porque ignoran la importancia de este sacramento para los niños, no llevan a sus hijos e hijas a bautizar en los primeros días después de su nacimiento. Llevan a sus hijos a bautizar pensando más en la fiesta, el convite o en la ropa en vez de pensar en el sacramento en sí. Lo convierten en un acto social. Llevan al niño a la iglesia a bautizar pensando que, cómo somos Católicos, tiene que ser bautizado. No piensan en las responsabilidades que trae este sacramento para los padres y padrinos. Da verdadera pena ver algunos bautismos en los que hay tan poca fe alrededor.

El bautismo es el comienzo de nuestra misión profética. Desde el mismo momento en que se recibe este sacramento, el bautizado ya está comprometido a vivir una vida santa. Sus padres se comprometen a dar testimonio de su fe a su hijo para que, con los años, se convierta en un buen cristiano, evangelizando como lo hicieron los primeros cristianos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo. Al ser bautizados como hijos e hijas de Dios adquirimos la más alta dignidad. En el momento del bautismo, por la gracia del Espíritu Santo, inmediatamente se produce el milagro de un nuevo nacimiento. El agua bautismal es signo de la muerte al pecado y del renacimiento espiritual a la vida eterna con Cristo.

Los padres y padrinos deben tener en cuenta que han recibido un mandato de Cristo. Desde el momento que llevan sus hijos a bautizar deben enseñarlos a vivir una vida sin mancha, a evangelizar con su propio ejemplo y a amar a los demás.

El bautizado debe ser portador de esperanza en medio de nuestro mundo y de nuestra Iglesia. Debemos tener deseos de Dios expresándolo con un testimonio de vida, lleno de amor y de convicción. Vemos cómo falta esperanza, vemos cómo las cosas de este mundo empequeñecen nuestro corazón, vemos cómo el desánimo se apodera de nuestras comunidades cristianas y de los grupos. ¡Contagiemos la alegría y la serenidad! ¡Tenemos una fuerza interior única! Nuestro tesoro es Jesús y su gracia. ¡Somostemplos del Espíritu Santo!

¡Despertémonos! Tenemos por delante todo un año para descubrir que Dios, está verdaderamente con nosotros animándonos, sosteniéndonos, dirigiendo nuestros pasos hacia la plenitud. Él es la fuerza y la vida. Levantemos el corazón y vayamos confiados a Jesús. Él espera nuestra respuesta. Dispongámonos a seguirlo con fidelidad.

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