lunes, 17 de enero de 2022

 

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO (CICLO C)

Las lecturas que acabamos de proclamar nos hablan hoy de la importancia que debe tener la Palabra de Dios en nuestra vida.  La Palabra de Dios que proclamamos cada domingo no es sólo para escucharla sino para hacerla vida.

La 1ª lectura de Nehemías nos dice cómo el pueblo de Israel había perdido el libro de la Palabra de Dios.  Cuando el Libro fue encontrado, se reunió el Pueblo, escuchó la Palabra de Dios,  y se emocionaron ante la lectura y los comentarios a la Palabra de Dios que hacía el sacerdote Esdras.

La Palabra de Dios es la fuente de comunicación de Dios con nosotros.  Cuando se proclama la Palabra de Dios hemos de estar atentos, escuchándola, para recibir lo que Dios quiere comunicarnos y no estar distraídos o con falta de interés por llegar al principio de la Misa donde se proclama esa Palabra de Dios.

Hay que estudiar y conocer la Biblia para que la Palabra contenida en ella se convierta en norma de conducta en nuestra vida, y hay que venerar la Biblia para darnos cuenta que en ella está contenida la mismísima voz de Dios, que se hace presente en su lectura y proclamación.

Nosotros, como cristianos, no podemos dejar de conocer las Sagradas Escrituras, no podemos no estudiarla, no podemos no rezar con ella, no podemos ignorarla, porque las Sagradas Escrituras son la norma de nuestro comportamiento.  Quien no conoce las Escrituras no puede decir que conoce a Dios.

Hay muchas personas que no conocen la Palabra de Dios, para otros la Biblia es sólo un libro más para ocupar nuestras librerías.  Su lectura no nos dice nada y, a veces, ni nos interesa.

Dios habla, habla a través de la Biblia, habla en la Misa.  Por eso, quienes no vienen a Misa se están perdiendo escuchar más intensa y eficazmente la Palabra de Dios.

Dios nos habla.  Hay que escucharlo con atención y poner en práctica lo que nos dice.

La 2ª lectura de San Pablo a los Corintios sigue insistiendo, como el domingo pasado, en la unidad de la Iglesia y la comunicación y solidaridad que debe existir entre todos los miembros que formamos la Iglesia.

Cuando hablamos de Iglesia, muchos la entienden como el Papa, los obispos y los sacerdotes, sin embargo, la Iglesia somos todos los bautizados.  Al igual que en un cuerpo humano, cada miembro tiene una función, así en la Iglesia todos y cada uno tiene una función que desempeñar por muy pequeña que sea. En un cuerpo toda parte es importante, pero cada una tiene su función. En la Iglesia todos somos necesarios.

El Evangelio de San Lucas  nos dice que Jesús llega a la sinagoga, abre la Escritura y lee el sueño de un mundo nuevo. Un mundo de libertad. Un mundo de claridad, luz y verdad. Y Jesús después de leer el texto, dice solemnemente. “Hoy se cumple está Escritura que acabáis de oír”.

A nosotros, que no creemos ya en grandes palabras y nos hemos olvidado de los grandes sueños Jesús nos dice que hoy, ahora, en estos momentos, se nos da la posibilidad de un mundo nuevo. La posibilidad de la libertad y de la verdad.

Si queremos cambiar el mundo tenemos que recomponer al ser humano.  Jesús no viene a solucionar mágicamente los problemas del mundo. Viene a cambiar el mundo, cambiando la vida del ser humano. Hoy se cumple esta palabra, porque el ser humano puede cambiar su vida.  El tiempo se ha cumplido, dice Jesús. Es hora de comenzar un mundo nuevo viviendo y actuando de forma diferente. En esta tarea,  Dios está cerca y está ahí para ayudarnos. 

A Dios no le agrada el sufrimiento, no le agrada este mundo en el que unos hombres hacen sufrir a otros. El corazón de Dios siente ante todo el dolor, el sufrimiento de los oprimidos.

Hoy día sigue habiendo cautivos, muchas personas esclavas de la droga, el alcohol, el dinero, el sexo, personas atadas a múltiples dependencias materiales o personales. Jesús viene a anunciarnos la liberación de toda dependencia u opresiones que humillan la naturaleza humana y provocan el vacío y la desesperanza. La peor ceguera no es la física, sino la mental, el no ver claro el sentido de la vida, la intolerancia y la falta de diálogo, la terquedad en el propio error, la cerrazón a todo lo que no convenga a mi propio egoísmo o autosatisfacción.

Hoy también para nosotros puede ser ese gran día para ti y para mí si la Palabra de Dios que has escuchado comienza a ser “viva y eficaz”.

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